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El origen del mal
No soy fuerte, ni valiente, tuve que serlo.
Te amo, te busco, te espero, y anhelo el día en que pueda abrazarte, en que pueda escucharte llamarme mamá, y ver tu hermosa sonrisa con tus ojos llenos de vida.
Dios te llene de amor mi niño bonito, donde quiera que estés espero tengas paz, que pronto se ilumine tu camino para que vuelvas a casa y nunca nos olvides.
¡Duele mucho tu ausencia!"
Carta de Laura Galván a su hijo Luis Alberto (fragmento).
La masacre en el bar “Los Cantaritos” el sábado pasado, no debe ser vista como un hecho aislado. Antes célebre por su condición de estado seguro, hoy Querétaro es presa del terrorífico circuito del crimen que diezma al país y todo indica que la perla del Bajío será un botín atractivo, pues en pocos lugares de México se ha dado un desarrollo tan sostenido y exitoso como en esta localidad.
Además, es triste es que, al momento presente, no exista ninguna garantía, ni ejemplo o caso de éxito que sirva de modelo a los queretanos y les muestre la forma de apagar el fuego y volver a sentirse seguros.
Como referente de la inercia que se adueña del centro de la República y expande lo que se vive en el norte, el pacífico y la frontera sur, -marcada por el vía crucis que sobreviven, y muchas veces no, los migrantes que se atreven a pasar por México en su camino a los Estados Unidos-; lo que acontece en Querétaro, Guanajuato, Morelos, Zacatecas, Aguascalientes y el Estado de México, pone de manifiesto la sintomatología del descuido y el hecho de que, si antes en México la vida valía poco, hoy ya no vale nada.
He estado cerca de Dan Israel y Grace Hernández Morán. Originarios de Torreón y hermanos de Dan Jeremeel, desaparecido en diciembre de 2008, mis amigos hablan con soltura de su labor como defensores de los derechos humanos, porque decidieron aceptar lo que la vida les puso de frente y dejar claro que después de la desaparición de un ser querido nada es igual y se vive con un dolor que no se quita, ni se cura.
Animado, aunque con un dejo de tristeza en la mirada y una voz que parece fuerte pero que se entrecorta con la emoción, Dan evoca los inicios de su militancia: “los vacíos y dificultades que tuve que enfrentar cuando empezó la búsqueda de mi hermano, no me dejaron otra opción que exigir una legislación que nos ayudara a sobrepasar los obstáculos. Fue así como nació la Ley general de desaparición forzada (2017), misma que impulsé junto con otros familiares de víctimas que tampoco sabían que camino seguir.”
A pesar de la fuerza que quiere transmitir, el temple abandona a Dan Israel cuando habla del día a día de un buscador y de lo complejo -y casi imposible- que se vuelve identificar a los amados entre miles de huesos, restos desfigurados y un sistema forense rebasado e insuficiente que pareciera estar ahí con el fin quebrantar los procedimientos en lugar de maximizarlos, porque de la ley a la acción hay un largo trecho.
Después de escuchar las experiencias de este hombre tan tenaz, me llama la atención que sus mayores preocupaciones, además de encontrar vivo a su hermano, sean la violencia que hoy destruye México, la sangre y la muerte que dejan los fuegos cruzados entre autoridades y criminales, pero más que nada, las vidas inocentes que se pierden en medio de las detonaciones: “muchos tienen la mala suerte de ser alcanzados por las balas por error. Esto es más común de lo que pensamos.”
En ese sentido, Grace es más tajante. Ella asegura que no sólo son los migrantes, ni los integrantes de los cárteles disputándose una plaza: “mientras no comprendamos que el fenómeno de la desaparición forzada empieza con los que caen por estar en el momento y en el lugar equivocado, no habrá manera de avanzar. Ellos son los primeros que desaparecen. El Estado debe responder por las víctimas inocentes y no “borrarlas ni dejarlas sin nombre”, por más injustificable y condenable que sea una muerte sin razón de ser”.
Después de lo que me confían los hermanos Hernández Morán, lo único que se me ocurre es ofrecerles un intento de empatía y honrar su dolor.
El primer paso hacia el cambio es dejar de negar lo que sucede, marchar, luchar e incluso adentrarse en los -muchas veces decepcionantes- terrenos del activismo, para denunciar la impunidad, poner por delante el valor la vida y evitar masacres como la de Querétaro.
No es posible continuar pasando por alto lo que más importa. La paz en México también depende de nosotros.