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Una elección crucial

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OpiniónEl Economista

El próximo cinco de noviembre ocurrirán elecciones en Estados Unidos. A nivel federal se disputa no sólo la Presidencia de la República sino que se elegirán a 33 senadores y la totalidad de la Cámara de Representantes. Lo primero que hay que decir es que Estados Unidos es el único país en el mundo donde el poder se ha transferido de manera pacífica y a través del sufragio desde 1788. Una gran proeza civilizacional.

Aunque el resultado en el Congreso definirá hasta cierto punto cómo se gobernará el país, la elección presidencial entraña una gran importancia debido al papel central que desempeña el presidente en la política de Estados Unidos. De hecho, el sistema político estadounidense es el régimen presidencialista par excellence.

Los dos candidatos en pugna representan muy distintos valores y filosofías políticas.

Donald Trump es la opción nostálgica, que desea un pasado que nunca existió pero que simboliza un país homogéneo con el dominio de una minoría blanca, anglosajona y protestante. Aunque se presenta como un candidato en favor de las clases menos favorecidas, su política económica se funda en recortes fiscales para los más adinerados. Esta es la gran contradicción económica del trumpismo.

El arribo del poder de Trump significa una transformación primordial en el ethos del Partido Repúblicano. Durante su historia, este había identificado que el enemigo de Estados Unidos se encontraba en el exterior. Podría ser la Unión Soviética, el fascismo islámico, las guerrillas comunistas latinoamericanas o los samuráis de las grandes compañías japonesas en los 80s. De hecho se puede entender el ascenso del neoconservadurismo, de Reagan a Bush Jr, como una serie de formulaciones para lidiar con los enemigos exteriores de Estados Unidos. Con Trump —y este es el punto crucial— el enemigo es doméstico. Fundamentalmente hay dos: los migrantes y la burocracia federal. La solución a estos problemas pasa por aumentar el poder presidencial. Lo que distinguirá el segundo gobierno de Trump del primero es que esta vez existe una ideología política del trumpismo que no había en 2016. De ahí la importancia del candidato a la vicepresidencia J. D. Vance, quien se encuentra muy próximo a los ideólogos del populismo de derecha extrema.

Por otro lado, Kamala Harris representa, no sólo en sus ideas sino en su biografía, al Estados Unidos multicultural y pluriétnico de un futuro posible. Aunque nació en Oakland, California, su padre es de nacionalidad jamaiquina y su madre pertenece al pueblo Tamil en la India. Su identidad, a la vez caribeña e india, le otorga un ethos cosmopolita y sofisticado. Esto no quiere decir que su biografía no sea totalmente estadounidende. Harris ha tenido éxito en la sociedad meritócratica de la Unión Americana. En esta sociedad diversa, el mundo hispano adquirirá cada vez más preponderancia. En su último libro, el politólogo, Samuel P. Huntington, puso el dedo en la llaga: Hispanoamérica representa el mayor desafío a una idea de Estados Unidos unicultural. De cualquier manera, la elección definirá el porvenir de Estados Unidos en las próximas décadas.

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