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¿La próxima guerra?
Todo indica que el viaje de Trump a Medio Oriente es la preparación casi inminente de una guerra entre musulmanes suníes contra musulmanes chiitas.
Del odio al amor, de la amenaza al elogio, no es bipolaridad, es Donald Trump, el presidente cuyos cálculos económicos lo llevan a cambiar de discurso con absoluta facilidad. Quizás durante la campaña, su visión tan corta del mundo y de la realidad lo limitaron a creer que todos los musulmanes son iguales. Incluso, en muchas de sus acusaciones generalizadas llegó a considerar a todos como terroristas. Parece que sus asesores ya le explicaron que existe una división profunda entre suníes y chiitas y que hay mucho más en juego de lo que él imaginaba.
Nada es casualidad. El primer país extranjero que Trump ha pisado como presidente es Arabia Saudita, el mayor aliado de Estados Unidos en Medio Oriente, país cuya relación se enfrió temporalmente cuando el presidente Obama firmó el acuerdo nuclear con Irán, el mayor rival saudí.
La fortuna inmensa de la familia real Al Saud así como la de los jeques en los Emiratos Árabes o la de las familias reales en Qatar y Bahréin hicieron que Trump cambiara su mensaje y su estrategia. Es evidente que el presidente no entiende de geopolítica pero ciertamente entiende de negocios. Para nadie es secreto que siempre lo ha movido el dinero y esta no es la excepción.
Todo indica que el viaje de Trump a Medio Oriente es la preparación casi inminente de una guerra entre musulmanes suníes contra musulmanes chiitas. La cumbre que unió a todos los suníes en Riyadh es una señal de alerta. Arabia Saudita encabezó a todos los aliados árabes de Estados Unidos desde los Emiratos Árabes Unidos, Jordania, Egipto y Marruecos (sólo por mencionar algunos) hasta Israel.
Durante su intervención, Trump anunció que convencería a las empresas estadounidenses de defensa de hacer muy buena oferta de armas a los saudíes. El negocio multimillonario de venta de armas lo convenció y por eso envió a su yerno Jared Kushner a negociar con los saudíes hace varias semanas.
Para convencer a los estadounidenses y justificar otra guerra basta contarles una historia de buenos y malos y meterles miedo para que, en aras de combatir a los terroristas, aprueben que su gobierno intervenga contra Irán, ISIS, Hezbollah y todos los villanos chiítas y, de rebote, esto eleve la popularidad de su presidente.
A diferencia de décadas pasadas, es un error gravísimo menospreciar el creciente poderío nuclear de Irán. De declararse esta guerra, las consecuencias podrían ser verdaderamente desastrosas no sólo para la región sino para el mundo entero. Ojalá no sucediera.