Mia Couto: una escritura sutil y poderosa

En medio del estruendo de la guerra que destruye vidas y paisajes, de la palabrería de los nacionalismos que levantan muros y aíslan, la literatura de Mia Couto da vida a la potencia de la imaginación y la memoria y de la palabra creativa. Nos invita a escuchar la experiencia de otros y a entendernos como parte de la diversidad humana y de un planeta común.

El escritor mozambiqueño, premio FIL 2024, ha dicho en entrevistas que escribe contra el historicidio. En sus novelas, en efecto, recupera la historia de territorios arrasados por el colonialismo, las luchas por la independencia y la guerra civil, donde la tradición convive con una modernidad precaria. Narra la historia de los “vencidos”, a través de la memoria, la experiencia, los anhelos de quienes han sobrevivido o aún viven bajo la sombra de la violencia y del silencio opresor. A través de personajes, que en la historia oficial serían marginales y anónimos, muestra las contradicciones de comunidades donde una cosmovisión compleja une a vivos y muertos, donde los otros seres humanos y la “naturaleza” constituyen un solo mundo. Sugiere también que, si la cultura tradicional constriñe, en sus normas y prohibiciones, también abre vías de escape y resistencia. Sugiere sobre todo que, aun en paisajes arrasados, lo fantástico y el ensueño, la reflexión y el diálogo permiten resistir.

En la narrativa de Couto confirmamos el poder de la literatura, de la escritura que moldea y amplía el lenguaje, de la imaginación que amplía las dimensiones de nuestra vida. Couto recupera y ofrece otras formas de conocer y comprender el mundo y la condición humana mediante la fina construcción de novelas donde entreteje relatos entrelazados o contrapuestos que a su vez dejan escuchar las historias de niños, hombres y mujeres cuya experiencia está también atravesada de otros relatos –leyendas y mitos, recuerdos de sus antepasados, sus propias interpretaciones del mundo.

Como el Quijote o Pedro Páramo, las novelas de Couto destacan además por su lenguaje. Si novelas como “Tierra sonámbula”, “Venenos de dios, remedios del diablo” o “El mapeador de ausencias” fascinan, conmueven o inquietan no es sólo porque a ellas subyacen un pensamiento y una sensibilidad profundos, es también –o sobre todo– por la maestría de una escritura que vivifica y colorea el lenguaje. En ella los juegos de palabras y neologismos densifican el sentido del decir, la convivencia de palabras o imágenes de idiomas locales con el portugués, de la oralidad y de lo escrito y su bagaje, crean un lenguaje original y poderoso.

Además de escuchar, imaginar y transmitir historias, el autor de “La confesión de la leona” sabe escuchar los silencios. El protagonista de esta novela, cazador de leones, sabe escuchar a quienes no son ni han sido escuchadas, a mujeres oprimidas en un mundo de hombres, cuyas normas sociales y violencias cotidianas las condenan al encierro, a morir en vida. A mujeres, guardianas del legado ancestral, que en éste han conservado también la conexión con el mundo animal y vegetal. En ese legado, y en su propia fuerza vital, algunas encuentran, pese a todo, una fuerza transformadora que, si no libera, permite disentir y resistir.

Este breve acercamiento es apenas un esbozo a una novelística rica en matices y metáforas, que en su complejidad y sutileza pone en cuestión la violencia, la falsa superioridad de lo “puro” y los discursos autoritarios o vacíos. Una literatura de nuestro tiempo, que nos rescata de la soledad y nos invita a escuchar y leer y conformar junto con sus personajes una comunidad de narradores, a reconocer e imaginar otras formas de contar y contarnos el mundo.