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Tener una mujer en la presidencia: Implicaciones en el lenguaje y contexto mexicano
Más allá de posiciones, militancia o partidos políticos, el hecho de que una mujer ocupe esta posición nos obliga a empezar a utilizar de manera constante la palabra “presidenta”; y, sobre todo, tiene implicaciones sociales.
México está estrenando la palabra presidenta, así en femenino. Este 1 de octubre, Claudia Sheinbaum Pardo se convierte en la primera mujer en ocupar la silla presidencial en la historia del país y una de las apenas 27 jefas de Estado del mundo.
Más allá de posiciones, militancia o partidos políticos, el hecho de que una mujer ocupe esta posición nos obliga a empezar a utilizar de manera constante la palabra “presidenta”; y, sobre todo, tiene implicaciones sociales.
Aunque el uso del femenino “presidenta” está reconocido y recomendado, incluso por la RAE (Real Academia Española), todavía hay mucha gente que se rehúsa y prefiere utilizar el masculino genérico. Adicionalmente, el mundo no cuenta con muchas mujeres presidentas, por lo que el uso de “presidente” se posiciona como la norma.
Entendiendo lo que esconde el masculino genérico
El masculino genérico históricamente se ha entendido como el universal, como la forma adecuada y suficiente para representar tanto a hombres como mujeres en los discursos públicos y la llegada de una presidenta desafía esta postura, explica Hortensia Moreno Esparza, investigadora del CIEG (Centro de Investigaciones y Estudios de Género) de la UNAM.
Hay quienes (lingüistas y no lingüistas) consideran que usar el masculino genérico “presidente” es suficiente, aun cuando sea una mujer la que ocupe ese cargo y aun cuando la RAE aprueba su uso. Esto prueba que, efectivamente, el uso de las palabras esconde mensajes, contextos e ideas sociales.
Un ejemplo más explícito: “sirviente” es el mismo caso lexicográfico que “presidente”, pero aquí el uso del femenino “sirvienta” es ampliamente aceptado y utilizado; no así “presidenta”. Esto se explica porque la segregación ocupacional por género nos hace pensar que, si hablamos de un sirviente, debe ser una mujer; pero si hablamos de un presidente, debe ser hombre.
"Este ejemplo muestra que sí hay un contexto sociocultural en el lenguaje; y este contexto sociocultural implica posicionamientos políticos: nos parece extraño que haya una mujer en el poder, pero no nos parece extraño que haya mujeres lavando pisos y haciendo la comida”, dijo la especialista en lenguaje y género en entrevista con El Economista.
Desafiando al masculino genérico
En el contexto mexicano donde, por primera vez, una mujer se convierte en presidenta electa; el uso del masculino genérico se desafía, a través de la normalización y socialización del femenino “presidenta”.
Además de usar más el femenino “presidenta”, también surgen modificaciones en los puntos de vista y las percepciones de la sociedad, que pasa de pensar en el término como algo que describe lo que no existe, a describir una realidad con nombres y apellidos.
"Una mujer en la presidencia implica una modificación integral de la composición del poder político. Por lo tanto, hay una modificación de las formas en que tenemos que empezar a concebir este mundo, en donde ya hay muchas mujeres”, explicó.
La investigadora y académica también resaltó que, en cierto sentido, el masculino genérico va a quedar relegado de alguna manera, porque si hay una presidenta, tendremos que referirnos a ella en femenino y será también en femenino en que se encausen los discursos.
“Presidenta” y el lenguaje incluyente
Como el lenguaje esconde cuestiones sociales y culturales, sus usos también exponen posiciones o ideales. En la última década ha surgido un debate importante alrededor del lenguaje incluyente, que –entre otras cosas– busca dar visibilizar a grupos, comunidades o identidades que históricamente han sido marginadas.
La feminización de las palabras, como “presidenta”, es uno de los tantos esfuerzos que se han hecho desde la lingüística descriptiva, la sociología y otras disciplinas por cambiar estas realidades.
El lenguaje incluyente aparece con la feminización de las palabras y el cuestionamiento del masculino genérico, que empiezan hace 50 años, y que, en todo este tiempo, el feminismo ha logrado posicionar”, explicó Moreno Esparza.
En este sentido el contexto implica una evidencia de que las mujeres estamos ocupando el espacio público y en consecuencia requerimos de herramientas lingüísticas que nos nombren. Y no sólo que nos nombren, sino que describan nuestras experiencias y no las de los hombres.
Desde la perspectiva del lenguaje incluyente se parte de la idea de que no se trata sólo de palabras. Moreno Esparza resalta que, desde esta trinchera, se cuestiona el lugar desde donde se escriben las “reglas” del lenguaje; quiénes las escriben y con qué implicaciones las escriben.
“Yo creo que tenemos que defender el lenguaje inclusivo y no sexista también hay que proteger el lenguaje de las intervenciones sexistas, digamos así abiertas y brutales. Hay que procurar que el lenguaje no se convierta nunca en un arma de discriminación. Hay que visibilizar la existencia de personas con identidades disidentes y nombrarlas. Hay que usar la lengua para nombrar las experiencias y de formas de vida y de individualidades y de identidades que no han estado en el foco de la atención, porque históricamente han permanecido en el margen”.
Hay que nombrar a las mujeres en sus posiciones correctamente, porque lo que no se nombra, no existe. “Esta es también una forma de decir: estamos aquí”, concluyó Hortensia Moreno, quien es también directora de la revista Debate feminista.