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Trump y la trampa de Tucídides
A finales del año pasado, Michael Cembalest, estratega jefe de JP Morgan, lanzó una advertencia clave: la llamada Trampa de Tucídides podría marcar el rumbo económico global este año. Este concepto fue acuñado por Graham Allison al analizar el conflicto entre Atenas y Esparta, descrito por el historiador griego Tucídides, y lo aplicó al escenario actual entre China y Estados Unidos. Plantea que el ascenso acelerado de una potencia emergente genera inevitablemente tensiones peligrosas con la potencia dominante. Según Allison, de 16 casos históricos, 12 culminaron en guerra abierta.
Esta teoría cobra relevancia ante la actual confrontación entre EU y China, que tiene en vilo a los mercados globales. Más allá de la narrativa sobre equilibrar déficits comerciales, la estrategia de Trump busca explícitamente forzar a sus aliados a romper por completo sus relaciones comerciales con China, intentando así detener su ascenso industrial de forma abrupta.
Trump apostó temprano y fuerte por esta estrategia: impuso tarifas comerciales de hasta 104% sobre importaciones chinas, afectando a casi todos los socios comerciales de Estados Unidos. La reacción china fue inmediata, anunciando aranceles adicionales que suman hasta 84% sobre productos estadounidenses, además de medidas estratégicas contundentes como suspender el suministro de minerales críticos esenciales para las industrias de defensa y tecnologías limpias. Pekín también evalúa otras represalias simbólicas, pero significativas, como cancelar la cooperación antidrogas sobre fentanilo y restringir el acceso de Hollywood a su mercado.
Las consecuencias de este enfrentamiento trascienden lo comercial y adquieren dimensiones estratégicas profundas. Europa está atrapada entre la espada y la pared: por un lado, enfrentar la presión de Washington —que amenaza con retirar apoyos financieros clave vía líneas swap y debilitar la alianza militar representada por la OTAN— y por otro, la posibilidad de romper con China, provocando un daño económico irreparable.
La estrategia de Trump implica riesgos inéditos. En su búsqueda por frenar a China, podría provocar una reacción desmedida de Xi Jinping, incluyendo una potencial acción militar contra Taiwán, lo que impactaría el suministro global de semiconductores y frenaría avances tecnológicos vitales en inteligencia artificial.
Sin embargo, detrás de esta postura aparentemente irracional, existe una lógica fría: si Trump logra aislar económicamente a China sin desencadenar una guerra tradicional, EU podría recuperar una posición de dominio global similar a la vivida tras la Segunda Guerra Mundial o después del colapso soviético. México sirve de ejemplo claro de esta lógica estratégica: al bloquear importaciones chinas, podría frenar significativamente la crisis del fentanilo, demostrando además una disposición extrema para enfrentar incluso militarmente a grupos criminales.
Es necesario reconocer que esta estrategia, aunque arriesgada, obedece a cálculos profundos y estudiados. Pero vale cuestionar si este era el momento oportuno para una maniobra de tal magnitud. Trump se está jugando su legado en una apuesta extremadamente riesgosa. Si logra el objetivo, podría asegurar su lugar en la historia; si fracasa, las consecuencias serán devastadoras para los mercados, las economías y la estabilidad global.
Quizá detrás del caos que domina las noticias y los mercados financieros exista una lógica más profunda. Lo único seguro es que esta arriesgada apuesta nos involucra a todos, sin excepción.