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La presidenta se debilita

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OpiniónEl Economista

El título de este artículo parece una falsedad si se da un vistazo a las encuestas de popularidad de la presidenta Sheinbaum. Estas dan un rango de popularidad entre el 70 y el 85% para ella, mayor que los números que tuvo López Obrador. Inclusive, en un cara a cara con Nayib Bukele, presidente a punto de volverse dictador de El Salvador, Claudia Sheinbaum (CS) resultó ser la presidenta más popular del mundo, según Grok, la IA de X. "Esa estuvo buena", comentó Sheinbaum en su conferencia del 27 de marzo y agregó: “Se explica por sí misma". 

Es interesante recodar que, en un tiempo, Mussolini y Hitler fueron muy populares, despertando admiración alrededor del mundo. Pero regresemos a las encuestas. Sobre ellas siempre se dice que son fotografías de un momento lo cual es cierto, pero también son algo más. Incluso las encuestas mejor hechas tienen algo de mentira.

No estar en desacuerdo con algo no significa necesariamente apoyarlo. Puede significar: a) no tengo la menor idea, pero suena bien; b) no me afecta o no me interesa; no sé de qué se trata, pero apoyo a ese partido o político; y, desde luego, sé de qué se trata y estoy de acuerdo. Este último rubro, me temo, es el que menos peso tiene. Esto trae a colación una noción que ya se volvió un hecho: el votante se inclina en función de sentimientos, prejuicios y narrativas.

Esto significa que, a pesar de las encuestas, CS puede no ser una presidenta con fuerza política. Popularidad no se traduce automáticamente en influencia. Hay varios casos que demuestran esto. El primero fue el de sus propuestas sobre nepotismo y no reelección. A la presidenta le convenía que se aprobaran a partir de 2027 porque le daría mayor juego para decidir candidaturas. Pero los grupos de Ricardo Monreal y Adán Augusto López en el Congreso no lo aceptaron y la mandataria tuvo que acceder que se apliquen a partir de 2030, cuando ella irá de salida.

Un segundo caso fue el de la reforma del ISSSTE, tema por el que se confrontó con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y perdió. Ante las amenazas de esta organización de escalar el conflicto, la presidenta retiró su propuesta con argumentos pueriles: “no se entendió la propuesta”, “nunca haré nada contra los maestros y maestras”, etc.

Un caso menos visible fue su diferencia con el fiscal Gertz Manero en torno al caso Teuchitlán. CS quería que la FGR atrajera el caso lo más pronto posible para tener mayor control sobre la situación. Gertz se resistió por semanas, a pesar de los continuos llamados de Sheinbaum. Finalmente, luego de que la FGR prácticamente acusó a la Fiscalía de Jalisco de ineficiente y probablemente cómplice, aceptó el 25 de marzo atraer el caso. Esto significa simplemente que el titular de la procuración de justicia no tiene ahora la misma relación que sostuvo con el anterior inquilino de Palacio Nacional.

El más reciente caso fue el de Cuauhtémoc Blanco. Haber desaforado a este hombre habría demostrado que cuando CS dijo “llegamos todas” no había construido una frase vacía. De todos modos, Blanco no corría riesgo alguno, la nueva gobernadora y la Fiscalía de Morelos lo habrían absuelto. La presidenta y el Congreso habrían señalado que se cumplió. Sin embargo, no fue el caso. El ”llegamos todas” no incluye a las mujeres que demandan justicia, sean madres buscadoras o víctimas de poderosos. Probablemente este asunto y la resistencia de la mandataria a reunirse con las madres buscadoras son los que más exponen la falta de sororidad de quien ocupa la cabeza del ejecutivo federal.

Respecto al tema de los desaparecidos y el crimen organizado, me sorprende que varios columnistas y analistas esperen que Sheinbaum “rompa” con el pasado, subrayan que es momento de que cambie el discurso que dejó López Obrador hacia las organizaciones de derechos humanos y el crimen organizado. No sé si esta opinión está basada en buenos deseos o simplemente quieren parecer imparciales.

La presidenta no puede romper con el pasado porque el pasado la sostiene, sin él me temo que tiene poco. Los personajes, la estructura del partido, las alianzas evidentes y las vergonzantes, en fin, todo es obra de AMLO. Lo hemos dicho, MORENA es una gigantesca unión hecha a la imagen y semejanza del anterior ocupante de la Presidencia. Claudia es más parecida a los tecnócratas que a los viejos políticos priistas que educaron al tabasqueño.

En el pasado, los políticos del tricolor iban acopiando su propia fuerza, sus contactos, sus amistades, su tropa leal que lo ayudaría a ascender. Una de las características de López es que no permitía que hubiera lealtades que no fueran para él. Su paso por el PRD le demostró que las tribus debían ser disciplinadas y silenciosas. Ahora que se fue, esas tribus comienzan a moverse y decir cosas que tal vez no se ajusten a la agenda presidencial.

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