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El papa Francisco y el planeta
Los grandes desafíos del siglo XXI parecían ajenos a la Iglesia católica. Más allá de la espiritualidad de sus fieles, su relevancia para la vida real en el planeta se diluía en poco más que admoniciones genéricas. Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, ha trastocado esta inercia con su encíclica ecológica Laudatio Si (Alabado Seas) expedida el pasado 18 de junio. Desde León XIII y la encíclica Rerum Novarum de 1891 (sobre justicia laboral y social), la Iglesia no había abierto nuevas líneas doctrinarias de trascendencia semejante.
La nueva encíclica revoluciona al universo doctrinario de la Iglesia. Primero, rompe con un antropocentrismo despótico que lo ha marcado desde el Génesis ( creced y dominad la tierra ), y deja atrás una insostenible actitud de indiferencia hacia los elementos y sistemas de la Creación (la biósfera). Segundo, tiende una inédita red de compasión y solidaridad con los demás seres vivos que se queda a poca distancia de su reconocimiento como pares de la humanidad en el gran concierto de la Creación. Desde ahí se atisba ya un terreno muy escarpado donde se cuestionaría la excepcionalidad humana, tema sin duda escabroso para toda religión monoteísta (¿qué hacemos con otras especies a las que estamos unidas por ancestros comunes, que son conscientes, capaces de sentir, sufrir, gozar y razonar, y de las cuales no nos separa nada cualitativo sino sólo un gradiente evolutivo más o menos amplio de capacidades?).
La encíclica dedica de hecho buena parte de sus más de 150 páginas a bordar toda una reinterpretación canónica de las escrituras sagradas que le permite legitimar teológica y doctrinariamente este gran salto. Para ello se ayuda de numerosas conferencias episcopales previas, y del célebre Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís sobre nuestra hermandad con todas las especies y sobre la responsabilidad de los seres humanos con la creación divina. El hombre es espíritu y voluntad, pero también naturaleza .
El papa Francisco conjuga en su encíclica raíces éticas y espirituales ( nosotros mismos somos tierra ) y complejos silogismos teológicodoctrinarios con lo mejor de la ciencia para fijar posiciones diáfanas en prácticamente todos los temas significativos de la agenda ambiental global. Lo hace con un lenguaje fluido y accesible que en nada hace desmerecer al rigor científico que busca e invoca. Interesante es ver cómo la celebración y la preocupación por la creación divina lo conducen a asumir temas esenciales para la sustentabilidad de la vida en el planeta, como el cambio climático, biodiversidad, bosques tropicales, mares, arrecifes coralinos, manglares, ciudades, espacios públicos, vivienda, agua y residuos.
El papa Francisco trasciende al diagnóstico; ofrece vías de acción: una nueva doctrina, conversión ecológica y educación ambiental. Resalta su prescripción de cambiar estilos de vida, de producción y de consumo; sólo le falta proponer un carbon tax universal (aunque se equivoca al oponerse a los mercados de carbono, desestimar presiones demográficas y al adoptar en varios pasajes un lenguaje tercermundista y antiempresas multinacionales que nos recuerda al G-77). Adopta un renovado multilateralismo para enfrentar los problemas a través de acuerdos internacionales, así como de nuevas instituciones nacionales y globales (como reglas del juego y normas de conducta para gobiernos y empresas) de gobernanza económica y regulación ambiental. Toca con precisión el imperativo de una minuciosa evaluación de impacto ambiental de proyectos, y enfatiza el requisito de que existan grandes áreas o zonas donde se prohíba toda intervención humana (áreas naturales protegidas). No obstante, es realista y admite dificultades en la medida en que pocos gobiernos se expondrán a irritar a la población con medidas impopulares. De cualquier forma, la encíclica Laudato Si tendrá valiosas y profundas repercusiones, más en México, país eminentemente católico.