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Opinión

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Una ‘república descentralizada’. Cerebro de insecto

Contempla profundamente la Naturaleza; entonces comprenderás mejor el todo.

Albert Einstein

Nuestro cerebro es el órgano más complejo en la historia de la Evolución, una supercomputadora formada por miles de millones de terminales (tus neuronas) que controla nuestros sentidos, pensamientos y acciones; desde la respiración hasta la creación de obras de arte súper complejas. Sin embargo, científicos de todas las épocas se han maravillado mucho más ante algo aún más maravilloso: el cerebro de una hormiga, al que el creador de la teoría de la Evolución llamó “el átomo de materia más complejo”.

Si esto te resulta asombroso, no eres el único. Carl von Linné (Carlos Linneo en español) creador de la nomenclatura binómica para categorizar a los seres vivos, catalogó a las hormigas, junto con el resto de los insectos, como ”seres vivos sin cerebro”, un error comprensible para el siglo XVIII, dado que el cerebro de los insectos no sólo es minúsculo, sino que funciona de forma totalmente diferente al nuestro.

La principal diferencia entre nuestro sistema nervioso y el de los bichos es que, mientras el nuestro se comporta como una dictadura, donde el cerebro es el único dador de órdenes, el cerebro de los insectos funciona más bien como una república descentralizada, con diversas “instituciones” dando órdenes en campos diferentes. Las funciones biológicas de los insectos se toman en distintos núcleos neuronales (ganglios) diseminados por todo el cuerpo del insecto. Esto les permite dormir, cazar y mantenerse en la misma posición, inmóviles, una cualidad sumamente importante si mides unos pocos milímetros y cualquiera puede convertirte en su presa.

Pero eso no significa que el cerebro de un insecto no sea importante para su supervivencia, antes al contrario. Éste se especializa en funciones como interpretar las señales químicas, visuales y auditivas que perciben sus sentidos, le permite recordar el camino entre la comida y su nido o su guarida, decide cual es el compañero adecuado para aparearse, recula la comunicación con individuos de la misma especie y también le permite navegar largas distancias sin perder su orientación; todas estas actividades son controladas por un órgano del tamaño de la cabeza de un alfiler, con menos de un millón de neuronas (compara esto con las más de 80,000 millones de neuronas en tu cerebro, sin contar la glía).

A pesar de todas estas diferencias, existen similitudes asombrosas entre su cerebro y el nuestro. Los receptores olfativos en nuestra nariz son muy similares a los que las polillas tienen en las antenas, por ejemplo, y ambos bulbos olfativos lucen y se compartan de manera similar en nosotros y en los bichos, con sectores neuronales completos activándose y desactivándose con increíble precisión para codificar olores característicos. Lo más sorprendente de estas similitudes es lo separados que nos encontramos evolutivamente de los insectos. En realidad, nuestro linaje y el de los insectos se separaron hace más de 500 millones de años, lo que vuelve estas similitudes cuánto más sorprendentes; los científicos llaman a este fenómeno “evolución convergente” y es la causa de que órganos como las alas, por ejemplo, hayan evolucionado en diferentes eras, en diferentes especies (libélulas, cuervos y murciélagos, por ejemplo) y con diferentes configuraciones, pero todas útiles para el mismo fin.

Comparar las funciones de nuestro cerebro con el de los insectos permite a los científicos determinar cuáles áreas específicas son únicas en nuestro cerebro y cuáles compartimos con otras especies, y cuáles son soluciones evolutivas comunes a problemas específicos. Por eso, la próxima vez que te sientas tentado a llamar a alguien “cerebro de insecto” para mofarte de su capacidad intelectual, por favor, piénsalo dos veces.

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Es ingeniero en Sistemas Computacionales. Sus áreas de conocimiento son tecnologías, ciencia y medio ambiente.

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