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Tómbolas
Dejar la vida a la suerte es el equivalente a dejar de pensar, para actuar en función de factores externos que no entran dentro del control humano. Utilizar instrumentos de la fortuna en política es como jugar a la ruleta rusa esperando que la pistola no esté cargada.
Destruir un sistema jurídico y sustituirlo por otro en forma inmediata, es un fenómeno únicamente visto en procesos revolucionarios como el mexicano y el ruso a principios del siglo pasado, o los del nazifacismo en Italia y Alemania y que concluyeron en un baño de sangre sin precedente en la historia mundial.
En el caso del proceso iniciado para demoler los mecanismos a partir de los cuales se imparte justicia en nuestro país, el objetivo no ha sido aumentar la eficiencia del sistema, sino absorber al Poder Judicial para convertirlo en un apéndice del aparato de control político de Morena en el Ejecutivo y en el Legislativo. Pero incluso cuando se trata de construir un régimen autoritario hay que tener el conocimiento mínimo para elaborar un plan coherente.
El espectáculo de la tómbola realizada hace unos días para determinar quién permanece y quién se va de forma casi inmediata de la institución judicial, es parte de la irracionalidad de un proyecto político destinado a deshacerse de la inteligencia jurídica y sustituirla por ignorantes leales a la 4T. Esta fue la manera como López Obrador destruyó organismos autónomos e instituciones basadas en el conocimiento y el profesionalismo, para convertirlas en instancias inoperantes cuya desaparición se justificaría debido a su obsolescencia.
Así, el Inai, INE y otros mecanismos reguladores de la vida económica y social de México fueron anulados, junto con el sistema de impartición de justicia, del esquema de equilibrios necesarios para hacer viable una democracia funcional. Su sustituto es el poder centralizado y único, operado en su mayoría por individuos carentes de la más mínima idea de lo que significa el manejo de la administración pública.
Ante el rechazo a debatir propuestas por considerar a sus interlocutores de distintas ramas como enemigos y traidores, el monólogo autoritario llega al absurdo de sortear en una tómbola el futuro de jueces cuya evaluación es desconocida, pero su destino decidido por senadores analfabetas y porriles.
Se trata únicamente de considerar a la democracia mexicana como un régimen falsario que hay que sustituir por la “verdadera democracia” del pueblo. Es decir por la voluntad presidencial que nos representa a todos y por lo tanto es incuestionable.
Cambiar a tecnócratas por leales desconocedores del tema, significa jugar a una tómbola donde todas las pelotas están marcadas con el símbolo de la ignorancia. El resultado es un desorden total y absoluto de dimensiones desconocidas.