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Puedo probar, con datos, que el mundo está mejor que hace 50 años: Steven Pinker
“El optimista más influyente del mundo” advierte de lo peligrosa que puede ser la nostalgia por un pasado que no fue mejor.
No soy un optimista, dice Steven Pinker, pero sí creo en el progreso y como científico puedo probar con datos que el mundo está mejor que hace 50 años: hay menos violencia, menos hambre, menos pobreza, la gente vive más años y con mejor calidad de vida.
No soy un optimista, dice una y otra vez en la conversación. La aclaración es necesaria porque se trata del pensador al que muchos consideran “el optimista más influyente del mundo”. Pinker es profesor de Harvard y autor de 16 libros. “Tengo claro lo peligrosa que es la nostalgia por un pasado que no fue tan bueno y, a veces, fue francamente malo. Creo que hay que hacer un mayor esfuerzo en argumentar en contra de la idea de que el mundo está en decadencia. Esa idea goza de prestigio en la filosofía desde hace mucho tiempo, con autores como Schopenhauer, Nietzsche, Sartre y más recientemente Foucault y Derrida. Son pensadores muy importantes y muy populares en las universidades, entre los estudiantes (...) Algo nuevo es que esa idea ha permeado en la política contemporánea. Muchos de los que votaron a Trump piensan que su país y el mundo está mucho peor que hace una generación (...) Eso piensan, en otros lugares, muchos de los que apoyan a líderes populistas”.
Steven Pinker es un psicólogo que pasó de la alta reputación académica al estatus de superestrella con la publicación de sus dos últimos libros, Los ángeles que llevamos dentro (2011) y En defensa de la Ilustración (2018). “Escribí en favor de los valores y de las instituciones que nacen con la Ilustración, porque a muchos les parece que no pasa nada si se destruyen algunas instituciones que hemos creado en los últimos dos siglos: democracia, libre comercio, mercados competitivos que funcionan (...) La disminución de la violencia fue una sorpresa para mí, cuando me encontré con información que dejaba claro que la Edad Media o el siglo XVIII fueron mucho más violentos que la segunda mitad del siglo XX, entonces decidí escribir sobre ello”.
Muchas personas conocen a Steven Pinker por sus charlas en TED. Su estatus como celebridad lo confirma su designación por la revista Time como una de las 100 personas más influyentes del mundo. Estuvo en México, en calidad de conferencista principal en el Sura Summit. Nunca había estado en México. Mientras paseaba por Paseo de la Reforma, quedó impresionado con los alebrijes, “es impresionante la forma en la que los autores juegan con las formas y el color. Son como gárgolas benevolentes, gentiles”. Elogió la comida, la arqueología y las artes mexicanas, pero fue prudente al opinar sobre los niveles actuales de violencia. “Los datos dicen que sigue teniendo tasas muy altas de crimen. Puesto en perspectiva, hay que tomar en cuenta que el mundo tiene dos zonas rojas de criminalidad: África, al sur del Sahara, y América Latina, son varios países, Honduras, El Salvador, Colombia y México. Estoy consciente de lo difícil que es vivir con niveles altos de violencia, pero es importante estar conscientes de que la tasa de homicidios es mucho más baja que hace un siglo”.
En la charla, que duró casi una hora, Pinker hizo gala de su capacidad pedagógica para exponer ideas complejas en 30 segundos. Es un conversador convencido y convincente. Sonríe mucho, como si no estuviera diciendo frases tremendas cada 2 o 3 minutos: “No sé cómo ha ganado tanto terreno la noción de que la humanidad no ha progresado. Quizá esto tiene que ver con que hay una gran confusión sobre qué significa el progreso. Mucha gente piensa en el progreso como si fuera una fuerza mística que lleva a la humanidad hacia arriba y hace que todo sea perfecto. No es así, siempre habrá problemas. Yo afirmo, con datos, que sí ha habido progreso, pero no hay milagros. Hay mucha tarea por hacer”.
Gesticula mucho, pero su expresión corporal es relajada. Hace un recuento de grandes ideas que admira: la selección natural de Charles Darwin; la máquina de pensar de Alan Turing, y la teoría lingüística de Noam Chomsky. También habla de ideas que le provocan terror: “en la ciencia actual, las investigaciones que buscan crear agentes patógenos en el laboratorio. En el campo de lo filosófico-social, una de las ideas actuales que me parece más peligrosa es que los males del mundo son culpa o responsabilidad de unas cuantas personas malas. Me preocupa porque creo que es equivocada y porque puede llevar a persecuciones de grupos, como ocurrió en otros momentos de la historia. Pienso en las cacerías de brujas, en la persecución de los judíos y en las purgas en la Rusia soviética. Los males del mundo son complejos y debemos esforzarnos por entender esa complejidad, si queremos resolverlos. Es importante oponer resistencia a las explicaciones simples”.
Considera que el mayor reto para la humanidad es el cambio climático y reconoce el valor del activismo de jóvenes como Greta Thunberg. De este nuevo movimiento ecologista, protagonizado por adolescentes, destaca su capacidad para comunicar el sentido de urgencia y la responsabilidad intergeneracional. Es elogioso de la participación de los jóvenes, pero su mirada está lejos de la complacencia: “el coraje que expresan no necesariamente es positivo. Tiene un componente de riesgo. Es importante tener en cuenta que este sentimiento de coraje ha llevado a rachas violentas en el pasado (...) Entiendo su frustración por muchas cosas que no funcionan y también entiendo sus ganas de cambiar el mundo. Pienso que les ayudaría mucho saber que otras generaciones que los antecedieron enfrentaron también problemas muy graves. Hubo genocidios, linchamientos, cólera, peste negra, hambrunas (...) Me preocupa el prestigio que tienen muchas formas de nihilismo entre los jóvenes, que los lleva a pensar que las cosas están tan mal que no podrían ser peores y, por tanto, que no importa que contribuyan a destruir algunas instituciones que nos costó muchos años formar”.
Casi al final de la charla, nos habla de lo que será su próximo libro. Lleva el título tentativo de Don’t go there. “Es una exploración de lo que constituye la civilidad: el papel de la hipocresía, los tabúes y cómo se construye lo que llamamos el sentido común”.