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Arte e Ideas

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Nassim Taleb: Cómo convertirse en Teresa de Calcuta

Presentamos este fragmento de Antigrágil, el nuevo libro de Nassim Nicholas Taleb, cuyo libro El cisne negro se volvió un bestseller internacional.

La variabilidad da lugar a errores y adaptaciones, y también nos permite saber quiénes son nuestros amigos. Tanto nuestros fracasos como nuestros éxitos nos dan información. Pero y ésta es una de las cosas buenas de la vida a veces sólo conocemos el carácter de una persona después de que la hayamos perjudicado por un error del que somos los únicos responsables: la generosidad de algunas personas que me han perdonado por mis errores me ha dejado asombrado.

Y, naturalmente, aprendemos de los errores ajenos. Puede que nunca lleguemos a conocer qué clase de persona es alguien a menos que se le dé la oportunidad de violar algún código moral o ético. Recuerdo a una compañera de clase en secundaria, una chica que parecía agradable y honesta y que formaba parte de mi grupo de adolescentes antimaterialistas utópicos.

Supe después que, en contra de mis expectativas (y de su aire de inocencia), no se acabó convirtiendo en Teresa de Calcuta ni en Rosa Luxemburg porque abandonó a su primer marido (rico) por otro hombre más rico aún, al que también abandonó cuando empezó a tener problemas financieros por otro amante aún más rico y poderoso (y generoso). En un entorno no volátil, yo (y es probable que ella también) la habría tenido por una utópica y una santa. Algunos miembros de la sociedad los que no se casaron con ella adquirieron una información valiosa a costa de que otros, sus víctimas, pagaran el pato.

Por otro lado, mi caracterización de un perdedor es la de alguien que después de cometer un error no reflexiona sobre él, no lo aprovecha, se siente avergonzado, se pone a la defensiva en lugar de enriquecerse con esta información nueva y trata de explicar por qué ha cometido el error en lugar de seguir adelante. Las personas así suelen creerse víctimas de un complot, de un jefe horrible o del mal tiempo.

Para terminar, un pensamiento. El que nunca ha pecado es menos de fiar que el que sólo ha pecado una vez. Y alguien que ha cometido muchos errores aunque nunca el mismo error más de una vez es más de fiar que quien no ha cometido ninguno.

POR QUÉ EL AGREGADO ABORRECE AL INDIVIDUO

Hemos visto que, en biología, la antifragilidad actúa por niveles. La rivalidad entre suborganismos contribuye a la evolución: las células de nuestro cuerpo compiten entre sí; dentro de las células, también compiten entre sí las proteínas, y así sucesivamente. Si extrapolamos esto a las actividades humanas veremos que la economía presenta unos niveles similares: individuos, artesanos, pequeñas empresas, departamentos de grandes empresas, grandes empresas, industrias, economías regionales y, por último, y por encima de todo, la economía general; también podríamos definir unos niveles más detallados y numerosos.

Para que la economía sea antifrágil y experimente lo que llamamos evolución, cada empresa por separado tiene que ser necesariamente frágil, estar expuesta a quebrar; y es que, para mejorar, la evolución necesita que los organismos (o sus genes) mueran para ser sustituidos por otros más aptos o que los menos aptos no se reproduzcan. En consecuencia, la antifragilidad de un nivel puede exigir la fragilidad y el sacrificio de un nivel inferior. Cada vez que preparamos nuestro café matutino con una cafetera, nos beneficiamos del fracaso y la fragilidad del empresario que no ha logrado que tengamos una cafetera mejor en la encimera.

Si consideramos las sociedades tradicionales, también observaremos unos niveles similares: individuos, familias nucleares, familias extensas, tribus, pueblos con los mismos dialectos, etnias, grupos.

Aunque el sacrificio por el bien común es patente en las colonias de hormigas, tengo muy claro que los empresarios, como individuos, no están muy interesados en hacerse el haraquiri por el bien de la economía; por eso se preocupan necesariamente de lograr antifragilidad o, por lo menos, algún nivel de robustez, algo que no es necesariamente compatible con el interés del colectivo: así es la economía. Esto plantea el problema de que la propiedad de la suma (el agregado) es diferente de la propiedad de cada una de las partes: en el fondo, lo que desea es que las partes salgan perjudicadas.

Es desagradable pensar que la crueldad sea un motor de la mejora. ¿Y cuál es la solución? Pues ninguna que pueda complacer a todo el mundo, aunque hay maneras de mitigar el perjuicio para los más débiles.

Este problema es más grave de lo que parece. La gente estudia administración de empresas para salir adelante y asegurar su supervivencia, pero lo que quiere la economía, como colectivo o agregado, es que no sobrevivan; desea que se arriesguen mucho, que sean muy imprudentes y que se dejen cegar por las posibilidades. Sus sectores respectivos mejoran de fracaso en fracaso. Los sistemas naturales o similares a ellos quieren que los agentes económicos individuales pequen de exceso de confianza, es decir, que sobrestimen sus probabilidades de éxito de sus negocios y que subestimen el riesgo de fracaso, siempre que su fracaso no afecte a otros. En otras palabras, quieren un exceso de confianza local, pero no global.

Antes hemos visto que el sector de la restauración es muy eficiente precisamente porque los restaurantes son muy vulnerables y cada minuto hay alguno que entra en quiebra; sin embargo, los empresarios del sector pasan por alto esta posibilidad y piensan que saldrán adelante. Dicho de otro modo, cierta clase de asunción de riesgos impulsiva y hasta suicida es buena para la economía, pero siempre que no todo el mundo asuma los mismos riesgos y que esos riesgos sean pequeños y localizados.

Ahora bien, como veremos, cuando este modelo se altera mediante rescates los gobiernos suelen favorecer a cierta clase de empresas que son lo bastante grandes para exigir un rescate, ya que el objetivo es evitar el contagio al resto del sector. Pero esto es lo contrario de la asunción de riesgos que es buena para la economía porque transfiere la fragilidad de lo colectivo a los no aptos. A la gente le cuesta darse cuenta de que la solución es crear un sistema en el que la caída de uno no pueda arrastrar a otros porque los fracasos continuos actúan para mantener el sistema. Paradójicamente, muchas políticas sociales e intervenciones de los gobiernos acaban perjudicando a los débiles y consolidando a los ya establecidos.

LO QUE NO ME MATA MATA A OTROS

Ya es hora de acabar con un mito.

Como defensor de la antifragilidad tengo que llamar la atención sobre la ilusión consistente en verla cuando en realidad no la hay. Podemos confundir la antifragilidad del sistema con la del individuo cuando en realidad tiene lugar a costa del individuo (es como la diferencia entre hormesis ** y selección).

El famoso dicho de Nietzsche lo que no me mata me hace más fuerte se puede malinterpretar fácilmente creyendo que se refiere al mitridatismo o a la hormesis. Es muy posible que hablara de uno de estos dos fenómenos, pero también podría querer decir que lo que no me ha matado no me ha hecho más fuerte, pero me ha perdonado la vida porque soy más fuerte que otros; y, como ha matado a otros, la población media es hoy más fuerte porque los débiles ya no están . O en otras palabras, que he superado un examen eliminatorio. En otros escritos he tratado el problema de la ilusión de la falsa causalidad y en un artículo periodístico decía que los miembros de la nueva mafia formada por exiliados soviéticos se habían endurecido tras una visita al Gulag (los campos de concentración soviéticos).

Puesto que la estancia en el Gulag acabó con los más débiles, los demás tenían la ilusión de haberse fortalecido. A veces vemos a personas que han sobrevivido a pruebas muy duras y, puesto que la población superviviente es más robusta que la original, suponemos que esas pruebas han resultado positivas para ellas. Dicho de otra manera, puede que esas pruebas no sean más que un examen cruel que mata a quienes lo suspenden.

Quizá lo que vemos no es más que la transferencia de fragilidad (o más bien de antifragilidad) del individuo al sistema de la que antes he hablado. Lo expresaré de otro modo: es evidente que la población superviviente es más fuerte que la inicial, pero no sucede lo mismo con los individuos, porque los más débiles han perecido.

Alguien ha pagado muy cara la mejora del sistema.

* Antifrágil. Las cosas que se benefician del desorden, de Nassim Nicholas Taleb. Paidós. México 2013. pp. 107-110. Reproducción autorizada por Editorial Planeta Mexicana.

** Hormesis. Un poco de sustancia dañina (o estresor), en su justa dosis o con la intensidad correcta, estimula el organismo y hace que esté mejor, más fuerte, más sano y más preparado para una dosis más intensa en la exposición siguiente. (Pensemos en los huesos y el karate). [Definición tomada del glosario de Antifrágil]

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