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Opinión

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Guerras cambiarias

Si mañana amaneciéramos en una economía con todas las reformas que presume la autoridad, ¿no habría una apreciación acelerada de la paridad?

El espectro de un episodio de guerras cambiarias es una de varias consecuencias de la política de agresivo relajamiento monetario de la Fed. La depreciación del dólar ante otras monedas implica un episodio de apreciación artificial de divisas, sustentado en la inundación de nuevos dólares en el mercado financiero global.

Ello afecta la cotización de la paridad peso-dólar y la tendencia de este precio en el corto plazo. La respuesta ante este escenario es contrarrestar la devaluación gringa con medidas similares, una especie de reciprocidad negativa en el rubro cambiario. Además, si esta potencial guerra cambiaria se interpreta como una serie de medidas para estimular la competitividad del sector externo, estaríamos presenciando el equivalente de una batalla de proteccionismos cambiarios.

El mecanismo contemplado en nuestro caso es la acumulación de reservas internacionales. No es una medida sin controversia. Acumular reservas tiene un alto costo financiero, por cuenta del erario, ya que para comprar dólares la autoridad financiera debe colocar instrumentos en pesos, lo que significa endeudarse en moneda local a tasas locales para invertir en moneda dólar a tasas dólar. Parecería un arbitraje al revés. La justificación anterior era que las reservas eran algo así como un mal necesario que tenía que realizarse antes las demandas de las agencias calificadoras para mantener el grado de inversión. La justificación ahora es que, con este mecanismo, se podrá mitigar la apreciación del peso ante el dólar. Empero, hay interrogantes obligadas: ¿qué cotización del peso ante el dólar es adecuada? ¿A qué tasa de cambio sabemos que la apreciación es producto de factores artificiales, a 11.57 o a 12.13? ¿A 13.1472? Si mañana amaneciéramos en un jardín de inversión con todas las reformas estructurales que quisiéramos, con todas las facilidades para la inversión dignas del régimen que presume la autoridad, ¿no habría una apreciación acelerada de la paridad?

Y ¿qué pasará cuando regresemos a la normalidad? ¿Habrá una desacumulación de reservas? Nos preguntamos si no sería más sano usar las reservas para consolidar el desendeudamiento público. Esta medida, sin embargo, aumentaría la atracción de inversiones, y con ello la apreciación de la paridad.

Una confusión que nace de este mecanismo, más allá de su papel como un seguro (carísimo, pero inevitable ante los criterios de las calificadoras), es el quehacer del banco central. Su mandato es procurar la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda, más no evitar la apreciación acelerada de la paridad ni la competitividad del sector externo. Esta misma confusión nutre otras. Un clara inconsistencia en el debate público, que se desprende del fetiche calderonista por tener un tipo de cambio competitivo, es que queremos una economía más competitiva, capaz de atraer y de retener nuevos flujos de inversión productiva. Pero si mejora el clima de inversión, la unidad de cuenta tenderá a cotizarse a precios más altos en el mercado global, lo que ofende las sensibilidades cambiarias de esta administración del empleo .

En un sistema de flotación, la paridad es un espejo que refleja fielmente el estado del jardín de inversión. Si bien el famoso QE2 genera distorsiones en la paridad, sería mejor dejar que agentes cotidianos en el mercado decidan por dónde. El mecanismo de acumulación de divisas desvirtúa el sistema de oferta y demanda, al generar una demanda artificial de dólares. Artificio por artificio, suponemos. Tal es la suma cero de la reciprocidad negativa.

De pérdida, por lo menos ya sabemos a quién culpar…

rsalinas@eleconomista.com.mx

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