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La crisis de la seguridad hídrica
La escasez de agua cada vez más grave representa una crisis provocada por el hombre que puede resolverse mediante intervenciones humanas. La situación exige nuevas ideas sobre la economía de este recurso crítico y cómo gestionarlo a través de estrategias orientadas a la misión que abarquen todos los niveles de gobernanza.
LONDRES. En lo que concierne al agua, el mundo enfrenta una situación insostenible. Sin embargo, solucionar el problema no sólo está al alcance; también es la oportunidad accesible de abordar el cambio climático y generar empleos y crecimiento.
La crisis hídrica es fácil de ver. Año tras año, en una región tras otra, las olas de calor y las sequías sin precedentes son seguidas de tormentas e inundaciones destructivas. Los sistemas alimentarios se están agotando y las ciudades se hunden en tanto alcanzamos los límites de extracción de agua de la tierra. Más de 1,000 niños de menos de cinco años mueren cada día de enfermedades causadas por agua potable contaminada y falta de saneamiento, mientras que cientos de millones de mujeres pasan horas todos los días recolectando y acarreando agua.
Se trata de una crisis fabricada por el hombre y solamente puede y debe ser resuelta a través de intervenciones humanas. Pero para lograr una equidad y una sustentabilidad en todas partes, necesitaremos nuevas estrategias para gestionar el agua y una ola de inversión muchísimo mayor, más innovación y generación de capacidades. Los costos de estas medidas son insignificantes en comparación con los perjuicios económicos y humanitarios que provocará una inacción continua.
El primer paso es reconocer que los problemas que enfrentamos no son simplemente tragedias locales. Un ciclo hídrico desestabilizado afecta cada vez más a cada rincón del mundo. Las estrategias actuales tienden a ocuparse del agua que podemos ver –el “agua azul” en nuestros ríos, lagos y acuíferos– y suponen que el suministro de agua es estable año tras año. Pero esto ya no es así. Los cambios en el uso de la tierra, el cambio climático y un ciclo hídrico desbaratado están afectando los regímenes de precipitaciones.
Muchas veces, el pensamiento actual pasa por alto un recurso de agua dulce crítico, el “agua verde” en nuestro suelo, plantas y bosques, que transpira y se recicla a través de la atmósfera. El agua verde genera alrededor de la mitad de las precipitaciones que recibimos en la tierra, la fuente de toda nuestra agua dulce. Del mismo modo, los países están conectados no sólo a través de flujos de agua azul (como los ríos) sino, más importante, a través de flujos atmosféricos de humedad. Por ser un componente crítico del ciclo hídrico global, es necesario gestionar mejor el agua verde con urgencia.
Lo más peligroso es que las alteraciones del ciclo hídrico están profundamente conectadas con el calentamiento global y la degradación de la biodiversidad del mundo, que se potencian mutuamente. Un suministro estable de agua verde en el suelo es crucial para sustentar los sistemas naturales basados en la tierra que absorben el 25-30% del dióxido de carbono emitido por la combustión de combustibles fósiles.
Este proceso representa uno de los subsidios naturales más significativos para la economía global. Sin embargo, la pérdida de humedales y de humedad del suelo, junto con la deforestación, están consumiendo los mayores almacenamientos de carbono del planeta, con consecuencias devastadoras para el ritmo del calentamiento global. Las temperaturas en alza luego provocan olas de calor extremo y aumentan la demanda evaporativa en la atmósfera, que seca seriamente los paisajes e incrementa el riesgo de incendios forestales.
Por lo tanto, la crisis hídrica impacta prácticamente en cada uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas y amenaza a la gente en todas partes. Alimentos insuficientes para una población mundial que crece, una propagación acelerada de enfermedades y una mayor migración forzada y conflictos transfronterizos son sólo algunos desenlaces predecibles.
Misión H2O
Un problema colectivo y sistémico de esta magnitud sólo se puede solucionar con una acción concertada en cada país y mediante una colaboración entre fronteras y culturas. Un entendimiento compartido del bien común es crucial. De lo contrario, lo que podría parecer bueno para un país hoy podría fácilmente crear problemas para ese mismo país mañana, así como para otros países en todo el mundo.
La situación exige no sólo una mayor ambición sino también una estrategia para el agua basada en misiones –que atraviese múltiples sectores y se centre en todos los niveles, desde la gestión de las cuentas fluviales locales hasta la conformación de la cooperación multilateral–. Podemos y debemos tener éxito en las misiones hídricas más importantes del mundo:
- Lanzar una nueva Revolución Verde en los sistemas alimentarios para disminuir el uso de agua, al mismo tiempo que se aumentan los rendimientos agrícolas para satisfacer las necesidades nutricionales de una población creciente.
- Conservar y restablecer los hábitats naturales que son críticos para proteger los recursos de agua verde.
- Establecer una economía hídrica “circular” en todos los sectores.
- Y garantizar que toda comunidad vulnerable cuente con agua limpia, segura y adecuada, y que tenga servicios de saneamiento para 2030.
Si bien estas misiones deberían impulsar cambios de políticas, alinear a los sectores públicos y privados e incentivar la innovación, también exigen nuevas modalidades de gestión. La confección de políticas debe volverse más colaborativa, responsable e inclusiva de todas las voces, especialmente de los jóvenes, las mujeres, las comunidades marginadas y los pueblos indígenas que están en la primera línea de la conservación del agua.
El cambio de política más fundamental reside en valorar el agua correctamente para reflejar su escasez, así como su papel crítico a la hora de sustentar los ecosistemas naturales de los que dependen todas las sociedades. Debemos poner fin a la infravaloración del agua en toda la economía y a los subsidios agrícolas perjudiciales que impulsan un uso insostenible y degradan la tierra. Volver a canalizar esos fondos hacia la promoción de soluciones que permitan ahorrar agua y brinden un apoyo dirigido a los pobres y vulnerables sería un gran avance.
Para reparar la desinversión crónica en agua, debemos volver a priorizar la infraestructura hídrica en las finanzas públicas donde, curiosamente, se la desestima en la mayoría de los países. Los responsables de las políticas pueden recurrir a las mejores prácticas en las alianzas público-privadas para brindar incentivos justos para compromisos de largo plazo, respondiendo, al mismo tiempo, a los intereses de la población, especialmente las comunidades de pocos recursos.
Dada la naturaleza colectiva del desafío hídrico, debemos garantizar flujos mayores y más confiables de finanzas para ayudar a los países de ingresos bajos y medio-bajos a invertir en resiliencia hídrica. Los bancos multilaterales de desarrollo, las instituciones de finanzas para el desarrollo y los bancos públicos de desarrollo necesitarán trabajar estrechamente con los gobiernos para respaldar las misiones hídricas nacionales que reflejen las necesidades locales y las condiciones ecológicas. Los acuerdos de comercio internacionales también ofrecen potenciales palancas para promover el uso eficiente del agua, porque pueden ayudar a garantizar que el “agua virtual” presente en los productos comercializados no agrave la escasez en las regiones con estrés hídrico.
De la misma manera que lo estamos haciendo con las emisiones, debemos compilar datos de alta integridad sobre las huellas del agua corporativa y crear marcos para una divulgación del uso del agua. También debemos desarrollar sistemas para valorar el agua como parte de nuestro capital natural. Ponerle un precio a este recurso extremadamente crítico podría, con el tiempo, arrojar dividendos significativos para los países.
En resumen, debemos dar forma a los mercados en nuestras economías –desde la agricultura y la minería hasta la energía y los semiconductores– para que puedan volverse radicalmente más eficientes, equitativos y sostenibles en el uso que hacen del agua.
El informe preliminar de 2023 de la Comisión Global sobre la Economía del Agua expuso los argumentos a favor de un cambio fundamental en la manera en que el mundo gestiona el agua. Nuestro informe final, que se difundirá en octubre, mostrará cómo podemos hacerlo a través de una acción transformadora y colectiva.
Recién estamos en 2024. Si no abordamos estos problemas de frente, los incendios forestales, las inundaciones y otros eventos extremos provocados por el clima y el agua no harán más que volverse más intensos y letales en los próximos años. Impulsar la agenda de seguridad hídrica puede parecer más difícil en medio de las crecientes tensiones geopolíticas, pero presenta la oportunidad de demostrar que la colaboración puede beneficiar a todos los países y permitir un futuro justo y vivible para todos. No podemos arredrarnos ante este desafío.
Sobre los autores
Mariana Mazzucato es Directora fundadora del Instituto para la Innovación y el Propósito Público de la UCL, copreside la Comisión Global sobre la Economía del Agua
NgoziOkonjo-Iweala es Directora general de la Organización Mundial del Comercio, copreside la Comisión Global sobre la Economía del Agua y fue ministra de Finanzas y de Relaciones Exteriores de Nigeria y presidenta de directorio de Gavi, la Alianza de Vacunas.
Johan Rockström es Director del Instituto Potsdam de Investigación sobre el Impacto Climático y profesor de Ciencias del Sistema Tierra en la Universidad de Potsdam, copreside la Comisión Global sobre la Economía del Agua.
Tharman Shanmugaratnam es Presidente de Singapur, copreside la Comisión Global sobre la Economía del Agua y el Grupo de los Treinta.