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Garage Picasso: Ay, la ley

¡Abajo la Ley del Fomento del Libro y la Lectura! El viernes pasado por fin se publicó el reglamento que permite que la célebre, y por mí detestada, ley pueda aplicarse. ¿Por qué la detesto tanto? Porque soy una lectora y esta es una ley que beneficia a la industria editorial, no a los consumidores de libros. De hecho, se basa en que los que ya somos lectores nos importa tanto leer que estamos dispuestos a subsidiar a la industria editorial. Qué sorpresa que el famoso Consejo para el Fomento de la Lectura esté formado por puros industriales. Si estuviéramos hablando de cualquier otro mercado, la Buenas Conciencias ya hubieran hecho un plantón.

Voy a cometer una indiscreción de oficio. Voy a resumir el contenido de esta columna en el primer párrafo: ¡Abajo la Ley del Fomento del Libro y la Lectura!

Muy bien. Si sigue usted conmigo, señor lector, abundaré en el tema. Y una promesa: no más proclamas en lo que resta del texto.

El viernes pasado por fin se publicó el reglamento que permite que la célebre, y por mí detestada, ley pueda aplicarse.

¿Por qué la detesto tanto? Porque soy una lectora y esta es una ley que beneficia a la industria editorial, no a los consumidores de libros. De hecho, se basa en que los que ya somos lectores nos importa tanto leer que estamos dispuestos a subsidiar a la industria editorial. Qué sorpresa que el famoso Consejo para el Fomento de la Lectura esté formado por puros industriales. Si estuviéramos hablando de cualquier otro mercado, la Buenas Conciencias ya hubieran hecho un plantón.

Pero ya se sabe: lo que cuenta es la intención. Si es para vender libros, que se haga lo que sea.

Odio con especial pasión al precio único, deformación de mercado simplona y mal hecha (que en jerga económica equivale a establecer un precio por arriba del precio de equilibrio, es decir al que libremente se venden y se compran las cosas) cuya finalidad es que ahora los libros sí van a estar baratos : un sinsentido económico. Ah, pero qué bien la vendieron los cabilderos.

Pero la ley ya está. La discusión acabó hace años. Mi corazón de escritora y de lectora me pide que sea menos escéptica, que a lo mejor eso de traer modelos europeos para regular nuestro mercado sí sirve a largo plazo. A fin de cuentas, lo que la ley quiere es que la demanda de libros sea menos elástica, es decir, crear más lectores fieles que están dispuestos a pagar lo que sea con tal de leer. Por eso incluye un gran programa de impulso a la lectura y a la edición independiente.

Como escritora quisiera que la ley funcionara porque quiero publicar libros en mi país y quiero que mis compatriotas los lean. Y quiero que a mis compañeros columnistas Marcial Fernández, editor de Ficticia, y Ricardo García Mainou, dueño de la librería La torre de Babel en Querétaro, les vaya excelentemente en sus empresas.

Como lectora, quisiera que funcionara porque uno de mis más grandes placeres es tener con quien compartir un libro.

Y porque, como dijo Matt Groening, quien lee más libros entiende más chistes. Y escribe mejores libros. Y hace mejor televisión. Y más ciencia. Y establece mejores políticas públicas. Y en una de ésas, hasta gobierna mejor.

Total, yo que soy una profesionista de clase media que no se imagina la vida sin libros, puedo darme el lujo de pagar un poquito más. Pero no dejo de preguntarme porqué la ley no piensa en los que no tienen mi buena fortuna.

cmoreno@eleconomista.com.mx

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