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Opinión

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Defender la política

En los últimos años, el discurso antipolítica anida en los reclamos sociales de quienes se decepcionan por conductas reprobables de algún actor o partido político. Los reclamos son legítimos, válidos, pero algunos suelen simplificar lo político con descalificaciones genéricas que asumen la actividad como un todo indivisible, como si fuera sinónimo de todas las conductas reprobables y todo en su universo fuera igual de malo.

Hay síntomas de malestar o desencanto con diversos entornos políticos aunque América Latina, y México en particular, también registran una tendencia en el aumento de la participación de votantes en las urnas. Latinobarómetro recientemente registró apoyo expreso de apenas 48% con la democracia en la región, pero nuestro país vio cómo la mayoría de las y los ciudadanos salieron a votar el primer domingo de julio y atestiguaron que su voz sí contaba.

Eso explica que estudios posteriores sobre los comicios, por ejemplo, la encuesta más reciente de Consulta Mitofsky sobre confianza, muestre que entre el 2017 y el 2018 pasamos de 35 a 28% de ciudadanía que manifestó rechazo general a las instituciones. La disminución en el rechazo fue considerable (7 puntos menos) aunque eso no elimina de la realidad que hay un buen número de personas que no se identifican con el modelo de democracia. Si el convencimiento a partir de razones queda vacante, es un hecho que esa lejanía aumentará.

El malestar con el comportamiento de entes políticos no es un fenómeno reprobable, es natural y deseable incluso que haya contextos de exigencia llenos de crítica libre y deliberación permanente. No es condenable que haya enojo o desencanto con cierta forma de hacer política cuando una sociedad acredita, por ejemplo, abusos de poder, casos de corrupción o resortes autoritarios en una u otra expresión ideológica, pero de ahí a rechazar “la política” o pretender asumirla como encarnación de lo negativo hay una distancia que merece espacios de reflexión que permitan salir en defensa de las instituciones y de la política misma como oportunidad para coexistir de forma pacífica, en un tiempo y espacio comunes que atañen a todos los sectores y sus visiones diversas.

Esos espacios de convivencia no son posibles fuera de la política y de ahí que sea imperativo reivindicar el papel de la actividad. En 1962, Bernard Crick escribió un clásico para los estudiosos de la democracia: En defensa de la política, obra que nació en el contexto de la Guerra Fría pero que mantiene vigencia en nuestros días. Para el autor, la política es una herramienta que usan personas libres para el entendimiento, permite la convivencia pacífica aun siendo contrarios, aleja la imposición de razones, obliga a convencer, conciliar, a reconocer la existencia del otro.

En la mirada de Crick, la política implica asumirnos como iguales, aunque no pensemos del mismo modo, dar por sentado que habitamos un mismo lugar y necesitamos entendernos en la diversidad y no pretender que de pronto desaparezca y todo se uniforme. La política se entiende en el libro como una “actividad mediante la cual se concilian intereses divergentes dentro de una unidad de gobierno determinada, otorgándoles una parcela de poder proporcional a su importancia para el bienestar y supervivencia del conjunto de la comunidad”.

El valor de la política es enorme en nuestras sociedades diversas, hace la diferencia entre incluirnos y reconocernos parte del mismo lugar o no hacerlo. Por eso sería un grave error confundir a uno o a muchos malos políticos, al malestar que generan esos políticos, como si se tratara de un espejo o sinónimo general de la “política”.

Con esa base creo que siempre será pertinente recordar y defender la política, que es un pilar de cualquier democracia y de sus instituciones.

*Consejero del INE.

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Consejero del Instituto Nacional Electoral

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