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Geopolítica

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La guerra en Ucrania puede provocar más hambre en el mundo: así podríamos remediarlo

Foto: Shutterstock

¿Cuál es el impacto de la guerra en Ucrania sobre los suministros alimentarios y el precio de los alimentos? Lo primero que hay que tener en cuenta es que la invasión rusa de Ucrania no solo está provocando una tragedia humanitaria de gran magnitud junto a violaciones graves del derecho internacional, sino que además puede generar una crisis alimentaria global de igual o peores efectos que la que se produjo entre los años 2007 y 2008 debido al aumento de los precios de los alimentos básicos (como los cereales) en los mercados.

En este sentido, hay que recordar que a nivel mundial, Rusia y Ucrania desempeñan un papel clave en la producción mundial de cebada, trigo, maíz y aceite de girasol. Por ejemplo, más del 40 % de las importaciones de trigo en África provienen de Ucrania y Rusia. Sin embargo, la producción de cereales en Ucrania está siendo perjudicada por los efectos del conflicto armado. La producción ucraniana en el marco del suministro de trigo y otros cereales no será fácilmente reemplazable a corto plazo. De hecho, está provocando que se estén produciendo especulaciones excesivas en el precio de los alimentos en la Bolsa de Chicago por parte de los fondos de inversión.

Según la Organización de Naciones Unidas, la guerra en Ucrania puede provocar que aumente en 13 millones más el número de personas que actualmente padecen hambre en el mundo (en torno a 800 millones se encuentran en situación de inseguridad alimentaria).

Además de eso, otro de los problemas que se aprecia es la interrupción del comercio de fertilizantes utilizados para la producción de alimentos. Rusia y Bielorrusia exportan gran cantidad de fertilizantes (a base de nitrógeno potásico) a muchos países de Europa y de Asia. Las sanciones económicas impuestas a productos rusos por la invasión de Ucrania están ocasionando una disrupción en el comercio de estos insumos agrícolas. A su vez, podemos ver cómo también existe una interrupción en las cadenas de suministro y en el transporte de materias primas alimentarias.

Importantes flujos comerciales de cereales y semillas oleaginosas procedentes del Mar Negro prácticamente se han interrumpido a consecuencia del bloqueo por el conflicto. Asimismo, los cereales son el principal alimento que utiliza el sector ganadero para alimentar al ganado y, cuando estos escasean o suben de precio, obviamente también aumenta el precio de la carne.

El precio del trigo ya se ha encarecido

En este sentido, según el índice de precios de los alimentos elaborado por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el trigo se ha encarecido un 50 % en las últimas semanas hasta alcanzar los niveles más altos en 14 años. A lo que se suma también el aumento del precio de los fertilizantes y de la energía.

Todos estos factores tienden a aumentar los costes de producción para los agricultores y los transportistas de alimentos. Si cuesta más caro producir y transportar alimentos, obviamente el precio de venta de los alimentos va a aumentar para los consumidores y ello es especialmente perjudicial para las personas de bajos ingresos.

Finalmente esta cuestión también repercute en la dieta y en la salud de los consumidores, ya que cuando sube el precio de los alimentos, los hogares tienden a comprar menos frutas y hortalizas y se decantan por alimentos más baratos que suelen ser alimentos con alta densidad calórica y pobres en nutrientes para la salud (vitaminas, minerales, etc.).

También se verán afectados los estados que son importadores de alimentos (especialmente de cereales). Muchos estados de África, Oriente Medio y de los Balcanes occidentales (que importan gran parte de sus alimentos y en particular el trigo) van a ver un aumento de la factura de sus importaciones.

Por ejemplo, estados importadores de cereales como Líbano, Egipto, Túnez o Yemen ya se ven gravemente afectados y esto hace que puedan aumentar las tensiones, el malestar social o la inestabilidad en dichos estados. Igualmente, los países que dependen de la importación de los fertilizantes para una significativa parte de su producción agrícola también se enfrentan a costes cada vez mayores para adquirir estos insumos importados, lo que supone una grave amenaza para la producción de sus alimentos para las próximas cosechas.

Respuestas necesarias para afrontar la crisis

Dado que el impacto de esta crisis es global, se necesita una respuesta también global y que se aplique tanto a corto como a largo plazo. Para el primero de los casos:

  • La respuesta a esta crisis no puede ser la restricción del comercio. El retorno al proteccionismo o la limitación de las exportaciones para garantizar el consumo interno no sería la respuesta correcta por dos razones en particular: en primer lugar, porque agravaría el hambre en el mundo (principalmente en los estados más pobres de Oriente Medio y de África que dependen en gran medida de las importaciones de cereales provenientes de Ucrania). En este sentido, las exportaciones europeas podrían jugar un papel importante al respecto , pero se requiere de una cooperación internacional a mayor escala. En segundo lugar, porque acentuaría más el aumento de los precios de los alimentos.
  • También se requiere que se intensifique la ayuda humanitaria y alimentaria directa, tanto para Ucrania como para los estados que están resultando especialmente afectados en sus suministros alimentarios. En este sentido, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) puede desempeñar un papel clave, pero necesita mayor financiación por parte de los estados, de lo contrario, si se resta apoyo económico a este órgano subsidiario conjunto tanto de la FAO como de Naciones Unidas, el PMA se verá obligado a reducir las raciones de alimentos que asigna a países vulnerables como Yemen, Chad, Níger o la misma Ucrania.
  • Los estados deberían aplicar tipos reducidos del impuesto sobre el valor añadido (IVA) en los bienes y servicios que responden a necesidades básicas en aras de mitigar el impacto de los altos precios de los alimentos sobre los más vulnerables económicamente. Esto es algo que se está haciendo en algunos países de la Unión Europea.
  • Igualmente, a corto plazo deberíamos reducir la proporción de las tierras agrícolas que se utilizan para producir materias primas para los biocarburantes en detrimento del uso de los cultivos con fines propiamente alimentarios para la población, para compensar así la pérdida de las exportaciones ucranianas de cebada, maíz, trigo y girasol.
  • Debería articularse un seguimiento y análisis periódicos de los precios de los alimentos en el mercado. La FAO debe asumir un papel clave a la hora de analizar y ofrecer recomendaciones para tratar las repercusiones que la invasión de Ucrania está teniendo en los sistemas alimentarios internacionales. En este sentido, el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial podría encargarse de coordinar un sistema de información sobre el mercado agrícola para ofrecer recomendaciones tempranas, mejorar la transparencia y orientar sobre las formas de hacer frente a condiciones críticas.

En cuanto a las posibles respuestas globales a largo plazo, deberían ser las siguientes:

  • Promover una transición hacia sistemas agrícolas y alimentarios que sean más sostenibles porque eso supone hacerlos más resilientes a futuras crisis. En este sentido, tenemos que adaptar la producción alimentaria a la evolución de las condiciones climáticas, como lo demuestra el último informe del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) y, a su vez, tenemos que reducir los efectos negativos que está provocando la agroindustria intensiva sobre los ecosistemas, con la consecuente pérdida de biodiversidad.
  • Por ejemplo, realizar un mayor esfuerzo por parte de los estados hacia la transición de prácticas agroecológicas que reduzcan el uso de fertilizantes y pesticidas químicos es una cuestión que se puso encima de la mesa en la última Cumbre mundial sobre sistemas alimentarios de 2021 y también constituye un objetivo de la estrategia de la UE denominada “De la granja a la mesa”. La agricultura ecológica utiliza cantidades limitadas de abonos minerales y fertilizantes químicos y, por tanto, está menos expuesta a los efectos negativos que provoca el aumento del precio de estos insumos químicos en el mercado.
  • Es necesario mejorar la resiliencia de las pequeñas y medianas explotaciones agrícolas (vulnerables a la volatilidad de los precios en los mercados), apoyar el desarrollo de cadenas de suministro cortas y facilitar el acceso al crédito a los agricultores para reducir la dependencia de las importaciones de alimentos y favorecer la soberanía alimentaria interna.

En definitiva, podemos concluir que, debido a lo expuesto, la protección y mejora de la seguridad alimentaria debe integrase en los esfuerzos de todo el sistema de Naciones Unidas para reafirmar la paz y seguridad internacionales. La paz es fundamental para proteger a las personas del hambre.

Adriana Fillol Mazo, Profesora Ayudante Doctor en Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales, Universidad de Sevilla

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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