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Para activar la esperanza hay que activar el capital
Si bien la guerra en Ucrania ha retrasado la lucha global contra el cambio climático, todavía hay motivos para el optimismo. La cooperación entre los encargados de formular políticas, los reguladores y los inversores puede desbloquear el enorme potencial de los mercados de capitales mundiales y acelerar el desarrollo de tecnologías limpias y asequibles
SAN MATEO, CALIFORNIA – La atmósfera al final de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27) de noviembre pasado en Egipto fue aleccionadora. La invasión rusa de Ucrania obligó a los países a volver al carbón térmico y a otros combustibles fósiles para cubrir las necesidades energéticas y eso probablemente lleve a posponer la transición hacia una economía con emisiones netas nulas; pero la COP27 también resaltó la necesidad de aprovechar las políticas públicas, la regulación y las innovaciones tecnológicas para lograr un futuro con seguridad climática.
A esta altura queda clarísimo que para brindar apoyo a los proyectos relacionados con el clima en todo el mundo a la escala necesaria hará falta una inmensa cantidad de capital. Según las estimaciones de la Agencia Internacional de la Energía, tan solo la transición hacia las energías limpias costará billones de dólares al año (incluso sin considerar las pérdidas y daños, especialmente en los países en desarrollo). El importantísimo acuerdo que se logró en la COP27 para crear un fondo que ayudará a los países con ingresos bajos a lidiar con los peores efectos del cambio climático sugiere que los líderes del mundo son conscientes de la situación.
Pero el capital proveniente de donaciones y de los bancos multilaterales de desarrollo no será suficiente, el sector privado también debe participar. Hasta el momento no hay una vía clara para liberar el vasto potencial de los mercados mundiales de capital. Existen, sin embargo, buenos motivos para mantener la esperanza.
En primer lugar, los gobiernos lograron avances significativos para garantizar datos de mejor calidad. En marzo, la Comisión de Valores y Bolsa de Estados Unidos presentó la propuesta de exigir a algunas empresas que revelen información relacionada con los riesgos que enfrentan por el cambio climático, en línea con la directiva global de la Unión Europea del año pasado, que refina el marco que usa desde hace mucho. La Comisión Reguladora de Valores de China propuso medidas similares unos pocos meses más tarde. Los datos climáticos de alta calidad de los tres mayores bloques económicos permitirían a los inversores evaluar la relación inversa entre riesgo y rentabilidad de las tecnologías sostenibles.
Pero aunque esas herramientas analíticas cumplen un papel fundamental, los inversores además necesitan incentivos. Aquí es donde entran en juego la fijación de precios del carbono y los impuestos. Aun cuando se trata de una medida europea, es probable que el mecanismo de ajuste fronterizo de las emisiones de carbono acordado recientemente por la UE tenga un impacto mundial, ya que los países que exporten bienes y servicios a Europa pronto se darán cuenta de que reducir su huella de carbono será beneficioso para el comercio. Si bien la nueva Ley de Reducción de la Inflación no impone en sí un impuesto al carbono, empuja a Estados Unidos en dirección a la fijación de precios del carbono porque brinda incentivos para las energías limpias y el gasto relacionado con el clima (como la captura, el uso y el almacenamiento del carbono).
Estos acontecimientos positivos -resultado de la cooperación entre los responsables de las políticas, los propietarios de los activos y los inversionistas- acelerarán el crecimiento de los mercados locales y mundiales de carbono. Aunque sus mercados cubren actualmente menos del 25% de las emisiones mundiales, la Iniciativa de Mercados del Carbono de África presentada durante la COP27 es otro avance importantísimo, al igual que los mercados nacionales de carbono implementados en países como China y Singapur.
La conversión de los inversionistas a la causa climática ofrece otro motivo para albergar esperanzas. Las coaliciones de propietarios de activos, como Climate Action 100+, y las alianzas de administradores de activos, como la iniciativa Net Zero Asset Managers, representan casi 70 billones de dólares en activos. Y más de 600 inversores (de los que formamos parte), con más de 40 billones de dólares en activos, firmamos la Declaración Mundial de Inversores en la COP27 para promover políticas que permitan una transición justa a una economía con bajas emisiones de carbono.
Este aumento del activismo entre los inversores refleja una meta que todos compartimos, independientemente de nuestras nacionalidades o afiliaciones políticas: la rentabilidad financiera. A todas las partes involucradas les interesa capitalizar el potencial de crecimiento de las soluciones climáticas, por eso los esfuerzos recientes para politizar las metas ambientales, sociales y de gobernanza resultaron tan contraproducentes. La inversión sostenible no tiene que ver con la defensa de ciertos valores, sino con la creación de valor.
Cuando los inversionistas cuenten con información útil e incentivos adecuados podremos dejar que los mercados de capital hagan lo que mejor saben hacer: asignar capital a escala; pero antes los responsables de las políticas deben centrarse en las oportunidades comerciales, extremadamente reales, de las soluciones climáticas, en vez de en agendas específicas basadas en una terminología anacrónica. La reciente decisión del Departamento de Trabajo de Estados Unidos de revertir las restricciones que prohibían a los fiduciarios de jubilaciones que consideraran criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ASG) es un paso en la dirección correcta.
La poderosa combinación de finanzas sostenibles y rápida innovación en tecnologías climáticas podría acelerar la transición hacia la neutralidad en las emisiones. Si financiamos la energía nuclear, eólica, solar y geotérmica, al igual que las tecnologías de almacenamiento de energías limpias -como las centrales hidroeléctricas reversibles y el almacenamiento térmico- podemos lograr que la producción de energía eléctrica -que actualmente representa más de un cuarto de las emisiones de gases de efecto invernadero- sea más sostenible. Y acelerando el desarrollo de la tecnología de hidrógeno verde podemos solucionar el problema de la intermitencia de las energías renovables y evitar la necesidad de mejorar las redes eléctricas.
Aunque la guerra de Ucrania obstaculizó la transición a una economía con bajas emisiones de carbono, también resaltó la necesidad de la seguridad energética y alimentaria. Cerrar un oleoducto o un gasoducto, después de todo, es mucho más fácil que evitar que el sol brille o el viento sople. Pero para crear sistemas sostenibles y resilientes los países y las empresas deben invertir en infraestructura energéticamente eficiente y agricultura sostenible. Por supuesto, algunas de estas soluciones climáticas todavía no son económicas, pero con el tiempo y el apoyo de los gobiernos, y gracias al creciente interés de los mercados de capitales, se podrá aumentar la escala de las tecnologías y se tornarán más asequibles.
Tal vez los desafíos que nos esperan parezcan sobrecogedores, pero hay motivos para mantener la esperanza. La inversión climática mundial va camino a superarlos 915,000 millones de dólares este año, un aumento del 13% respecto del 2021. Si seguimos activando los mercados de capitales podremos asignar recursos donde son más necesarios, lograr una economía con emisiones netas nulas y mitigar los peores efectos del cambio climático.
El autor
Es vicepresidente ejecutivo de Franklin Templeton.
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