Lectura 3:00 min
Jugando con fuego
A medida que los políticos se afianzan en el poder y van perdiendo el sentido de la realidad, se creen capaces de realizar actos que consideran heroicos y que nadie más podría llevar a cabo. Suponen que los obstáculos reales son únicamente minas colocadas por enemigos reales o imaginarios con la intención de interrumpir su proceso de perpetuación en un mandato que asumen como divino.
Esta visión se ve reforzada por un círculo de colaboradores cuyo objetivo es reafirmar el ego de esta especie se superhombres destinados a salvar a la humanidad. A mayor nivel de éxito de este redentor, mayor es la subordinación de la clase política que lo apoya.
Este es el camino que fue construyendo paso a paso Andrés Manuel López Obrador desde su activismo en Tabasco, hasta el fin de su gestión presidencial. Con fracasos y revanchas, AMLO consiguió finalmente su objetivo fundamental: llegar a la Presidencia y desde ahí poner en práctica su proyecto de entronización sexenal que le permitiese restaurar el viejo régimen de la Revolución Mexicana.
A lo largo del sexenio fue desmontando una a una las instituciones de la democracia representativa.Pese al tropezón electoral del 2021, mantuvo su alto nivel de popularidad y en la última elección, ya con un INE y un Tribunal Electoral cooptados, echó a andar la maquinaria de Estado para retomar el control total de los tres niveles de poder de la Federación.
Recuperar para el Ejecutivo el manejo discrecional del Legislativo y el Judicial, se convirtió en el objetivo central del llamado “Plan C”. Con una Suprema Corte atada a la voluntad presidencial, el retorno a la hegemonía revolucionaria se habrá cumplido. El problema es que el México de 2024 no es el de 1970 ni el mundo se rige por las reglas de entonces.
El margen de maniobra con el que operaron en su momento mandatarios como Echeverría y López Portillo no existe. Ni vivimos en una economía de autoconsumo ni contamos con los recursos propios que esos dos gobiernos dilapidaron de forma irracional, ocasionando sus respectivas crisis. Hoy la necesidad de mantener una economía abierta basada en un Estado de derecho que garantice las inversiones y transparente su actuar dentro y fuera de sus fronteras, es indispensable para no provocar un derrumbe que lleve al país al peor de los escenarios.
En esta obsesión por controlarlo todo, y desaparecer a todas las instituciones que según su lógica son instrumentos inútiles del llamado neoliberalismo, la clase política ganadora de la elección de junio está jugando con fuego y con el riesgo inminente de un incendio enorme. Pero la sumisión al líder los ha sustraído de cualquier argumento racional, para ser parte de un coro sin voz propia.