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Pandemia aumentó los riesgos para las trabajadoras del hogar migrantes en México
A pesar de que en este país no ganan ni el salario mínimo, muchas veces es más de lo que les pagan en su lugar de origen. El desempleo y el recorte salarial por la crisis las siguen orillando a cruzar la frontera de manera irregular.
La migración de mujeres guatemaltecas a México para laborar en casas particulares no se ha detenido, a pesar de la pandemia. Más bien, la crisis ha empeorado su situación económica y migratoria, lo que las pone en un mayor peligro de ser víctimas de trabajo forzoso o trata de personas. Es Maritza Velásquez quien lo advierte, la presidenta de la Asociación de Trabajadoras del Hogar, a Domicilio y de Maquila (Atrahdom) de ese país.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística (INE) de Guatemala, cerca de 250,000 mujeres se dedican al empleo del hogar. Pero ni las autoridades mexicanas ni las guatemaltecas tienen una cifra sobre cuántas laboran en México.
Sus sueldos acá varían, pero según estudios de Atrahdom, meses antes de la covid-19 ganaban 2,000 pesos mexicanos mensuales, es decir, el 66% del salario mínimo legal en este país. Al convertirlo a su moneda, la cantidad es todavía menor, “son unos 800 quetzales, más o menos. Es poco, pero si se quedan en su pueblo les pagan máximo 400”, explica Maritza Velásquez en entrevista desde Guatemala.
“Ellas se ilusionan y se arriesgan a cruzar, aun con todos los peligros en la frontera”. Pero el riesgo ya no es sólo en el límite entre ambos países; esta enfermedad no ha puesto distancia a los falsos reclutadores y, al contrario, los ha llevado hasta las pequeñas localidades.
“Las compañeras ahora están viviendo una grave situación: las vienen a contratar para irse a trabajar a México, a una casa o a la parte turística, y después resulta que el trabajo no era de eso. Hemos tenido reportes de que son prostituidas”, comenta.
En junio pasado, la Atrahdom publicó el estudio Monitoreando la situación de trata laboral con fines de explotación sexual en Guatemala en trabajadoras domésticas y tortilleras. La investigación aborda también las violaciones a los derechos humanos de las mujeres y adolescentes que son llevadas a la Ciudad de Guatemala, principalmente, para elaborar tortillas.
“Muchas llegan a Tapachula, por el rio Suchiate, donde son cotizadas por empleadoras mexicanas porque les pagan poco en comparación a las nacionales”, señala el informe. La gran mayoría no tienen el permiso migratorio para laborar, lo que las deja más indefensas ante las violaciones a sus derechos, apunta.
El departamento del Petén, la región fronteriza con México, “es un foco enorme” de traficantes de personas, indica uno de los testimonios que recoge el reporte. Les prometen un empleo en México como niñeras o mucamas en hoteles, pero en su comunidad ya nunca vuelven a saber de ellas, dice.
Una breve pausa a la migración
Un estudio de El Colegio de México estima que, del total de mujeres migrantes que trabaja en labores domésticas en este país, el 37% proviene de Guatemala. Un porcentaje cercano, 34%, de El Salvador y poco más del 10%, de Honduras.
En la región, cerca de 186 millones de personas se dedican a esta actividad, según el estudio Trabajadoras remuneradas del hogar en América Latina y el Caribe frente a la crisis del covid-19. De ellas, el 93% es mujer. El documento de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y otros organismos, indica que en promedio el 14% de las mujeres trabajadoras en esta parte del mundo se dedica a la limpieza de casas y el cuidado de personas.
En Guatemala, casi el 13% de las mujeres con empleo es trabajadora del hogar; en México, el 10 por ciento. La gran mayoría “lo hace en condiciones precarias y sin acceso a la protección social”, ganando la mitad o menos que el resto de las personas ocupadas, “a pesar de que en casi todos los países existe un salario mínimo establecido legalmente”.
Maritza Velásquez dice que las trabajadoras del hogar sólo detuvieron sus viajes el año pasado, cuando en marzo los gobiernos de ambos países cerraron las fronteras para detener la propagación de la pandemia. “Y como la población desconocía el virus, las propias mujeres restringieron sus traslados”.
Unos meses después volvieron a abrir la frontera, pero ante la llegada de las caravanas migrantes y la presión de Estados Unidos, en marzo de este año nuevamente el gobierno mexicano impidió el paso terrestre en las zonas colindantes con Belice y Guatemala. De nuevo, con el argumento sanitario.
“Cuando se especulaba la vuelta a la normalidad, las compañeras buscaron migrar de nuevo para buscar oportunidades de empleo” a México y a Estados Unidos.
Desde más de una década, México se ha convertido no sólo en un país de origen migratorio, sino de destino y de tránsito. Muchas mujeres no se detienen en este país y buscan llegar a Estados Unidos, pero para llegar “tienen que atravesar varios estados, eludir a las bandas criminales en territorio mexicano, los empleos precarios y, luego”, la ferocidad del desierto.
El teletrabajo y las trabajadoras del hogar
“En Centroamérica y México, los flujos migratorios históricamente han sido impulsados por diversos factores, entre los que predomina la búsqueda de mejores oportunidades laborales”, indica el informe Prácticas de reclutamiento de personas trabajadoras migrantes en Belice, El Salvador, Guatemala, Honduras y México.
La mayor parte de esa migración “está compuesta por personas que se desempeñan en actividades económicas con alto nivel de informalidad”, como el trabajo doméstico, señala la investigación de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
En la pandemia, las tareas del hogar y de cuidados cobraron mayor peso, pero eso no significó su valorización. La jornada laboral de las mujeres que realizan este trabajo aumentó, pero no su salario, lamenta Maritza Velásquez. “Al contrario, a muchas les empezaron a pagar menos”.
La restricción de la economía mundial le pegó también a las personas que las emplean, explica. “Tuvieron recortes de ingresos y entonces les bajaron el salario a ellas. Pero las tareas aumentaron porque estaban en casa sin ir a trabajar, o trabajando desde ahí, y con los hijos estudiando igual en ese espacio”.
El teletrabajo ha representado en muchos casos una explotación laboral para quien lo ejecuta, dice la activista. Pero esa sobrecarga “se trasladó a la jornada de la trabajadora del hogar” y para ellas no hay seguridad social, ni contrato ni atención a su salud, reprocha.
Ha sido desesperante, frustrante, dice Maritza Velásquez. “Muchas trabajadoras a domicilio en la confección de prendas se quedaron desempleadas por la crisis y buscaron laborar en las casas particulares”, al mismo tiempo las empleadas del hogar que fueron despedidas tuvieron que vender cualquier artículo o comida para sobrevivir.
“El hambre y la miseria genera la necesidad de migrar, de arriesgarse”. Según la investigación publicada por el Atrahdom, de las más de 11.2 millones de personas en edad de trabajar en su país, sólo 6.6 millones estaban ocupadas, pero el 68% en el sector informal.
Su organización, así como otras en Guatemala, le ha demandado al gobierno de Alejandro Giammattei políticas públicas que garanticen el empleo. “También le exigimos alimentos, al menos una bolsa al mes para las trabajadoras del hogar; dos libras de frijol, una libra de arroz. Pero el gobierno tiene actitudes inexplicables”.
El Sistema Nacional de Seguridad Alimentaria tiene un subejercicio del 40% de su presupuesto, comenta. “¿Dónde jodidos está el dinero, lo tienen retenido?”, mientras las mujeres siguen migrando y arriesgando su vida por tener para lo más básico, dice.