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Día de la liberación
Trump lo llama el “día de la liberación”. Para México, podría ser todo lo contrario. El próximo 2 de abril se perfila como un momento decisivo para el comercio global y, en particular, para México. Ese día, Trump anunciará aranceles destinados a “castigar” a los países con los que Estados Unidos mantiene un déficit comercial. En la práctica, esto representa una amenaza directa a la viabilidad económica de México, cuya integración productiva con su vecino del norte ha sido la base de su estabilidad y crecimiento durante las últimas cuatro décadas.
Para México, el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) ha significado mucho más que una alianza comercial: ha sido una palanca de desarrollo, una vía para el crecimiento económico, y la puerta de entrada al club de las veinte economías más grandes del mundo (G20). Romper esa relación o degradarla mediante aranceles unilaterales amenaza con desmontar una arquitectura económica que ha costado décadas construir.
Por supuesto, estos argumentos tienen poco peso en la lógica trumpista, que se inscribe en una visión del comercio como juego de suma cero, donde sólo uno gana y el resto pierde. En esa óptica, el libre comercio no es una herramienta de cooperación, sino un obstáculo para la supremacía económica estadounidense. Pero este es un enfoque que las cadenas de valor están tan profundamente integradas que un ataque a México es, en muchos sentidos, un autogol para los estadounidenses. En los estados del Midwest —donde abundan las plantas manufactureras que dependen de insumos mexicanos—lo entienden bien.
Con todo, desde mi perspectiva, no habrá un giro sustancial en la postura de la Casa Blanca. Los aranceles seguirán siendo el núcleo de su política comercial. Trump impone, ajusta o levanta aranceles a conveniencia y está más que dispuesto a aceptar relaciones conflictivas con sus aliados. Sus “pausas” en la aplicación de aranceles son tácticas: responden a concesiones inmediatas de la contraparte —como ocurrió con China en su primer mandato— o a la necesidad de negociar soluciones más duraderas—como sucede ahora con México y Canadá.
Esta semana el secretario Marcelo Ebrard realiza su quinta visita a Washington en un intento por contener los daños. Su argumento es claro: México no es reemplazable. La integración productiva con Estados Unidos no tiene paralelo, y los costos de desmantelarla serían altos para todas las partes. Según el propio Ebrard, la estrategia mexicana consiste en lograr el mejor trato posible mediante el reconocimiento de una realidad innegable: México es hoy el socio comercial más importante de Estados Unidos.
Considero altamente probable que México obtenga algún tipo de excepción a las medidas arancelarias. No tanto por la habilidad diplomática de sus funcionarios —que, en algunos casos, es real—, sino por la realidad económica que sustenta la dinámica bilateral. Dicho esto, el riesgo persiste. Incluso si se logra un compromiso, el capricho del presidente Trump podría dinamitarlo en cualquier momento.
Así las cosas, México necesita reforzar su reputación como socio confiable y afianzar avances graduales que respalden —en narrativa y en hechos— su papel como principal socio comercial de Estados Unidos. Cuando colegas me preguntan por el peor escenario posible, o por el punto en que el costo político para el gobierno de Sheinbaum se vuelva insostenible, mi respuesta siempre remite al terreno económico. Pero más allá del impacto en el comercio bilateral, hay un riesgo interno, sútil pero preocupante: que algunos liderazgos empiecen a ver en el proteccionismo una alternativa legítima frente al imperialismo yanqui.
El 2 de abril puede pasar a la historia como un punto de inflexión. Porque en el caso de México, la política comercial trumpista, lo que está en juego no es un porcentaje de arancel, sino el destino económico de un país que apostó por la apertura como vía al desarrollo. El reto para México será resistir la embestida y sostener el diálogo. Porque si ese camino se cierra, no será fácil encontrar una alternativa —ni dentro ni fuera del país.