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De Sam Shepard a Woody Allen
Hery Moss se muere en brazos de una mexicana de amplias caderas que es mi tocaya: Conchita, la última alegría de un viejo solitario.
Admiro a Sam Shepard desde hace más de una década. El culpable es mi amigo Sergio Zurita, que un día me regaló un librito que se llama Crónicas de motel.
Crónicas de motel me pareció un libro rarísimo para mis 16 años: eran fragmentos de historias, apenas esbozos, vamos, provocaciones para que el lector imaginase el resto. Se me quedó grabada, se me quedará por siempre, la primera historia del libro: una madre y su hijo pequeño cruzan Estados Unidos (en los libros de Shepard casi siempre alguien cruza Estados Unidos en coche) y en un paradero del camino se encuentran un pequeño parque donde hay dinosaurios hechos de concreto. Nada más. Uno tiene que completar: para mí, la mamá y el niño están huyendo, el carro es su casa, su punto de transición hacia una nueva vida. Los dinosaurios son un símbolo de... ¿de qué? ¿Del pasado que los sigue? ¿De lo extraño y solitario que es el mundo? ¿De lo fascinantes que son los paraderos en la carreteras gringas?
Como sabrán, Shepard no sólo es escritor de narrativa, es sobre todo dramaturgo y actor ocasional. Sus obras se han representado varias veces en México, sin gran bombo y eso es extraño porque Shepard ama México. En sus piezas suele haber referencias a nuestro país, como un lugar amable donde se come bien.
Ahora que vienen las vacaciones, ustedes tienen todavía tiempo de ver la última semana de El difunto señor Henry Moss, obra de Shepard que se presenta ahora en el Teatro Milán (Milán y Lucerna, colonia Juárez).
Henry Moss es la típica obra de Shepard: decadente, con grandes referencias a la figura paterna, muy masculina. Dos hermanos, distanciados entre sí, tienen que resolver qué hacer con la muerte de su padre, el tal Moss (representado aquí por el gran actor Arturo Ríos).
Con una serie de flashbacks conocemos los últimos días de Moss, ese fantasma que persigue a sus hijos, un borracho incorregible que se bebió hasta el agua de los floreros. Es una obra triste, con una dosis inquietante de violencia. Otto Minera, el director, optó por las esquinas más oscuras de la obra, porque podría ser una historia muy chistosa pero no lo es.
El 27 de marzo acaba temporada. Vayan a verla y salgan imaginando el resto del cuento, como seguro quiere Sam Shepard.
Woody Allen, filósofo
Woody Allen es otro de mis ídolos. Mi vida cambió cuando tenía nueve años y vi Radio Days en la tele. A partir de ese momento quise ser cineasta, un sueño ahora olvidado. Pero mi afición por el cine allenesco no ha muerto.
Veo cada una de sus cintas esperando que llegue el momento en que me sienta defraudada y, por tanto, exorcizada, pero no ha sido así. Dicen que Woody tuvo su peor momento en los 90, yo no lo creo así.
Y ahora, del siglo XXI para acá, ha tomado vuelo. Comedias y dramas, sus películas en estos últimos 16 años son especiales. Mi favorita es Matchpoint y la que menos me gusta es Vicky Cristina Barcelona.
El pasado fin de semana se estrenó en México la última de Woody y es genial, muy parecida a Matchpoint. Un hombre irracional es una disquisición filosófica en forma de thriller. Joaquin Phoenix estelariza como un profesor de filosofía harto de todo. Para él todo placer ha dejado de existir, ni siquiera es capaz de hacer el amor.
Se enreda en una relación al principio platónica con una alumna, Emma Stone (nueva musa de Allen). Un día escuchan de pasada una historia sobre una injusticia en la que está involucrado un juez local. Un lío se empieza a formar en la cabeza del profesor: ¿y si esta es su oportunidad de hacer justicia? ¿Esto es lo que dará sentido a su vida? ¿Matar es un crimen cuando se hace por el bien?
Un hombre irracional está llena de ironía y mala leche. La filosofía es masturbación . Phoenix es perfecto como hombre dejado de la mano de Dios que un día recobra las ganas de vivir. De entre lo mejor del Woody del siglo XXI.