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Leila Guerriero: “Los testimonios son la base del oficio periodístico”

En su nueva publicación, la periodista argentina desmenuza la vida de Silvia Labayru, sobreviviente al rapto y a constates escenas de violencia sexual por parte de militares durante la dictadura argentina. El testimonio, afirma, es esencial para la no repetición.

La periodista argentina habla de su nueva obra desde el Hay Festival Querétaro, celebrado este fin de semana. Foto: Cortesía

La historia sobre Silvia Labayru relatada a través del libro La llamada. Un relato (Anagrama, 2024), de Leila Guerriero, no es para nada suavizada, ni desorbitada, no es reprimida ni amarillista. Pero tampoco es fácil de digerir. Es lo más fiel posible a lo que sucedió con su vida, a través de sus relatos, de una serie de conversaciones que se extendieron a lo largo de un año y siete meses, además de los cuatro meses que duró el proceso de escritura en el que Guerriero mantuvo contacto con Labayru para atar los cabos sueltos en un ejercicio de respeto y fidelidad por el testimonio.

Era el 29 de diciembre de 1976. Silvia Labayru tenía 20 años y cinco meses de embarazo cuando fue raptada por militares en plena dictadura militar en Argentina, provocada por un golpe de Estado a inicios de ese mismo año. Labayru formaba parte del brazo de inteligencia del grupo disidente de extracción peronista Montoneros.

Después de su rapto, permaneció oculta en la sede de la Escuela de Mecánica de la Armada, que funcionó como el centro de detención, tortura y exterminio más grande de la dictadura pergeñada por el Proceso de Reorganización Nacional (PRN). Ahí fue esclavizada, violada reiteradamente y obligada a participar en un operativo de infiltración en la organización Madres de Plaza de Mayo, que derivó en la desaparición de al menos cinco mujeres.

El libro de Guerriero, que además integra testimonios de todas las personas posibles que orbitaron la vida de Silvia, es evidencia impresa de la pertinencia de traer a la memoria colectiva un periodo no solamente de Argentina sino de América Latina, un paso que es necesario recordar, para no olvidar las desapariciones practicadas por gobiernos dictatoriales que no se han disuelto, que parecen cíclicos en nuestra región.

“Nunca quise escribir un libro sobre los años 70. Siempre tuve claro que la historia de Silvia Labayru es la historia de una mujer que reflejaba a su vez la historia de un país en determinado momento, y la historia de ese país refleja la historia de muchos países que pasaban por las mismas circunstancias, Chile y Uruguay, por ejemplo. Es valioso encontrar historias muy singulares, como la de Silvia, que puedan dar cuenta de una etapa relevante, de hecho creo que ésa es la base del oficio periodístico: recoger testimonios, tratar de que no se pierdan, no dejar que caigan en el olvido porque creo muy profundamente que es conociendo el pasado inmediato que podemos evitar que ciertas cosas se repitan en el presente y en el futuro”.

El estigma tras la liberación

Labayru fue liberada en junio de 1978 y de inmediato se le obligó a abordar un avión con rumbo a Madrid, pero el infierno no había terminado ahí. Durante los primeros años fue acusada de traición por los argentinos en el exilio e incluso por algunos excompañeros de militancia dada su participación obligada en el operativo que derivó en la desaparición de varias mujeres.

Vivió en España por más de cuatro décadas. En 2021, a la par de que Guerriero comenzó la serie de entrevistas con ella, se llevaban a cabo los juicios contra las personas responsables de crímenes sexuales contra las mujeres secuestradas en la dictadura.

“Curiosamente, la voz de los sobrevivientes, por lo menos los de la dictadura argentina, es algo que no está tan presente en la conversación pública. Al menos, no son testimonios a los que estemos tan atentos, es decir, no vemos a sobrevivientes de los centros clandestinos dando su testimonio a menudo. Los han dado de manera muy valiente, sobre todo en los juicios, gracias a los cuales muchos de los genocidas están presos, pero me parece que todo ello debería de formar parte de la conversación pública”, señala Guerriero.

“¿Por qué estás vivo?”

Por otro lado, comenta, es un denominador común observar la culpa, la sospecha, los cuestionamientos proferidos por quienes reciben a los sobrevivientes, con preguntas como: ¿qué hiciste para sobrevivir?, como si estar vivo pusiera en tela de juicio la voluntad ética de la persona, como si tuviera una deuda moral.

¿A quién entregaste?, ¿por qué estás vivo? Son preguntas muy crueles, porque lo que percibe un sobreviviente es que la única manera de haber salido bien librado era dejándose matar. Hay muchas personas que no fueron bien recibidas por parte de sus compañeros y familiares y hay quienes quedaron completamente quebrados por el estigma. Todos éstos son temas muy complejos y es necesario mirarlos con complejidad, sin reduccionismo, sin decir: ése que no la recibió es un hijo de perra. Ahora, obviamente que no se puede empatizar con todos los puntos de vista porque no somos San Francisco de Asís, pero (como periodistas) hay que hacer el esfuerzo de comprender cómo funciona todo, cómo un hecho está lleno de sombras y pliegues”.

Guerriero comenta que, “una como periodista siempre tiene que ser cautelosa y avanzar (en la investigación) en la medida en que la otra persona va dando espacio para eso, así hayan pasado 40, 10 años o una hora. Cada uno es un relato al que siempre hay que llegar con cautela, para que no parezca que uno lo que tiene es interés morboso o sensacionalista”.

Guerriero confirma que, para este caso y unos cuantos más, le ha parecido prudente compartir el proceso profesional e incluso personal, las dudas surgidas durante la historia, los cambios de viraje, el relato del proceso periodístico, porque todo ello tiene una función dentro del testimonio, de la construcción de la historia.

“Me parece bien interesante mostrar cómo en algunos momentos una como periodista da pasos incluso crueles, de cómo nada te detiene cuando hay un tema que te importa mucho. Por supuesto que esto lo pude hacer porque del otro lado tenía frente a mí a una mujer con aplomo y entereza, pero no siempre es así”, concluye.

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ricardo.quiroga@eleconomista.mx

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