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Arte e Ideas

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Philip Roth, la fiereza de las obligaciones autoimpuestas

¿Cuál es la gracia de esperar el mensaje de uno de los narradores contemporáneos más implacables ante el género humano, si a la hora de la verdad nuestro gallo clava el pico?

En junio pasado había yo vaticinado que el discurso de Philip Roth durante la ceremonia del Premio Príncipe de Asturias 2012 tendría el efecto de un platón de alubias con chorizo. Por lo menos, supuse morbosamente que alguna incómoda e incomodante flatulencia habrían de provocar sus punzantes palabras a la aristocrática concurrencia.

Sin embargo, al enterarme este pasado viernes 26 de octubre –justo el día del acto solemne- que el implacable novelador por motivos de salud no estaría presente, experimenté una profunda desilusión. ¿Qué chiste tienen las luchas si no corre sangre sobre el ring? O, lo que es lo mismo, ¿cuál es la gracia de esperar el mensaje singular de uno de los narradores contemporáneos más implacables ante el género humano (sobre todo, ante sí mismo) si a la hora de la verdad, nuestro gallo clava el pico?

No se sabe si la ausencia de Philip Roth en el asturiano Teatro Campoamor se conoció de tiempo atrás o fue una noticia que tomó por sorpresa al comité organizador. El hecho es que alguien tuvo la brillante idea de que el Embajador estadounidense en España leyera un mensaje escrito por el propio galardonado. El resultado fue bastante anticlimático. Con tonos melifluos y sonrisas estereotipadas, el diplomático no logró engatusar siquiera a quienes no tuvieron más remedio que escucharlo. Mientras tanto, el sentimiento de frustración seguía enconándose en mi estado de ánimo.

Por fortuna, en la página de la Fundación Príncipe de Asturias http://www.fpa.es/multimedia-es/videos/ pude encontrar el video que registra al propio Roth, sentado en una cómoda silla de piel negra (aparentemente sano y fuerte a los 79 años), leyendo las mismas cuartillas que su compatriota Embajador había dejado exangües.

El muy canijo gringo (entrañable amigo de Carlos Fuentes) en ningún momento se rindió a los pies de sus excelentísimas majestades o altezas reales . Con la adusta gestualidad que lo caracteriza, jamás reveló la intención de obsequiar genuflexiones a los representantes de la monarquía española (nada personal Letizia).

Usando palabras harto sencillas y directas, expresó tanto su gratitud como su sorpresa, al saberse premiado por tan eminente institución extranjera .

Desde el principio dejó en claro que él es un escritor americano (imperialista al fin y al cabo), interesado en los temas que incumben a la sociedad a la que pertenece y cuyo quehacer literario se nutre de las vidas, historias, lugares, dilemas, expectativas, angustias y fracasos de las personas que habitan su nación. La lengua que sus paisanos escritores han utilizado desde hace dos siglos constituye su único argot.

Sin embargo, al hacerse merecedor de semejante reconocimiento por parte del mundo hispanoparlante, Philip Roth pudo comprobar que una obra de ficción seria puede atravesar la ignorancia, las mentiras y la superstición absurdas que generalmente se combinan para mantener a raya la enorme densidad de la verdadera realidad estadounidense . Seguramente, se refería a esa realidad cotidiana dura, ridícula y amarga, que palpita en cada línea de su vasta y excepcional obra.

Philip Roth nunca hace concesiones. Por eso nosotros, sus lectores, dormimos tranquilos.

moises.rozanes@eleconomista.mx

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