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Opinión

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Alquimia fiscal

Nuestra cultura de misceláneas es alquimia fiscal: siempre se pide más, a pesar de que lesione los derechos de propiedad o la estabilidad fiscal.

En el simposio monetario de Jacksonhole, el economista académico Eric Leeper dijo que la política fiscal debería incorporar la misma transparencia e independencia que disfruta la política monetaria, por lo menos en los países que dan prioridad a la autonomía central. En sus palabras, la macroeconomía moderna debe pasar de la alquimia a la ciencia y despolitizar el campo fiscal.

El gran beneficio, según él, es que eso daría predictibilidad al entorno fiscal, con lo cual existe más flexibilidad para que los agentes y las empresas se adapten a las circunstancias, y mayor probabilidad de generar inversiones productivas de largo plazo. Vaya que los lemas de Leeper tienen relevancia en México. Si bien se observan avances capitales, sobre todo a nivel macroeconómico (reducción y control del déficit, o el manejo tanto astuto como prudente de la deuda pública externa), el proceso de aprobación de los proyectos de presupuesto y la forma en que se ejerce el gasto parecería ser de criterio medieval.

El tema de discusión entre los políticos es el tamaño del hueso presupuestal. La disputa sobre el proyecto de egresos se centra en sólo un tema del sistema fiscal: la baja recaudación y los ingresos. Si bien nuestra recaudación, tanto total (14%) como no petrolera (10%) es inferior a otros casos similares en Latinoamérica, el tema de una ciencia fiscal debe partir de la necesidad de asegurar estabilidad fiscal, bajo la premisa que el objetivo principal es maximizar los ingresos fiscales sin lesionar incentivos laborales y empresariales.

Cambios súbitos en las reglas del juego, sobre todo derivados de la necesidad de tapar hoyos negros o satisfacer necesidades individuales de coyuntura política representan una abierta lesión a esos incentivos. La cultura de misceláneas es un perfecto ejemplo de alquimia fiscal: siempre se pide más, independientemente de la lesión que ocasione a los derechos de propiedad o a la estabilidad fiscal. Un énfasis más científico, menos politizado, en materia fiscal pondría la prioridad sobre cómo racionalizar el apartado de egresos, es decir, cómo gastar mejor.

Bajo este criterio de ciencia fiscal, las tasas impositivas que pagan los mexicanos son de las más altas del mundo, ya que lo que reciben a cambio son beneficios muy inferiores a los que otros ciudadanos, en otros países, toman como un hecho -especialmente en educación, en las cortes judiciales, en la protección contra el crimen-. Después de todo, lo que es de uno es de uno, no de los otros ni mucho menos de un gobierno que ha servido más para pedir, quitar y expropiar que para servir, proteger, facilitar y dejar trabajar.

rsalinas@eleconomista.com.mx

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