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Mexicanas y mexicanos humanistas: un llamado a la responsabilidad compartida
La única forma de ser honesto/a es reconocer, con humildad, nuestra perfecta imperfección. Se empieza por uno mismo y quien esté libre de error, que arroje la primera piedra.
La honestidad, una virtud tanto personal como colectiva, es un valor escaso en nuestra sociedad. En el contexto actual, hablar de este valor parece una utopía: su significado se ha desgastado y hoy la honestidad se utiliza, en muchos casos, como un recurso populista, reducido a una imagen de cambio superficial. Sin embargo, más que un eslogan, la honestidad y la transparencia deben ser compromisos inquebrantables, no solo para quienes ocupan cargos de poder, sino para cada ciudadano y líder del país.
La política, desde cualquier rol de influencia —funcionarios públicos, empresarios, líderes sociales o espirituales— exige una entrega auténtica al servicio de la gente; Aristóteles lo dijo: ¿Acaso la responsabilidad ética, la integridad y el compromiso moral son exigencias exclusivas para gobernantes? Por supuesto que no. Es para todos y todas. Las y los líderes empresariales y sociales también debemos ser ejemplo cotidiano de coherencia, buena conducta y dedicación al bien común.
El “humanismo mexicano” no puede limitarse a discursos que se diluyen en un anonimato colectivo; debe ser un valor vivo y compartido en cada acción. Como líderes empresariales, nuestra responsabilidad es crear empresas que promuevan una cultura de prosperidad ética y colectiva. En la manera en que gestionamos y lideramos, tenemos la oportunidad de ser ejemplos de desarrollo humano y social para las generaciones futuras.
Transformación empresarial con conciencia cívica
La ética y la integridad no son conceptos idealistas; representan una disposición consciente. Como cualquier persona, los empresarios también cometemos errores en nuestra trayectoria, pero lo importante es reconocerlos y no volver a repetirlos, que cada quien siga avanzando en su proceso de cambio, que nos replanteemos y reconstruyamos asumiendo consecuencias, siempre con honestidad y teniendo claro que se empieza por uno mismo.
En el contexto de un México en pleno punto de inflexión, se necesita autocrítica para poder evolucionar, nuestro compromiso como líderes empresariales debe estar fundamentado en la moral colectiva, en valores y aplicarlos en cada decisión. Esta es la única honestidad que debiéramos reconocer: una práctica constante de autoactualización, que refleja congruencia filosófica y un compromiso con el bien colectivo.
Como Consejero Estratégico suelo encontrarme con personas ejemplares. Es el caso de Estela, una líder en el sector de dispositivos médicos, quien me inspiró muchísimo. A pesar de las presiones y complejidades del mercado relacionadas con hostigamiento psicológico y acoso para ganar un contrato, ella decidió no ceder; ha definido un camino ético y continuar con su empresa asumiendo con valentía los costos para lograr el bien común. Este tipo de congruencia filosófica –como mujer empresaria– es un modelo a seguir y un llamado a la acción. Hay más mexicanos/as honestos y honestas que deshonestos/as. Unamos espíritus y cambiemos formas y fondo.
La construcción de un nuevo tejido social
México enfrenta desafíos urgentes en justicia social, equidad y sostenibilidad. Quienes tenemos la posibilidad de incidir, de forma positiva, debemos actuar para reconstruir el tejido social, empezando por uno/a mismo/a, nuestras familias, empresas y comunidades. Además de generar oportunidades económicas, necesitamos construir un entorno en el que cada persona vea respetada su dignidad. La filosofía humanista nos recuerda que cada decisión empresarial tiene un impacto en la sociedad. No tendríamos que esperar de forma pasiva a que el gobierno tome la iniciativa.
Nos corresponde a nosotros/as —empresarios/as y líderes— unirnos en este esfuerzo, colaborando con organizaciones civiles y participando en proyectos que contribuyan de manera profunda y sensible a México. Debemos fomentar un humanismo con valores, empatía y justicia social en nuestras prácticas cotidianas.
Educar desde el ejemplo
Para lograr lo anterior, el humanismo mexicano requiere un compromiso con la formación de nuevas generaciones. Más allá de las palabras, debemos enseñar con nuestras acciones. Mostrarnos congruentes con lo que deseamos de México. Es un desafío inspirar a la juventud, dejando un legado simbólico; de visión crítica y responsabilidad social. U y una iniciativa material que nazca de la una riqueza distributiva, más justa y equitativa.
Un llamado a la acción
El humanismo mexicano no puede quedarse en palabras. Es una tarea compartida. Por ello, hago un llamado a cada persona que lidera un negocio o una organización, a asumir este compromiso con valentía. El cambio que deseamos está en cada uno y una de nosotros/as, en cada pensamiento y acción. ¡Hagámoslo!
Una invitación a la acción compartida
El humanismo mexicano no puede quedarse en palabras. Es primordial hacer conciencia de que hacer negocios en este país con honestidad genera beneficios. Implica no sólo orientarse a la rentabilidad económica, sino moverse con activismo íntegro que exige construir valor social y humano mitigando en todo momento la inequidad e injusticia social.
Por ello les invito a cada persona que lidera una empresa o una organización, a asumir este compromiso con valentía.
Agradezco esta oportunidad de compartir mis reflexiones en El Economista y con cada lector, con cada compatriota que sueña con un México más honesto, ético, equitativo y humanista.
En mi próxima columna hablaremos de lo que podemos entender de nuestra democracia y cómo consolidarla desde un Humanismo Mexicano real. Nos vemos en quince días.
Abrazo grande en letras.
El autor es doctorante en Desarrollo Humano por la Universidad Motolinía del Pedregal, México; master en Desarrollo Humano por la Universidad Iberoamericana, México; master ejecutivo en Liderazgo Positivo Estratégico por el Instituto de Empresa en España.
Correo electrónico: jaime.cervantes@desarrollistahumano.com
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