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Opinión

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Garrote moral y utopías políticas

El aventurero Simplicíssimus (1668), novela picaresca de Hans Jakob Christoph von Grimmelshausen tras la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), contiene una escena aleccionadora sobre la política alemana que sigue teniendo vigencia. En el tercer capítulo, Simplicíssimus se encuentra con un “loco de remate y erudito en exceso”, que se autodenomina Júpiter y le confiesa que, tras contemplar los pecados en la Tierra, el consejo de los dioses le ha ordenado aniquilar a la humanidad. Este añade, no obstante, que, como siente un sincero aprecio por el género humano, creará un “héroe germánico” –fuerte, juicioso e inteligente–, que eliminará con su espada únicamente a los decadentes, protegerá a los piadosos y reformará al mundo entero. El héroe germánico irá de pueblo en pueblo para elegir a los más inteligentes e instruidos y conformará con ellos un parlamento universal que eliminará impuestos y contribuciones, para que los elegidos vivan en un paraíso elíseo. Luego, Júpiter acercará el Monte Helicón a Alemania, oficializará la lengua alemana y permitirá a los alemanes dominar el mundo.

En los últimos años, la formación partidista alemana Alianza 90/Los Verdes, al estilo de aquel Júpiter de Grimmelshausen, ha hecho de la política de sermonario y soflama su bandera. Hace unas semanas, por ejemplo, el empresario Elon Musk retuiteaba un video que mostraba cómo ONG alemanas depositaban migrantes ilegales en Italia y añadía: “¿Saben los alemanes de esto?”. Quien maneja la cuenta oficial de X del Ministerio de Asuntos Exteriores de Alemania respondió a la provocación esgrimiendo el garrote moral (Moralkeule): “Sí. Se llama salvar vidas”. Sorprende el ademán arrogante ante la provocación del barbaján: quien no suscriba la política migratoria es cómplice de las muertes en el Mediterráneo. La contrarespuesta de Musk: “Así que están orgullosos. Interesante. Dudo que la mayoría de los alemanes apoye esto. ¿Han realizado encuestas? Seguramente es una violación de la soberanía italiana transportar migrantes ilegales a su territorio. Tiene el aspecto de invasión”. Las recientes elecciones en Baviera y Hesse también han dejado una larga estela de mensajes moralizantes. Durante la campaña electoral, la candidata de los verdes, Katharina Schulze, proponía introducir cuotas en empresas: “Quiero hacer de Baviera el primer estado federal igualitario. ¡Esto incluye ceder la mitad del poder a las mujeres!”. Una estampa más: poco antes del día de la votación, Ricarda Lang, copresidenta del partido, publicó un tuit: “Si quieres un gobierno con decencia, tienes que votar por Los Verdes”. Es un moralismo flamígero, exagerado, que resulta de la pura arrogancia de sentirse en la cúspide del progreso como redentores de la humanidad (no tiene que ver con otros episodios de la historia de Alemania, porque ahora sí se trata de un bien superior). De ahí que, adecuando los principios, tengan soluciones definitivas para casi cualquier tema: la igualdad, la integración del islam o el apoyo incondicional a Israel.

La pedagogía tiene utilidad para que algunos se expliquen la realidad –una comunidad universal fraterna condenada al cataclismo climático–, para que otros se beneficien con dinero de los contribuyentes –la asociación United4Rescue del teólogo evangélico Thies Gundlach, pareja de la política Katrin Göring-Eckardt– o para asegurar la calidad de vida de otros más, como la diputada Misbah Khan lo expresó sin ornamentos: “Necesitamos 400,000 trabajadores extranjeros anualmente para mantener nuestra prosperidad”. Ahora bien, lejos del púlpito, la política aparece en variedades menos agradables. En las respuestas al tuit de Musk hay quien sugiere llevar los barcos de migrantes a Cuxhaven o Hamburgo. Otros agradecen al empresario por apoyarlos y sostienen que “la mayoría de los alemanes se avergüenza de su gobierno”. “No conviertan Alemania en África. Mándenlos de vuelta, Alemania pertenece a los alemanes. Estamos siendo reemplazados”. Por si hubiera algún reparo, alguno recuerda el acoso de migrantes sirios a “docenas de mujeres”. Otra estampa: el mismo día del ataque de Hamás en Israel, unos jóvenes de la “Red para la defensa de los presos palestinos” salieron en Berlín a repartir baklavas por “la victoria de la resistencia”. Lejos de la burbuja de las élites urbanas en Múnich y Fráncfort, el rechazo a la migración masiva está condensado en los resultados electorales. En Baviera, Los Verdes tuvieron una caída de más de tres puntos porcentuales. Según las encuestas, la situación económica y la migración pesaron más que la agenda del cambio climático. Por otro lado, 83 % piensa que es necesaria una nueva política de asilo –entre los votantes de Electores Libres (FW) y Alternativa para Alemania (AfD), los porcentajes superan el 90 %–. En Hesse, AfD (18.4 %) se convirtió en la segunda fuerza política detrás de la democracia cristiana (CDU) (34.6 %), Los Verdes perdieron cinco puntos porcentuales en comparación con 2018 y 36 % de los encuestados no alberga esperanzas en que estos puedan dirigir una buena política ecológica.

El politólogo emérito de la Universidad de Mannheim, Peter Graf Kielmansegg, alertó recientemente en un ensayo para el Frankfurter Allgemeine (FAZ) sobre cómo una minoría verde –gracias a su posición estratégica para cementar coaliciones políticas y a su capital moral– impone su lógica a la mayoría. La mera existencia de AfD, afirmaba Kielmansegg, permitía descalificar a cualquier contrincante exponiendo las coincidencias de sus propuestas con la extrema derecha. Elaborando referéndumes sobre la viabilidad de la civilización y explotando amenazas humanitarias, Los Verdes exigen decisiones inmediatas y se erigen como la única alternativa del espectro democrático. Expresan también, en lenguaje populista, la idea de que es posible transitar al uso de energías limpias y mantener el discurso de derechos humanos en la galería internacional, recibir a millones de refugiados y combatir el antisemitismo. En este peculiar paraíso, todas las piezas encajan sin dificultad y, para reformar a los escépticos, está el garrote moral del héroe de Grimmelshausen. El problema es que el multiculturalismo que defienden a capa y espada descarta la naturaleza antagónica de las identidades colectivas, la transición energética no resuelve la percepción de inseguridad de las personas y la introducción de criterios ideológicos en la actividad empresarial no está libre de costos. Por eso, para conseguir un equilibrio estable, la política exige concesiones, correcciones o arreglos informales. Asumir convicciones ideológicas como dogmas y formularlas en una “política utópica”, Dalmacio Negro dixit, solo dinamita el marco democrático y alimenta una oposición igualmente radical. Y entonces, Los Verdes no tendrán ya nada qué hacer ni que decir, como no sea más que denunciar con estridencia el fragor de la catástrofe.

Miembro de la Unidad de Estudio y Reflexión Europa+ del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (Comexi). Profesor del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), candidato a doctor en Filosofía Política y maestro en Ciencia Política y Filosofía por la Universidad de Heidelberg, internacionalista por el ITAM y estudiante de Letras Alemanas en la UNAM.

Twitter: @lagarciniega

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