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Roberto Alvarado, talento a prueba de adversidades
Una infancia difícil, un padre que enfrentó el alcoholismo, falta de recursos para vivir. el mediocampista de Cruz Azul tiene 19 años y antes de llegar a la Primera División superaba con su familia estos obstáculos.
“La historia no es tan triste como la cuentan”, dice Iván Alvarado.
A lo que se refiere el hermano mayor de Roberto Alvarado —el novel mediocampista del Cruz Azul— es a la complicada infancia y adolescencia que vivió junto a sus hermanos en Guanajuato.
Guillermo, su padre, no podía controlarse cuando bebía. En alguna ocasión tuvo una pelea con Ivanny, su esposa, en las calles de su natal Salamanca. El pleito escaló a tal grado que la madre del futbolista terminó en el piso, manchada de lodo. Cuando pudo recuperarse entró a su domicilio y le contó a Roberto, su hijo menor, lo sucedido. Ese día fue uno de los peores de la vida del jugador.
No era el único problema que tenían los Alvarado. El dinero escaseaba en ese entonces, lo que obligó a Ivanny a vender frituras. El ingreso extra lo ocupaba para completar sus gastos en el hogar y para abastecer el tanque de gasolina de su automóvil, en el que llevaba diariamente a Roberto e Iván desde su hogar a Celaya, donde jugaban con los Toros, club donde empezaron a despuntar.
“En el Celaya me di cuenta de que quería ser futbolista profesional y que tenía las condiciones para llegar a la Primera División”, dice Roberto a El Economista.
En ese entonces, apenas tenía 13 años.
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Su nombre completo es Roberto Carlos Alvarado Hernández. Su padre lo llamó así en honor al cantante Roberto Carlos, al que admiraba, pero cuando el muchacho se convirtió en un adolescente, él mismo pidió que lo llamaran, al menos en la cancha, como el Piojo. El sobrenombre se debe a que en su infancia admiraba al argentino Claudio López, a quien apodaban igual, y destacaba por su velocidad, regate e instinto goleador.
Su admiración por el sudamericano llegó a tal grado que le pidió a su padre que, previo a un torneo juvenil, le consiguiera una banda para el cabello que tuviera grabada la frase “Piojo Alvarado”. Roberto no sabe cómo hizo su padre para conseguirla a tiempo y dice que aún la guarda en su casa. Es un tesoro valioso.
“A Roberto le encantaba Claudio López por su forma de juego y porque era uno de los jugadores más importantes del América (...) es el equipo del que era aficionado de niño y creo del que se mantiene hasta la fecha”, cuenta Iván entre risas.
Alvarado tiene las mismas características que su ídolo. Es rápido por la banda, tiene regate y lo mismo reparte asistencias que marca goles. En lo que va del Apertura 2018 —torneo en el que fichó por el Cruz Azul— registra dos anotaciones y cuatro pases para gol en ocho encuentros entre los torneos de Copa y Liga. En el partido del sábado pasado ante León colaboró con dos asistencias que sentenciaron el encuentro.
Pedro Caixinha, su entrenador, sostiene que su gran cualidad es ser un jugador desequilibrante y creativo en el terreno de juego. Dice que ve cosas en el campo que otros no.
“Está consciente de que no puede bajar su nivel de juego, porque detrás de él están jugadores como Andrés Rentería, quien es uno de los jugadores que ya conoce Caixinha. Su clave es su talento, disciplina y humildad”, sostiene Iván.
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Una cresta peinada al estilo punk aparece en la zona mixta del Estadio Azteca. Pertenece a un joven esbelto y con cara de infante que carga una mochila. Parece más un estudiante que un futbolista profesional. Sin embargo, es Roberto Alvarado, la joya de Cruz Azul.
Cuando habla su tono de voz es bajo, dice pocas palabras y es difícil sacarle una sonrisa. Iván dice que toda su vida ha sido así, pero aun así se da tiempo para hablar con todos los miembros de los medios de comunicación que le piden una entrevista después de su actuación ante León, quizá la más completa desde que debutó como futbolista profesional con 15 años y 21 días de edad.
Su debut se remonta a septiembre del 2013. Fue en un partido de Liga con el Celaya ante los Tecos. Desde entonces se afianzó en la titularidad del equipo, en el que hizo dupla en el ataque con el inglés Mark Redshaw, quien jugó en el Manchester United y Manchester City.
Redshaw se sorprendió cuando vio las cualidades del adolescente y le pidió a Nicholas Schizas, su representante, que le consiguiera una prueba con los Citizens. El agente se las arregló y lo hizo. El cuadro inglés en colaboración con el propietario del Celaya se encargó de los gastos de avión, para que Alvarado pudiera viajar a Manchester.
Pero dudó.
La situación económica y familiar de los Alvarado lo ponía a pensar si debía viajar a Inglaterra. Fue entonces que su madre le dijo que no se preocupara por ellos, que debía cumplir su sueño.
“En esa misma época, mi padre dejó de beber”, recuerda su hermano.
Con esa tranquilidad, Alvarado viajó a Manchester. Su futbol lo hizo destacar rápidamente y sus entrenadores le dijeron que tenía el talento para quedarse en el club. Pero se encontró con un problema: al no estar en compañía de sus padres y no tener 18 años, la normativa de ese país le impedía quedarse en el club.
Días después se probó con el Leicester City y se repitió la situación: destacó por sus cualidades, convenció a los entrenadores y no pudo quedarse por las leyes inglesas.
“A su regreso pensábamos que iba a estar triste, pero no. Estaba feliz y la experiencia en Inglaterra hizo que incrementara su nivel en el terreno de juego. Esa experiencia le permitió dar el salto a la Primera División”, señala su hermano.
Para el verano del 2016 fue transferido al Pachuca, mientras que para el año siguiente fichó por el Necaxa. Ahí marcó dos goles y repartió cinco asistencias, suficientes para que Cruz Azul lo contratara.
“Desde que llegó, tomó el reto de Cruz Azul día a día. Piensa que si realiza un buen ejercicio, entrenamiento y partido a la vez podrá afianzarse en el club y así le ha funcionado”, sostiene su hermano Iván.