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Arte e Ideas

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Crece el interés de editoriales por las adaptaciones al cine

Si bien la relación entre los libros y el audiovisual es centenaria, con grandes adaptaciones que han marcado a generaciones, la conversación profesional entre la industria editorial y el cine recién se está fortaleciendo en México.

Las editoriales tenemos que aprender a pitchear, porque no es lo mismo contar una historia en una cuarta de forros que presentarla a un productor.

Quetzalli de la Concha, representante legal de PRH.

El Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG) es un punto medular para la gestación de proyectos fílmicos y coproducciones internacionales, así como para la vinculación de la industria con otras instituciones y empresas con potencial injerencia en la creciente generación de contenidos audiovisuales en la región.

En particular, hay un interés mutuo entre los sectores cinematográfico y editorial, porque es de esta relación donde históricamente se han gestado grandes productos fílmicos. Consciente de ello, desde el año pasado, el FICG formalizó su programa de industria que, a lo largo de esta semana, ha reunido a gestores cinematográficos del mundo para el encuentro de coproducción, el desarrollo de talentos en Guadalajara, a través de la representación de las escuelas de cine y, a destacar, el llamado Pitch Editorial que desde el año pasado reúne a distintos sellos editoriales que llevan sus títulos con el afán de encontrarle viabilidad fílmica.

Para esta edición del FICG fueron invitados tres sellos, los conglomerados Penguin Random House (PRH) y Grupo Planeta, junto con la editorial local Paraíso Perdido, aunque se anunció que Planeta no estaría finalmente en el pitching presencial por una buena noticia: las historias a presentar en el encuentro se lograron vender con anticipación.

Para el caso del FICG, Penguin trae consigo un catálogo de 38 obras listas para presentar, pero esta semana, en particular, se destaca tres: Lobos (Debolsillo, 2021), de Xavier M. Sotelo, una historia de horror para el público juvenil; la novela El día que no fue (Alfaguara, 2019), de Sandra Lorenzano, y El viaje de los colibríes (2022), una reedición por Grijalbo de la exitosa novela de Sue Zurita publicada de manera independiente en 2014.

El cine y los libros: una relación añeja pero informal

“El cine y la literatura están juntos desde que el cine comenzó a existir”, señala Quetzalli de la Concha, representante legal de Penguin Random House, en entrevista con El Economista en el marco del festival. “Históricamente, la adaptación ha sido parte de la esencia propia del audiovisual. Y si bien la relación es añeja, con grandes adaptaciones que han marcado a muchas generaciones, la conversación entre la industria editorial y el cine no es tan añeja”.

Probablemente es más antiguo el acercamiento entre los directores de cine a las plumas que les seducen que han gestado grandes producciones internacionales y también en el país.

Al respecto, De la Concha refiere que “la industria editorial se acostumbró durante mucho tiempo a ser más bien reactiva. Por lo cual, es relativamente joven el hecho de que también las editoriales tengamos unidades especiales para promover la adaptación de obras literarias al cine. En el caso de PRH, la primera ocasión en que nosotros hicimos un evento para generar el acercamiento con la industria del cine (en México) fue hace ocho años en los Estudios Churubusco. Lo hicimos como pudimos. Queríamos ser nosotros quienes propusiéramos contenidos y no esperar a que fuera la historia la que enganche a un productor o a un director”.

¿Cómo es un pitching literario?

La representante legal de PRH describe el pitching como una serie de encuentros dinámicos donde los agentes literarios disponen de lapsos breves de tiempo, contados en minutos, donde tienen que presentar los pormenores y grandes atractivos de una historia, así como las razones de por qué ésta puede interesar al público de las pantallas. “Pero además nos proponemos para ser los navegantes de ese mar de historias en el acervo de la editorial, para que encuentren la que más se acerque a lo que están buscando, al tipo de emoción o de perfil con los que los productores quieren conectar”.

En el pasado, comenta De la Concha, las editoriales se limitaban a enviar los libros a las casas productoras. “Pero ahora lo que hacemos es sintetizar para que éstos puedan tener el santo y seña sobre el contenido de la obra y evalúen inmediatamente sepan si es lo que están buscando”.

En un año exitoso, para ofrecer una referencia cuantitativa, la entrevistada explica que se firman alrededor de 40 contratos de opción en los que se establece un primer compromiso por parte de los productores, aunque no necesariamente todos terminan cristalizados en la pantalla. “Es un proceso a fuego lento y hay que tener paciencia”.

Ahora bien, precisa la entrevistada, otro punto de interés en este involucramiento es que el proceso de adaptación audiovisual proteja la obra del autor en términos de fiabilidad y derechos de autor, que la historia pueda alcanzar nuevos públicos y que, a su vez, genere nuevos lectores. “Al final, el libro y el audiovisual deben apoyarse, acreditarse y legitimarse como contenidos de calidad”.

Después de todo, señala, el potencial del mercado audiovisual latinoamericano es exponencial y diverso, mucho más que mercados tan específicos como el estadounidense.

A la pregunta sobre si se ha considerado fundar una división para producir materiales audiovisuales, De la Concha comenta que es necesario respetar la expertise de ambos ramos creativos, pero la visión es desarrollar habilidades para la creación de contenidos “que tal vez ahorren pasos a la industria audiovisual”.

ricardo.quiroga@eleconomista.mx

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