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Arte e Ideas

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“Los antimonumentos deben ser nuestros puntos de inflexión”: Ana Lau Jaiven

Visibilizar y nombrar a las mujeres que son víctimas de violencia y a sus madres se ha vuelto una necesidad ante la aparente banalización de la violencia desde el discurso político, argumenta la historiadora feminista.

EL ECONOMISTA

El espacio público está en disputa. Es en las plazas, las rotondas, las avenidas donde históricamente se han mezclado o impuesto las versiones históricas de nuestro país y lo que se habrá de escribir sobre cada época.

Pareciera que el debate más trascendental de nuestra era no solo se lleva a cabo precisamente en la vía pública como lienzo, sino que es la propia vía pública el objeto de disputa entre las fuerzas políticas, sin excepción de facciones, y los grupos de representación ciudadana.

Históricamente, el Paseo de la Reforma, la principal y más bella arteria de la Ciudad de México, ha fungido como el repositorio de desazones, demandas, llantos y desconsuelos, también de agresiones arbitrarias y desengaños en medio de esa tensión constante entre la voz ciudadana y su clase gobernante. Y es ahí donde ahora van ganando espacio otras maneras más tajantes de protesta desde el dolor: los antimonumentos.

La realidad mexicana nos arroja un promedio de 28 desapariciones diarias de acuerdo con el Comité contra las Desapariciones Forzadas de Naciones Unidas. En los últimos tres años y medio, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, se han reportado casi 13,000 homicidios de mujeres, de los cuales poco más de 3,300 fueron considerados como feminicidios y más de 9,500 como homicidios dolosos. Bajo esta crudeza de las cifras, la vía pública devino en el punto crítico contra la invisibilización y la banalización de la violencia.

En la última década se han multiplicado los memoriales erigidos por grupos sociales de activistas o familiares de personas alcanzadas por la violencia incesante en el país, memoriales que ya no parecen suficientes para recuperar los nombres y las historias de personas que han sido arrebatadas de sus familias. Los antimonumentos y las antimonumentas ya no sólo guardan memoria sino que han asumido la función de una voz inconforme e imperecedera sobre la gran arteria; buscan plantar cara ante las cifras de violencia que se imponen con frialdad.

Son varios los ejemplos de estas construcciones ciudadanas venidas desde el dolor, la frustración y el reclamo. Valga este texto como la primera entrega, una introducción, de una serie de trabajos en torno a los antimonumentos de nuestro país. El caso más reciente de la disputa del espacio público ha sido en la aún nombrada de manera oficial como Glorieta de la Palma, pero intervenida por el colectivo de colectivas Antimonumenta y renombrada como Glorieta de las y los desaparecidos, donde, sin embargo, las autoridades plantaron un ahuehuete que lucha por mantenerse con vida.

Enaltecer el pasado, desdeñar el presente

Es verdad que hay una política gubernamental para la visibilidad de las mujeres que gestaron historia pero fueron borradas o subestimadas en los textos históricos. Sobre el principal kilómetro del Paseo de la Reforma, la presente administración en la Ciudad de México, encabezada por Claudia Sheinbaum Pardo, ha instalado monumentos de mujeres históricas frente a las decenas de pedestales donde habían posado exclusivamente esculturas masculinas. Sin embargo, cuestiona la doctora en Historia Ana Lau Jaiven, profesora-investigadora de la UAM Xochimilco y especialista en teoría de género e historia de las mujeres en México, ¿qué se hace con las mujeres que están gestando el presente?

“Sí, es bueno poner a Leona Vicario en Reforma porque es verdad que las mujeres no estaban visibilizadas y fueron fundamentales, pero, ¿qué tal las mujeres a las que están matando y las mujeres que piden por sus hijos? Son ellas mismas las que están escarbando con las uñas. ¿Ellas dónde son visibilizadas?”, interroga. “En los libros de texto no aparecen las mujeres muertas por feminicidio. Estamos en el siglo XXI y se supone que somos una sociedad democrática, abierta. ¡Claro que no! Para las mujeres no operamos en una democracia”.

El cuerpo de las mujeres es un botín de guerra, así ha sido históricamente y persistirá mientras pondere la visión patriarcal, argumenta la ganadora del Premio Clementina Díaz y de Ovando 2015. De esta impotencia, señala, se ha gestado una creciente necesidad de tomar el espacio público y sus símbolos.

“Hay que tomar la calle y mantener en el foco que nos están matando, porque lo que no se nombra no existe. Hay que nombrar a las mujeres que han sido víctimas y a las que luchan, hacer visible que las mujeres estamos muy enojadas. Por eso los antimonumentos deben ser nuestros puntos de inflexión”, acredita.

De ahí la relevancia, añade, de que incluso las vallas colocadas sobre monumentos y edificios históricos sean aprovechadas por las colectivas como espacios para nombrar a las mujeres azotadas por el vendaval de procesos históricos desiguales. Esas vallas también se convierten en memoriales efímeros. Con la minimización o resistencia para la instalación de antimonumentas sobre puntos estratégicos como las otrora glorietas de Colón y de la Palma, evalúa la historiadora, “no sé si haya miedo a la degradación de la imagen pública de la ciudad, pero sí hay temor a la degradación a la imagen de la jefa de Gobierno (Claudia Sheibaum Pardo)”, asegura, y remata que con la negación de los memoriales ciudadanos, “el gobierno local y federal contravienen su propia versión histórica”.


Calderón abrió un túnel que nadie ha podido cerrar, y a este presidente ni siquiera le importa. Tampoco habla de la violencia. Hay ciertas cosas que no menciona: las mujeres y el narco, entre ellas”.

Símbolos de memoria y persistencia:

  • Antimonumenta “¡Ni una más!”Avenida Juárez, frente a Palacio de Bellas ArtesInstalada en 2019
  • Glorieta de las mujeres que luchanPaseo de la Reforma, otrora Glorieta de ColónInstalada en 2021
  • Glorieta de las y los desaparecidosPaseo de la Reforma, Glorieta de la PalmaInstalada en 2022

 ricardo.quiroga@eleconomista.mx

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