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¿Y la lluvia ácida?
En 1963, el Dr. Gene Likens, un limnólogo (estudioso de los cuerpos de agua tierra adentro) revisaba las muestras de la última temporada de lluvias en el bosque experimental Hubbard Brook en New Hampshire, Estados Unidos, un laboratorio a cielo abierto para estudios climatológicos. Las muestras revelaron una preocupante tendencia: unos niveles de acidez hasta cien veces por encima de lo normal. Si las lluvias continuaban cayendo con el mismo nivel de acidez podían destruir todo el ecosistema en unos cuantos años, y lo más alarmante era que no tenía idea de qué era lo que causaba esta lluvia ácida, como se denominó al fenómeno.
Una gota de lluvia nunca es sólo agua, puede contener infinidad de partículas, principalmente elementos y compuestos químicos flotando en el aire. Algunos como el CO2 elevan la acidez del agua, pero nada se compara con los ácidos causados por los óxidos de nitrógeno y el dióxido de azufre (SO2). Estos ocurren de manera natural en la atmósfera ya que suelen ser subproductos de fenómenos como erupciones volcánicas o tormentas eléctricas, pero tienen una vida más bien breve; al menos si no se vieran acompañados por los millones de toneladas que vierten a la atmósfera cada año las plantas de energía, refinerías y vehículos.
En la escala pH que utilizamos para medir la acidez, donde 1 es lo más ácido y 7.5 es un pH neutro, una gota de lluvia usualmente tiene un pH de 5.4. Las muestras de Likens presentaban niveles tan bajos como 2.85 —cada número representa una acidez 10 veces más alta conforme disminuye — y ya por debajo de 4.5 es suficiente para matar pequeños animales. Pero los gases emitidos por la quema de combustibles fósiles no sólo afectan las grandes ciudades donde se producen, pueden viajar con el viento por cientos y cientos de kilómetros, y su presencia invariablemente aumenta la acidez de las precipitaciones en cualquier ecosistema, a cualquier distancia.
Esto tiene efectos sumamente perjudiciales en los bosques, porque debilita el tronco y quema las hojas de los árboles y prácticamente esteriliza el suelo de la microfauna y los saprófitos que descomponen la materia muerta para convertirla en nutrientes, lo que provoca deforestación en las zonas silvestres y una drástica caída en la producción de las tierras cultivables. En algunos lugares de China incluso ha vuelto páramos estériles lo que antes eran bosques a las afueras de las nuevas ciudades brotan el vasto territorio chino. En los cuerpos de agua, la acumulación de los óxidos de nitrógeno y el SO2 rápidamente hace disminuir las poblaciones de anfibios, crustáceos y peces. Y aunque hay especies que soportan mejor que otras la acidificación de su medio, es raro un ecosistema que no está interconectado, por lo que todo lo que afecta a una especie termina afectando a muchas otras, incluso animales no acuáticos, como las aves por ejemplo.
En las ciudades, los altos niveles de óxidos de nitrógeno y SO2 provocan estragos en la población, principalmente enfermedades respiratorias. Además, estos compuestos a bajas alturas producen ozono, que también es dañino si se respira. La lluvia ácida directamente no afecta mucho a las personas, pero afecta la infraestructura de las ciudades, destruye la pintura de los vehículos y corroe los elementos metálicos expuestos a los elementos, provocando accidentes y pérdidas materiales. Pero donde más es evidente su efecto es en los edificios, principalmente los más antiguos, donde disuelve los recubrimientos de piedra y mampostería, desdibuja los rasgos de las estatuas y mancha las fachadas por donde corre hacia el drenaje y oxida las tuberías.
A principios del milenio la Unión Europea puso en marcha un sistema de topes y comercio de emisiones, que consiste en limitar la cantidad de partículas que una planta de energía o industria puede lanzar a la atmósfera en forma de “créditos” que pueden comprar y vender con otras empresas para poder así aumentar la cantidad de emisiones. Estados Unidos se unió antes de 2010, y en estos años han logrado reducir tanto el nivel de NO y SO2 en la atmósfera como reducir la acidificación de las lluvias. En México se han realizado estudios sobre la viabilidad de implementar un sistema como este sin que conozcamos alguna decisión al respecto. De consolidarse y aplicarse de manera efectiva, un sistema como este podría mitigar el daño causado no sólo a nuestro medio ambiente, sino también a nuestro patrimonio histórico y cultural mismo,que se ha visto particularmente afectado en las últimas décadas, incluso cuando se ubica en lo más profundo de una selva, como para recordarnos que aunque nadie hable de ella, la lluvia ácida aquí sigue.