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Opinión

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Liberalismo como actitud

El liberalismo, en esta versión, representa una actitud que admite, que celebra, la pluralidad de puntos de vista contrarios a los principios de la libertad. Lo único que no tolera es la intolerancia.

El liberalismo, villano favorito de la inteligentsia convencional, es menos una tesis o doctrina, y más una actitud. Su lema principal es la humildad ante el conocimiento y, su derivado fundamental, la importancia de saber y de aprender a escuchar.

El temperamento liberal celebra el ensayo y error, el derecho a decir, la defensa de la actividad de escuchar.

El liberalismo, en esta versión, representa una actitud que admite, que celebra, la pluralidad de puntos de vista contrarios a los principios de la libertad. Lo único que no tolera es la intolerancia.

Este temperamento defiende el dejar hacer, dejar vivir y dejar decir. Ello explica el liberalismo , por ejemplo, de un Octavio Paz: los que pretenden erigir la casa de la felicidad nos acaban condenando a la cárcel del presente.

Por esta misma razón, la actividad de la crítica es central para el liberalismo -crítica no como diletantismo o profesar saber más que los demás, sino como una actividad constante de cuestionamiento, de íconos, de ídolos, de instituciones-, de aquel que presume tener acceso privilegiado a la verdad o a la realidad.

Más que una postura política o económica, el liberalismo bien entendido es, en el fondo, una actitud epistemológica. Por ello, los liberales contemporáneos ven con gran escepticismo las corrientes terriblemente peligrosas como el caudillismo militar de Chávez, la tiranía del silencio en aquellas naciones donde impera el autoritarismo o el ataque frontal a la libertad de expresión que se hace en nombre del bien, la belleza y la felicidad, como sucede actualmente en Ecuador.

Por esa misma razón, el liberalismo clásico jamás podrá ser un rival en igualdad de circunstancias con sus antagonistas; el socialismo, las utopías ecológicas, el uso costumbrismo posmoderno, ciertamente el comunismo de antaño.

Todas estas versiones de lo perfecto profesan cambiar la realidad, borrar la historia, construir una nueva arquitectónica social. Este temperamento antiliberal es profundamente vanidoso, al prometer la felicidad al instante, al profesar la redención instantánea del ser humano.

El liberal insiste en imponer límites a la autoridad y abandonar la vanidad de planear, orientar, dirigir la actividad de otros proyectos de vida.

Ésa es la esencia de una actitud que celebra basada en la conversación civilizada, en el intercambio de ideas, en aquello llamado diálogo .

rsalinas@eleconomista.com.mx

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