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Opinión

Lectura 4:00 min

Ámame, no soy perfecto

O del amor en tiempos millennials 

Hace unas semanas confesé en este espacio no ser seriófila, dícese del adicto a ver series en estos días que vivimos una época privilegiada para hacerlo.

No soy seriófila, pero, zaz, cuando tengo algo de tiempo libre me doy mi ronda por Netflix (de algo me debe servir pagarlo cada mes, digo) y veo. Y esta vez me enamoré.

No descubrí Love en estos días de vacaciones, la verdad es que ya la había visto desde su estreno en 2016. Lo cierto es que no sabía qué pensar de ella: es tan honesta que a veces resulta deprimente.

Cuenta la historia de amor entre Mickey (Gillian Jacobs, la güerita de Community) y Gus (Paul Rust, que además es el creador de la serie). El amor es una cadena de encuentros y encontronazos, no un paseo en canoa, al menos no para Gus y Mickey.

La historia transcurre en Los Ángeles y lo más divertido es que devela el panorama angelino de la clase trabajadora: condominios, depender de Uber, comer comida china en strip malls que se encuentran en el camino.

Gus me cae bien. Es un mega nerd obsesionado con hacerla en el mundo del cine o de pérdida la tele. Hace cosas raras y divertidas como reunirse con sus amigos a inventarles canciones a películas de los 90.

Gus trabaja en la cola de la cadena alimenticia. Es maestro de set, es decir, es quien les da clase a los niños actores pero su clase es un desastre. Es incapaz de imponer disciplina porque prefiere caerles bien a enseñar.

Mickey es un desmadre. Tienen la cabeza hecha un lío. Las aventuras más extravagantes de la serie son las que le tocan a Mickey. Adicta “al amor”, Mickey acude a un programa de 12 pasos para tratar de sanar. No debe tener pareja pero, pum, he aquí a Gus, un hombre decente (¡por fin!) que la ama de verdad.

La serie está narrada en este tono casual que ya se ve poco en la televisión, tan acostumbrada al tono melodramático de los reality shows y las series de cadena. Me explico: en Love las cosas son lo que suceden, sin mayor fanfarria, aunque se trate de momentos que le cambian la vida a los personajes. Como la vida, pues.

Love, producida por Judd Apatow, el productor y director que ha revolucionado la comedia en esta última década, es un show no sólo chistoso sino también rompecorazones. El amor es una posibilidad, tan frágil como una mariposa entre las manos. ¿Cómo cuidarlo? Quizá está destinado a morir de manera irremediable. O quizá, sólo quizá, haya un chance de que exista tal como nuestros padres nos lo contaron antes de dormir.

La serie transmite ya su última temporada por Netflix. No he visto el final (no me lo vayan a espoilear), pero por lo pronto lo que he visto se ve bien. ¿Será que ese amor tan difícil entre Gus y Mickey pueda salir con vida de la neurosis de ambos? Hay esperanza, millennials, más allá de Tinder y Grinder.

Este es el amor en tiempos del siglo XXI: ámame, ya sabes que no soy perfecto. De hecho soy un desastre. ¿Importa eso?

Oh, no quiero cerrar este Garage sin hablarles de Bertie (Claudia O’Doherty), mi personaje favorito. Es una australiana que llega para compartir casa con Mickey. Bertie es de lo más buen pedo, pero poco a poco va sacando las garras porque una cosa es ser buena onda y otra ser la pilmama de su roomie.

Busquen Love en Netflix. No se la van a pasar mal, se los aseguro.

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