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Capital Humano

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Síndrome de burnout: Donde hubo fuego, cenizas quedan

Hoy la palabra burnout se repite con mucha más frecuencia que antes, pareciera un diagnóstico común. Los niveles de agotamiento en el trabajo se han acentuado de manera dramática, hasta llevar a las personas al bloqueo total, a sentirse literalmemte quemadas.

Andrés llevaba meses de trabajo intenso para el lanzamiento de una marca; llamadas, revisiones de textos, coordinar agencias. Dos días antes del gran día se sintió desconectado, como en un mundo paralelo, agotado. Literalmente no pudo levantarse de su cama. Llamó a su jefe y renunció... ya no podía más.

La respuesta del jefe fue muy generosa: “Terminemos el lanzamiento y te tomas dos semanas de descanso. Lo que tienes es 'burnout'”

Hoy esa palabra se repite con mucha más frecuencia que antes, pareciera un diagnóstico común. Los niveles de agotamiento en el trabajo se han acentuado de manera dramática, hasta llevar a las personas al bloqueo total, a sentirse literalmemte quemadas.

No se trata de ninguna manera de un fenómeno nuevo, la diferencia es que hoy en día se habla de ello. Han ganado las emociones. Cuando se trata de ambientes de trabajo con posibilidad de expresión y transparencia, el desgaste emocional y las enfermedades mentales en general tienen cabida. Sin duda —con numerosas excepciones de empresas y organizaciones de alto nivel de toxicidad— el avance es muy significativo.

En lo que nos hemos quedado muy cortos es en las soluciones. Como es el caso de muchas enfermedades, llegamos hasta el diagnóstico, en ocasiones acusatorio, de una persona “quemada”.

Pareciera que lo más grave de este diagnóstico es que no nos adelantemos a las soluciones, sino que está basado en dos ideas falsas: que es agudo (es decir, que es un pico, temporal, que se va en algún momento) y que es individual (es decir, que es algo que le pasa a algunas personas muy particulares y no a las demás). No, lo más grave es que hemos asociado a la ausencia de burnout a una competencia desarrollable: la resiliencia.

Todo esto resulta en extremo preocupante. De nada sirve dar pasos en la apertura de las emociones y de medir la afectación mental en el ambiente de trabajo si no sabemos como manejarlo, o si nos creemos terapeutas"..

Las principales causas del burnout no recaen en las personas —éstas son las víctimas— están en las organizaciones. En tal sentido, debe entenderse que si hay una persona que padezca este síndrome, es altamente probable que haya muchos más, en la medida en que es altamente transmisible. Si se cree que con atender la “angustia temporal de una persona que no es resiliente” se está fallando por completo en la aproximación: nunca se trata de una persona, no es un fenómeno temporal, y no se trata del nivel de resiliencia. Quien no manifieste los síntomas de estar quemado no significa que no los sufra, hay quienes tenemos umbrales de dolor más altos que otros.

Como organizaciones debemos propender por ambientes emocionales seguros, y esta seguridad se debe manifestar de manera colectiva. Atender el malestar individual es una manera de darle la espalda al colectivo, de atender a una sola víctima de una pandemia social. Si pensamos en una casa en llamas, probablemente la madera y el papel se descompongan con alta velocidad. No ocurrirá eso con el concreto, pero ello no significa que no se queme.

En consecuencia, ante un síntoma de burnout debemos, por supuesto, atender a quienes lo sufren y manifiestan, pero lo más importante es entender el ecosistema como un todo. Los únicos que conozco que se inmolan solos son los radicales políticos y religiosos. Si alguien se ha quemado o se está quemando es porque hay fuego, y ese fuego no se apaga sacando al individuo del incendio.

El cumplimiento de la normativa con la cual se han enriquecido muchas consultoras, la NOM-035, ha desviado la atención sobre el problema de los riesgos psicosociales de los centros de trabajo y lo ha minimizado a una encuesta y a una intervención motivacional a “echarle ganas”. Es lamentable que algo tan serio y recurrente reciba un tratamiento tan precario, y que con ello se pueda decir que se “cumple” con la norma. Las emociones, las profundas afectaciones mentales, el daño permanente de este fenómeno es hoy uno de los problemas más serios de salud pública.

Para mostrarlo por el camino de la exageración: formar y desarrollar personas en resiliencia en ocasiones es casi como pedir, de manera elegante, un masoquismo y premiarlo.

¿Qué ocurriría si empezamos a entender que este burnout es un fenómeno colectivo? ¿Cómo lo veríamos diferente cuando nos empecemos a dar cuenta que si hay alguien en esta situación es muy probable que haya más? ¿Cuándo entenderemos que es una situación crónica y no circunstancial?

No sigamos enseñando a la gente a “aguantar” bajo el discurso de la resiliencia, eso es francamente inhumano. Dice “Carlitos” Páez, uno de los sobrevivientes del accidente de Los Andes, que “cada quien tiene instalado un angustiómetro diferente”. Los buenos no son los que aguantan calor y los malos los que se queman. Las buenas organizaciones son las son conscientes de su temperatura y toman las medidas para administrarla adecuadamente.

Y no, no se trata de mandar a Andrés a descansar dos semanas. Pues cuando regrese, va a entrar, sin saberlo, a una casa en llamas. Y lo más probable es que se queme.

Tiene una carrera de más de 30 años en áreas de Recursos Humanos en las industrias de consumo masivo, aviación y de servicios financieros. Hoy es Director de Capital Humano de Alpura. Es abogado con estudios de ciencia política y desarrollo humano en Cornell University, University of Notre Dame, University of Asia and the Pacific, Pontificia Universidad Javieriana y el ITESM. Es consultor, autor y profesor universitario.

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