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La urgencia de tomar decisiones
En entregas previas de esta columna hemos hablado acerca de que existe un flujo de capitales (el ya famoso nearshoring) que está llegando a México como producto de la relocalización de operaciones de empresas a lugares que son percibidos como más seguros y estables, y geográficamente cercanos a los centros de consumo.
Efectivamente, la Inversión Extranjera Directa (IED) recibida por México en 2023 fue de 36 mil millones de dólares, mientras que tan solo en el primer trimestre de 2024, el país acumula 73 anuncios de nuevas inversiones por un total de 31,500 millones de dólares, que se tendrán que reflejar en las estadísticas oficiales durante los siguientes meses, en la medida en que los proyectos avancen.
No hay duda de que esto es una gran oportunidad para nuestro país. Pero tenemos que ser conscientes que, así como los factores geopolíticos han convertido a México en un destino ideal, esos mismos factores pueden funcionar exactamente en el sentido contrario. Esto es evidente en las recientes discusiones y señalamientos, sobre todo en Estados Unidos, de que México está sirviendo como una puerta trasera para que empresas y productos chinos puedan ingresar al mercado estadounidense, evitando las barreras y aranceles que existen desde la administración del presidente Trump hace ya ocho años.
Debido a estos señalamientos, la presión de Washington hacia el gobierno de México para que tome medidas en ese aspecto ha aumentado: algunos ejemplos recientes son la visita de la Secretaria del Tesoro Janet Yellen, las recomendaciones hechas por algunos grupos empresariales estadounidenses y las cartas de una gran cantidad de legisladores que demandan un mayor compromiso de parte de México para asegurar que los beneficios del T-MEC no sean aprovechados por empresas de otros países, sobre todo chinas.
Esta conversación se vuelve aún más agria el contexto electoral estadounidense. Si hay un consenso en Washington actualmente es que tanto demócratas como republicanos consideran a China como una competencia muy seria al liderazgo estadounidense. En ese sentido, Estados Unidos ha “sugerido” (con argumentos legítimos o a veces con razones más burdas) que sus aliados realicen actividades similares, lo cual hemos visto suceder en Europa, en otros países asiáticos y de manera menos evidente en América Latina.
¿Qué debe hacer nuestro país en esta coyuntura? En otras circunstancias sería fácil usar el cliché de que México debe tener relaciones positivas y benéficas con todos los países del mundo. Sería también tradicionalmente neutro insistir en que ningún país debe interferir en la determinación de las relaciones que un tercer país puede tener con nosotros. Pero como expresé en unamesa de diálogo reciente, existen realidades económicas y comerciales, de las que México no puede abstraerse.
Antes de continuar, permítame el lector ser brutalmente claro: no estoy sugiriendo que México deba coordinar todas y cada una de sus políticas, respecto de China o cualquier otro país, con Washington, puesto que eso no solamente sería incorrecto, sino que además limitaría la soberanía de nuestro país. Pero lo que sí estoy sugiriendo es que tengamos una política exterior y una política comercial estructurada de acuerdo con nuestros objetivos estratégicos, alejada de ideologías y de doctrinas trasnochadas.
Para poder hacer eso, es necesario que nuestro país tome ciertas decisiones y definir nuestra postura en varios temas: ¿Qué pensamos de los nuevos patrones de comercio internacional? ¿Qué acciones se valen, y cuáles no son válidas, para atraer inversiones? ¿Cómo estructurar un proyecto de desarrollo que no atente contra el medio ambiente? ¿Qué lugar ocupa la promoción de la democracia y de los derechos humanos vis-á-vis los programas económicos? ¿Qué relación queremos con países emergentes como China, pero también con actores como India, Vietnam o Brasil? Y todas esas decisiones, ¿cómo las implementamos sin poner en entredicho las realidades económicas y comerciales de nuestro país, que están firmemente ancladas en América del Norte?
Por supuesto, todo esto es más fácil decirlo que implementarlo. Los momentos electorales sirven para hacer una reingeniería de varias políticas públicas, y de inyectar una considerable energía a nuestros proyectos de gobierno; hay que aprovechar y capitalizar rápidamente la luna de miel gubernamental que vendrá a la nueva administración para revertir el olvido y el desdén que se ha dado a la vinculación de México con el exterior en los últimos años.
Este cambio es tan urgente que no tengo duda que, independientemente de quien gane la presidencia en 2024, esperaría que vengan cambios que rescaten la presencia activa y asertiva de México en el plano mundial.
El autor es profesor investigador de la Universidad Panamericana; previamente, colaboró por veinte años en el gobierno federal en temas de negociaciones comerciales internacionales.