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Política

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Tras el sismo, la ayuda sobraba

El ansia de ubicar víctimas se transformaba en pequeñas brigadas hurgando en las rendijas de las losas colapsadas. En minutos, la resiliencia se activó, después, el caos se volvió orden.

Ante la desgracia, la sociedad se desbordó.

Tras el sismo de magnitud de 7.1 grados, ocurrido a las 13:14 horas del martes 19 de septiembre pasado, la sociedad mexicana reaccionó; se volcó a las calles para llegar a los sitios donde hubo edificios colapsados y prestar ayuda. En minutos la resiliencia se activó.

La ciudad se dividió en tres sectores donde la tragedia dejó huella: el sur, donde al menos nueve sitios registraron derrumbes o edificios afectados; la zona de Benito Juárez, donde hubo siete sitios, convocó la ayuda de autoridades y civiles, y la tercera, más al norte, en Miguel Hidalgo, Cuauhtémoc y Gustavo A. Madero, donde se declaró la emergencia en al menos ocho sitios.

Todos los caminos conducían al Colegio Rébsamen.

La tragedia vino del sur, desde los primeros minutos posteriores al sismo. Las primeras noticias preocupantes salieron del Colegio Rébsamen, ubicado en la esquina de Rancho Tamboreo y calzada de las Brujas, en la colonia Nueva Oriental Coapa. El edificio ubicado en la parte frontal del predio se colapsó. Entre los bloques de cemento quedaron atrapados niños y adultos.

Por la noche del martes, cuando el presidente Enrique Peña Nieto hizo un recorrido por el lugar, se reportó la muerte de 22 menores de edad y dos adultos, además de la desaparición de 30 niños y ocho adultos.

Para entonces la calzada Acoxpa, que es una de las avenidas aledañas más importantes de la zona, se había convertido en un sitio donde caminaban personas en dirección a la escuela. Otros más llegaron por avenida División del Norte y otros por canal de Miramontes, hasta llegar a calzada de las Brujas. Primero llegaron vecinos, luego los cuerpos de rescate, el Ejército y la Marina, que al final tomaron el control de la emergencia.

Al principio voluntarios y rescatistas llegaron de manera desordenada hasta la calle que lucía como un callejón. Poco a poco las autoridades fueron acordonando el lugar. Para cuando llegó el presidente, era difícil ingresar hasta la zona del desastre.

Se empezó a montar un improvisado operativo que funcionó en al menos cuatro sectores a partir del sitio donde fue el derrumbe, hasta llegar al cruce de las calles Acoxpa y División del Norte.

La ayuda y la gente corrieron como ríos. En pocas horas se reunieron decenas y decenas de botellas de agua, comida, fruta, cobijas y medicinas...

La calzada Acoxpa, desde el lugar donde está el Sam’s, se convirtió en un enorme estacionamiento en sus carriles laterales de camiones pesados, incluidos varios del Ejército, con maquinaria pesada esperando entrar.

Así pasó la noche

Cuando amaneció, había un primer cordón en Acoxpa y División del Norte. Ahí se recibían los víveres y las medicinas. Las dos cuadras que separan de la calzada de las Brujas estaban tomadas por voluntarios esperando el turno para entrar. Ahí estaban campamentos improvisados de médicos, esperando turno, voluntarios que iban a remover escombros, y justo en la esquina de División del Norte con Calzada de las Brujas estaba el filtro mayor.

Ahí se instaló la mayor parte de las cámaras de televisión transmitiendo en vivo en México y a otras naciones. Hasta ahí llegaban las instrucciones de la zona cero. Eran solicitudes precisas, desde un cirujano neurólogo, tanques de oxígeno, un ambulancia, camillas, hasta analgésicos. A un costado de la calle se improvisó un depósito de medicamentos.

A las 4 de la tarde del miércoles, la instrucción era: “Ya no necesitamos agua, ni víveres. Necesitamos equipos de laringoscopia infantil, camillas con inmovilizador, collarines rígidos, sábanas térmicas y fentanil”.

Para la noche, la búsqueda se volvía infructuosa. Las cadenas de televisión hablaban de una niña llamada Frida Sofía a quien estaban a punto de rescatar. Así transcurrió la noche y la mañana del jueves. Al final, Frida nunca existió.

El caos estaba bajo los bloques de cemento, afuera, en los cordones de ayuda, la sociedad, civiles, rescatistas y autoridades trabajaban coordinados. Una mano en alto convertía aquello en un absoluto silencio. Nadie ignoraba el llamado. La tarde del jueves la Secretaría de Marina informó que no había más niños atrapados. Once niños fueron rescatados vivos y fueron sacados los cuerpos de 19 menores fallecidos y seis adultos que también perdieron la vida en ese colegio. Sociedad civil y gobierno hicieron equipo y funcionó.

Xochimilco

En Xochimilco, al menos seis edificios se derrumbaron, dos de ellos en la colonia San Gregorio Atlapulco, uno en Barrio 18, otro en Barrio del Rosario, otro en Santa Cruz y uno más en Santa María Tepepan.

La ayuda tardó en llegar, pero al final, gracias a los llamados en redes sociales, se volcó hasta los afectados. Un grupo de más de 60 personas agredió al jefe delegacional, Avelino Méndez, quien fue obligado a retirarse corriendo cuando se presentó en un lugar donde rescatistas estaban trabajando. Varios lo patearon cuando iba en retirada.

Zona centro

La sociedad se desbordó

En la delegación Benito Juárez, donde al menos seis edificios se colapsaron y otros 32 están en riesgo de venirse abajo, cuando callaron las sirenas del particular sonido de alerta sísmica, vino la desesperación por llegar a los sitios donde las nubes de polvo y los estruendos acusaban la desgracia.

Los albañiles corrieron. Detrás de ellos, los vecinos alarmados. Las redes de WhatsApp integradas pensando en la delincuencia ahora servían para comunicar la emergencia.

Así se supo de inmediato que el edificio ubicado en la esquina de la calle Gabriel Mancera y Escocia había colapsado. Instantes después llegó un contingente de la Policía Federal, luego del Gobierno de la Ciudad de México y de la delegación Benito Juárez, posteriormente, la Cruz Roja, soldados y de la Marina.

Un grupo reducido se quedó en el edificio de Gabriel Mancera, esquina Escocia, pero la mayoría de los voluntarios y rescatistas corrieron hacia el ubicado en la esquina de Escocia y Edimburgo que lucía como una montaña copada por decenas de personas quitando con las manos los escombros buscando gente atrapada. Aquello era un caos: gente corriendo de un lado a otro, ulular de sirenas, el rasposo ruido de contenedores de basura arrastrado sobre el pavimento con restos de cemento, gente gritando pidiendo ayuda.

La desesperación de saber que había gente atrapada ahí dentro, el ansia de ubicarlos, se transformaba en pequeñas brigadas espontáneas hurgando en las rendijas de las losas apiladas. Los que alcanzaron salir y sus vecinos que los vieron lloraban quedito en las aceras.

De pronto, y en repetidas ocasiones, desde la cima del desastre, levantaban la mano, abrían y cerraban los puños. Era la señal de guardar absoluto silencio. Dicen que se escuchaban las voces pidiendo auxilio.

De inmediato arreciaban los trabajos, literalmente volaban de un par de manos a otro botes de pintura con cascajo, pero la montaña parecía la misma.

Del caos al orden

Conforme fue avanzando la tarde, ahí en la llamada zona cero, aparecían más los marinos, pero los civiles jamás se fueron. Estaban a ambos costados jalando cuerdas, varillas y cachos de concreto. La escena se multiplicó en cada una de las zonas de desastre: Tanana y Viaducto Miguel Alemán, Galicia y Niños Héroes, Concepción Béistegui y Yácatas, Eugenia y Edimburgo, así como en Providencia y avenida Coyoacán. Con la noche el caos fue dando paso a la improvisada organización.

Primero fueron los albañiles quienes calculaban por dónde había que buscar a los atrapados; luego, los rescatistas de la Cruz Roja; luego, los marinos. Para la entrada de la madrugada, prácticamente dentro de los escombros estaban los expertos. Vecinos y voluntarios tenían ya otros encargos: sacar el cascajo, remover escombros. Al amanecer, el caos había ­desaparecido, la tragedia continuaba y las ganas de ayudar se mantenían intactas.

En la mayor parte de zonas de ­desastre, donde había edificios colapsados, permanecían los voluntarios, esos que cuando les preguntan por qué llegaron hasta ahí respondían: “sólo somos civiles que queremos ayudar”, y los que formaban parte de la llamada sociedad civil organizada: scouts, socorristas de la Cruz Roja, universitarios, albañiles, de iglesias….

Para llegar al lugar donde estaban los trabajos de rescate, había que pasar varios filtros. Al primero sólo llegaba la ayuda, desde comida hasta medicamentos y herramientas que pasaban a un segundo filtro, donde voluntarios las organizaban para pasarlas a un siguiente filtro, donde prácticamente estaban sólo policías, soldados y marinos.

Zona centro-norte

La impotencia genera fricciones

A 30 horas del sismo, en algunos puntos había edificios colapsados donde era evidente que podría haber gente atrapada. No se sabía si con vida o no, pero permanecían intactos.

Alrededor de las 20 horas en el predio que en pie estuvo marcado con el número 25 de la calle Ámsterdam, esquina Cacahuamilpa, en la colonia Condesa, decenas de voluntarios exigían a personal del Ejercito dejarlos entrar a los escombros, pues no se había “movido ni una piedra”.

Varias personas que habían permanecido ahí desde que la tierra se movió aseguraban que al menos habría cinco personas atrapadas en la construcción que colapsó.

Las autoridades habían decidido no intervenir el lugar debido al “eminente” riesgo de explosión por una fuga de gas.

Los voluntarios, con picos, mazos y palas no entendían razones: “piedra por piedra”, “a mí no me importa lo que me pase”, “guachos, déjennos pasar, chingao” y “que no entre la maquinaria”, eran expresiones de frustración y enojo de los civiles que querían responder al reclamo y llanto de la hija de una de las víctimas, quien les recriminaba: “Les deseo de corazón que su mamá no esté en la posición que está mi madre, ahí encerrada, sin vida, a lo mejor”.

El encargado del rescate en ese punto, Armando Rodríguez, quien se presentó como “encargado de Protección Civil del Estado”, les informó que no sería posible ingresar a los restos del edificio de departamentos.

“Me duele como a cada uno de ustedes. Hoy siento que les fallé a las personas de allá dentro, creo que hice todo para darles una segunda oportunidad y no abandonar el barco, me siento triste. Por hoy no es válido arriesgar a ustedes allá adentro (…) No nos podemos dar por vencidos por una batalla, nos falta una guerra”.

La reacción de la gente fue cuestionarlo: “¿cómo vamos a dejar a gente bajo los escombros?” “Piedra por piedra”, gritaban los voluntarios que estaban listos para entrar en el momento que se diera la orden.

Nadie quería creer en sus palabras. “Hemos visto en otros terremotos, como el del 85, que sobreviven hasta 48 horas o más días”, lanzó Román Borrego, habitante de la Gustavo A. Madero, quien acudió a ayudar, como un día antes lo hizo en Chimalpopoca y Bolívar, donde una fábrica de textiles también colapsó.

“¿Por qué no traen un escáner térmico?”, sugirió alguien. “Todos estamos bajo riesgo, cabrón; todos, güey. A mí no me importa lo que me pase”, espetó otro voluntario.

Por su parte, los elementos del Ejército formaron su propia valla humana para evitar que alguien ingresara a la zona de escombros.

Daysi López, hija de María Ortiz, una de las personas atrapadas en los restos del edificio, gritaba: “No es justo. Les deseo de corazón que su mamá no esté en la posición que está mi madre (…) Les deseo de corazón que no estén en mi lugar”.

Después de las 20:00 horas, un elemento del Ejercito se acercó a Daysi López; el motivo: explicarle por qué se habían detenido los trabajos para rescatar a las víctimas que quedaron prensadas entre los pedazos de lo que algún día fue un edificio de tres niveles. “Que no pueden entrar por la acumulación de gas. Me dicen que hay cuerpos, ahorita metieron perros y ladraron, lo cual indica que hay cuerpos adentro, pero no pueden pasar porque no pudieron eliminar el exceso de gas, además de que la entrada se puede colapsar, se derrumbaría el edificio y correrían riesgo ellos. Pero lo que les digo, estamos desde la mañana y nunca hicieron nada, siempre el argumento fue la acumulación de gas”.

Óscar Villalba, director operativo de la organización civil GRUMP, quien permanecía también en espera de que el Ejército diera la autorización para ingresar, dijo: “Yo vengo a buscar gente viva o gente muerta. Aquí quien está dando esa orden (de no entrar) no soy yo. Quien está dando esa orden es el Ejército; si no, yo ya estaría adentro buscando cuerpos.”

“Todos ayudamos para que pases, hay que organizar y nos vamos”, propuso alguien más en la oscuridad. “En Tlalpan hicieron lo mismo, no los dejaron pasar, se metieron a la fuerza y sacaron a tres personas vivas”, planteó otro voluntario.

“La gente estuvo aquí, nos coordinamos, llegaron médicos, llegaron rescatistas, teníamos más de 600 voluntarios y no podíamos mover una sola piedra. Se está muriendo la gente, nos da coraje, se está muriendo tu patria. Toda la gente estamos aquí, sólo queríamos mover una piedra, es lo único que queríamos”.

Y así transcurrió la noche, sin que se moviera una sola piedra, sin que de los escombros saliera alguien más con vida. El Ejército, asegurando que no entrara nadie a la zona cero, y los voluntarios, esperando a oscuras a que les dieran el sí para movilizarse, con la esperanza de que no fuera demasiado tarde.

Pero ése no era el único lugar del centro-norte de la ciudad en el que se estaban buscando personas atrapadas. En el inmueble ubicado en el número 268 de Álvaro Obregón, donde se reportaron hasta 20 personas atrapadas entre los escombros, los esfuerzos rindieron frutos. Tres capitalinos fueron rescatados en las últimas horas de la noche del miércoles.

Otros puntos donde también se efectuaron tareas de rescate fueron en Salamanca y Puebla, Salamanca y Oaxaca, Álvaro Obregón y Valladolid, Medellín y Tabasco, Medellín y Querétaro, así como en Yucatán 286. La solidaridad fue la constante de sur a norte y de regreso.

amp

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