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Zinedine Zidane, Will Smith y la masculinidad en el siglo XXI

Cuando un hombre se siente atacado verbalmente, puede percibirlo como una amenaza a su estatus o identidad. Foto: Shutterstock

Para la mayoría de nuestros lectores, el futbolista francés Zinedine Zidane y el actor estadounidense Will Smith no tienen nada en común. Como mucho, son personas famosas por su profesión y por ser influyentes. En realidad, hay algo más que los une: el comportamiento que exhibieron cuando estuvieron en lo más alto de sus carreras.

El 9 de julio de 2006, en el Estadio Olímpico de Berlín en la final del Mundial de Fútbol de Alemania 2006, Zinedine Zidane dio un cabezazo a un futbolista de otro equipo porque este le provocó, por lo que fue expulsado en el último partido de su carrera.

El 27 de marzo de 2022, en plena ceremonia de entrega de los Premios Óscar, Will Smith dio una bofetada al presentador Chris Rock cuando hizo una broma acerca del aspecto de su mujer. Ese año Smith era el nominado favorito para el premio a mejor actor protagonista, y de hecho, lo ganó unos minutos después del ataque que millones de espectadores vieron en directo. Como consecuencia de este acto violento, ha sido expulsado de los premios Óscar y de todos los eventos de la Academia durante los siguientes diez años.

Ambos comportamientos violentos como reacción a un ataque verbal pueden considerarse actuaciones típicamente masculinas, en el sentido en el que amplios sectores de la sociedad occidental identifican la violencia con la masculinidad.

La socialización de género y la violencia

La violencia, en sus diversas formas, ha sido objeto de estudio en múltiples disciplinas, desde la psicología hasta la sociología. Uno de los aspectos que se ha explorado es la relación entre el género y la violencia como respuesta a las provocaciones verbales.

En psicología se ha investigado cómo las diferencias de género pueden influir en la forma en que las personas responden a situaciones de conflicto o provocación. Por ejemplo, algunos estudios sugieren que los hombres tienden a responder de manera más agresiva, mientras que las mujeres pueden optar por estrategias más comunicativas o evasivas.

Desde la sociología se examina cómo las expectativas sociales pueden dictar que los hombres deben ser más asertivos o agresivos, mientras que las mujeres son socializadas para ser más conciliadoras. Esto puede llevar a diferentes formas de manejar el conflicto y la violencia.

Nivel de violencia aceptable para cada género

Según el contexto social y cultural, en algunas sociedades las normas sobre masculinidad y feminidad pueden reforzar comportamientos violentos o pasivos, dependiendo de lo que se considere aceptable para cada género.

Desde una edad temprana, los niños son socializados en roles de género que pueden influir en su comportamiento. En muchas culturas, se espera que los hombres sean fuertes, competitivos y asertivos.

Cuando un hombre se siente atacado verbalmente, puede percibirlo como una amenaza a su estatus o identidad. En lugar de procesar el ataque verbal de manera reflexiva, algunos pueden reaccionar impulsivamente con violencia para demostrar su masculinidad o defender su honor.

Factores contribuyentes

Es importante señalar que no todos los hombres responden con violencia ante provocaciones verbales; sin embargo, la presión social y las expectativas sobre cómo “deben” actuar pueden influir en aquellos que sí lo hacen. Los factores que determinan la respuesta violenta pueden clasificarse en varias categorías:

  1. Factores individuales: personalidad, historia personal y estado de salud mental.

  2. Factores sociales: las normas culturales desempeñan un papel crucial en cómo se percibe y se responde a la agresión verbal. En sociedades donde la violencia es normalizada o incluso celebrada, es más probable que los hombres respondan con agresión física. Además, existe la influencia del grupo: los modelos en la vida de un niño (padres, figuras públicas, etc.) también influyen en cómo manejan las confrontaciones.

  3. Factores situacionales: tanto el contexto del conflicto como el estado emocional en el momento concreto influyen en nuestras respuestas al conflicto.

  4. Factores económicos y estructurales: la desigualdad social o el acceso a las armas pueden ser detonantes de un mayor grado de violencia.

Estos factores interactúan entre sí y pueden variar según el contexto cultural y social, lo que hace que las respuestas a situaciones provocativas sean complejas y multifacéticas.

Educar para la no violencia

¿Es posible romper este esquema cultural, social o familiar? Es un desafío complejo, pero hay varias estrategias educativas que pueden ser efectivas:

  1. Educación emocional: fomentar la inteligencia emocional desde una edad temprana ayuda a los niños a reconocer y expresar sus emociones de manera saludable. Esto incluye enseñarles que está bien sentir tristeza, miedo o vulnerabilidad.

  2. Modelos positivos: promover modelos de masculinidad positiva que muestren a hombres y niños que ser fuerte no significa ser violento. Ejemplos de hombres que demuestran empatía, respeto y colaboración pueden ayudar a redefinir lo que significa ser “masculino”.

  3. Diálogo abierto: crear espacios seguros donde se pueda hablar abiertamente sobre la masculinidad, los estereotipos y sus consecuencias. Esto puede incluir talleres, grupos de discusión o actividades en las escuelas.

  4. Educación sobre igualdad de género: incluir en el currículum escolar temas sobre igualdad de género y el impacto negativo de los estereotipos tanto en hombres como en mujeres. Esto ayuda a desmantelar creencias dañinas y fomenta el respeto mutuo.

  5. Juegos y actividades inclusivas: promover juegos y actividades que no estén basadas en roles de género tradicionales, permitiendo que todos los niños exploren diferentes formas de ser y expresarse sin restricciones.

  6. Intervención temprana: identificar y abordar comportamientos problemáticos desde una edad temprana puede prevenir la normalización de la violencia. Programas de intervención pueden ayudar a los jóvenes a desarrollar habilidades para resolver conflictos sin recurrir a la violencia.

  7. Involucrar a las familias: educar a padres y cuidadores sobre cómo pueden apoyar una visión más saludable de la masculinidad en casa, fomentando un ambiente donde se valoren la comunicación abierta y el respeto.

  8. Campañas de sensibilización: realizar campañas comunitarias que desafíen los estereotipos tradicionales de género y promuevan modelos alternativos de masculinidad.

Al implementar estas estrategias, podemos contribuir a crear una cultura que valore la diversidad en las formas de ser hombre y reduzca la violencia asociada con estereotipos rígidos.

Conviene que reflexionemos sobre qué significa ser “fuerte” en el caso de un hombre: ¿es fuerte el que golpea con más fuerza o es más fuerte el que es capaz de abrazar y escuchar? ¿Qué tipo de fuerza es más deseable a la larga, la física o la mental y emocional? Dar importancia a la empatía y la comunicación en lugar de la violencia y la agresión es la manera de desafiar los estereotipos de masculinidad.

María Vanessa Chávez Peña, Profesora y Coordinadora de prácticas del Máster Universitario en Psicología General Sanitaria, Universidad Europea

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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