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Opinión

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Despedida

Después de una difícil reflexión, he decidido concluir mi colaboración en este espacio. No hubo presión alguna ni censura por parte de nadie. Al contrario, agradezco mucho a Luis Miguel González, Octavio Amador y Karina Hernández de El Economista su apoyo y amistad durante tantos años.

Mis motivos son personales, pero no por eso secretos. Digamos que el resultado de las últimas elecciones, pero sobre todo la impune y sistemática violación de la ley por parte de López Obrador y su caramilla, han hecho replantearme mi relación con la escritura y con lo que de verdad quiero decir, y la conclusión fue que en tiempos de terror, caos, codicia y mentira sólo la literatura puede ayudarnos a encontrar el camino. Ya no me enfrascaré en el aquí y el ahora de la destrucción de nuestra democracia, ni del poder judicial, ni de los órganos autónomos que mi generación se esforzó en construir. No vociferaré ante el triunfo de la estulticia y la santificación de la miseria y la ignorancia como valores supremos del hombre. No observaré cómo los mexicanos venden su libertad a cambio de las migajas que caen de la mesa donde políticos corruptos se atascan con el pretexto de la justicia social. No veré al magistrado Gómez Fierro ser sustituido por un clon de Lenia Batres para que los jueces protejan a los gobernantes en perjuicio de los ciudadanos. En fin, que no cuenten conmigo.

En esta época de hipercomunicación, en donde la velocidad de los estímulos visuales y auditivos nos impide la reflexión, activa nuestros sistemas de alerta y nos intoxica de adrenalina, lo más sabio es tomar distancia, pausar el ritmo y dar tiempo al análisis. Trataré de alejarme de los arboles para poder ver el bosque; trataré de dejar la superficie del parloteo de voces irrelevantes, para sumergirme en palabras que aún tengan significado.

Yo mismo me he preguntado si esta necesidad de alejarme de las redes sociales y los noticieros, y cambiarlos por música y libros, no es simplemente una manera de justificar mi cobardía ante la dictadura que viene. ¿Será acaso que lo que debemos hacer es gritar más fuerte que ellos? ¿Ser más radicales? ¿Decir más sandeces? La razón y la verdad nunca han tenido el favor de las masas. Aquel que apele a sus instintos más primitivos siempre tendrá millones de seguidores. ¿Cómo defender la libertad individual ante una masa que ladra pidiendo el bozal? Mi única respuesta, por ahora, es el silencio.

En un mundo controlado por megalómanos que están todo el día predicando en los medios y las redes, extasiados en su propia imagen, quizá la forma más radical de oponerse a ellos es dejar de verlos y oirlos. Más allá del silencio y el desprecio, lo que puede destruir a estos personajes de paja es su propia intrascendencia. Contra eso no tienen armas ni defensas; toda su personalidad sería arena que se desmorona, como la del Golem, cuando el rabino borró una sola letra de su frente.

Esperaré hasta que las palabras de la libertad que vienen del sur lleguen a México para desenmascarar a los fantoches que han tomado por asalto al Estado mexicano para destruirlo desde dentro. Mientras tanto, seguiré peleando en tribunales en contra de la arbitrariedad y la corrupción de burócratas incompetentes, mediocres e ignorantes, y siempre en defensa de la libertad y la libre empresa.

@gsoriag

Abogado especialista en sectores regulados. Presidente del Instituto del Derecho de las Telecomunicaciones (IDET). Doctorando en letras modernas en la UIA.

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