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Turquía, paradigma de “autoritarismo electoral”
En 2023 Turquía conmemorará el centenario de la fundación de su República por Mustafa Kemal “Ataturk” y también celebrará el 18 de junio elecciones presidenciales y legislativas, las cuales serán cruciales para el futuro del país. El presidente Erdoğan está por cumplir 20 años en el poder. Al principio logró estabilizar su economía, reducir los niveles de inflación e iniciar un impresionante despegue. Turquía parecía haber entrado en el grupo de economías emergentes registrando niveles de crecimiento comparables con los de China. Pero hoy el panorama se ha descompuesto y no solo por la pandemia y la guerra de Ucrania, sino también por malas decisiones tomadas por el presidente. La inflación se ha vuelto a desatar, la lira turca se ha devaluado espectacularmente (en 2017 un dólar equivalía a 3.6 liras turcas, hoy son 18.5), el desempleo repunta y la confianza pública en la capacidad de Erdogan para superar esta coyuntura es muy escasa. En 2010, el presidente turco se comprometió a situar a su nación entre las diez economías más grandes del mundo, pero hoy apenas se ubica en el puesto 19.
¿Está, por tanto, Erdogan condenado a perder el poder? En absoluto. Las elecciones en Turquía se celebran bajo injustas condiciones de competencia debido al control gubernamental de los medios de comunicación, a los notables y constantes abusos en la administración de los recursos estatales y a los arbitrarios poderes del Ejecutivo sobre las autoridades judiciales y electorales. Por si fuera poco, enmiendas recientes a la ley electoral y la promulgación de una “Ley de Desinformación” crean más ventajas para el gobierno sobre el proceso electoral. Esta hegemonía permitió la inhabilitación del carismático alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, por, supuestamente, haber insultado a los miembros de la Junta Electoral. Imamoglu es la figura más relevante de la oposición turca y vetar su participación en las próximas elecciones supondría la consolidación definitiva de la dictadura.
Las tiranías ya no son como antes. Los regímenes militares y de partido único están desapareciendo. Actualmente los autócratas organizan elecciones multipartidarias supervisadas y sancionadas por autoridades afines. El politólogo Andreas Schedler llama a estos regímenes “autoritarismos electorales”, porque “practican el autoritarismo detrás de las fachadas institucionales de la democracia representativa, pero celebran elecciones multipartidarias violando los elementales principios democráticos de manera sistemática y profunda”. En Turquía ha sido constante el deterioro del proceso electoral. En el referéndum constitucional de 2017, con el cual se instaló un sistema hiperpresidencialista, la Junta Electoral Central decidió dar por válidos más de un millón de votos sin verificar. También abundaron las polémicas en la reelección de Erdogan de 2018 y las elecciones municipales de 2019 fueron muy cuestionadas por la decisión de la Junta de forzar la repetición del proceso en Estambul para tratar de evitar el triunfo de Imamoglu.
Autoritarismos electivos como el de Turquía se están multiplicando por doquier en el mundo: Rusia, Hungría, Venezuela, Nicaragua y un creciente etcétera el cual está por incluir a México con el progresivo sometimiento de nuestro Poder Judicial y el infame Plan B de contrareforma electoral. Todos estos casos mantienen un irreductible formato populista, es decir, una centralización exacerbada del poder caracterizada por la desinstitucionalización, y la desconstitucionalización del sistema político. También como sucede con otros populistas, Erdoğan se posiciona como la encarnación de la voluntad nacional, la única persona en condiciones de discernir el bien del mal. Al dividir a la sociedad entre el pueblo bueno/élites malvadas se intenta legitimar de facto al fraude electoral convirtiéndolo en una especie de “acto patriótico” (el “fraude patriótico” del inefable Bartlett, ¿recuerdan?) Por eso, aunque el nuevo sultán turco está perdiendo apoyos electorales, especialmente entre los jóvenes y en áreas urbanas, parece muy remoto verlo acatar a las urnas y abandonar sosegadamente el poder.