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El pueblo contra la democracia, una lectura de urgencia
“Ustedes tienen a la alta sociedad de su lado, yo tengo al pueblo conmigo”; “somos el pueblo”; “en nombre del pueblo”; “la diferencia más importante en nuestro plan y el de nuestra oponente es que el nuestro antepondrá a Estados Unidos, América primero”; “el pueblo es sabio”; “Bruselas no ataca a un gobierno, sino al pueblo”.
La palabra “pueblo” como efervescente emocional. Se enchina el cuerpo cuando se presenta al “pueblo” como masa unitaria porque “pueblo” es todo pero al mismo tiempo es nadie.
Norbert Hofer (líder del Partido da la Libertad de Austria), Recep Tayyip Erdogan (presidente de Turquía), Marine Le Pen (líder del Frente Nacional francés), Andrés Manuel López Obrador y Matteo Salvini, respectivamente, son los autores de las frases del párrafo anterior. Todos, nacionalistas.
“El populismo, según Ivan Krstev, no sólo es antiliberal, sino que también es antidemocrático, es la sombra que se proyecta permanente sobre la política representativa”, escribe Yascha Mounk en su libro El pueblo contra la democracia (Paidós, 2018). “Una vez silenciados los medios y abolidas las instituciones independientes, es fácil que los gobernantes iliberales efectúen la transición desde el populismo hasta la dictadura”, señala Mounk.
El autor se refiere al movimiento antiinmigrante alemán, Pegida, y a Trump, como protagonistas que no desean anular la democracia, su verdadera aspiración es conseguir que la voluntad popular remodele el país a su imagen y semejanza. Para “entender la naturaleza del populismo, debemos reconocer que éste es tanto democrático como iliberal, que busca tanto expresar las frustraciones del pueblo como socavar las instituciones liberales”, escribe Yascha Mounk, director ejecutivo del Instituto Tony Blair para el Cambio Global y profesor de Ciencia Política en la Universidad de Harvard.
Mounk nos recuerda que durante las décadas finales del siglo XX, existieron pocos cambios de signos políticos en los parlamentos de Berna, Copenhague, Helsinki, Ottawa, París, Estocolmo y Washington.
Existió un proceso de congelamiento en los partidos políticos, continúa Mounk; sin embargo, la primera gran democracia en experimentar el proceso de descongelamiento fue Italia. A inicios de década de los 90, un gigantesco escándalo de corrupción pulverizó al sistema de partidos. El ganador del caos fue Silvio Berlusconi. Y ahora el fenómeno se replica en Brasil con Bolsonaro y López Obrador en México.
Hace cuatro años, el Partido Social Liberal de Bolsonaro sólo tenía a un diputado en el Congreso, después de las elecciones del domingo tendrá 52. El partido Morena, de López Obrador, no existía en la anterior legislatura, ahora tiene mayoría en los cámaras.
Ni el Partido de los Trabajadores de Lula tuvo la sinceridad de pedir una disculpa a sus electores por la corrupción, ni tampoco lo hizo el PRI de Peña Nieto.
El descongelamiento de partidos ha producido que el ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) se encuentre dando varios empujones a los aliancistas de centro.
La fórmula del ascenso súbito de este tipo de partidos se integra con una elevada carga de promesas mágicas para solucionar problemas estructurales.
La democracia liberal se está resquebrajando. Nacen las democracias iliberales (o democracia sin derechos, escribe Mounk) y el liberalismo no democrático (o derechos sin democracia).
La decisión de cancelar el aeropuerto de Texcoco por parte de López Obrador es un ejemplo de democracia iliberal pues la expropiación virtual se traduce en una democracia sin derechos.
Adiós a Merkel, gana Trump
Durante los tres últimos años, la población de Leipzig y de Dresde han tomado las calles de manera frecuente. En medio de la migración de sirios, eritreos y afganos que buscan en Alemania un entorno vital, surgió en el 2015 el movimiento Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida). El blanco de las protestas ha sido la canciller Merkel por haber permitido la entrada a un millón de esos migrantes.
Los lunes son los días elegidos por Pegida para manifestarse. Entre la multitud, se puede observar pancartas con la leyenda: “Lügenpresse, la ‘prensa mentirosa’, elemento central de la ideología de Pegida”. Un año después, en noviembre del 2016 Donald Trump ganaría las presidenciales bajo un lema similar: fake news.
Dos años después, los malos resultados del partido de Merkel en elecciones regionales la empujan para decir adiós en el momento en que culmine la actual legislatura.
Gana Trump, el presidente que desea ver destruida la Unión Europea, histórico aliado de Estados Unidos.
De seguir la tendencia de la efervescencia de los nacionalismos, no nos extrañe que en algunos años los ministerios de Exteriores comiencen a fusionarse con Defensa.
Para unos, representan costos excesivos ya que “la mejor política exterior, es la interior”. Así lo piensa López Obrador.