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Jugar al límite
La estrategia permanente de López Obrador ha sido la de llevar todo al límite y desde ahí negociar la salida. Le funcionó durante el desafuero y para la creación de un mito histórico en el llamado fraude del 2006. En el 2018 se alejó de ese mecanismo para presentar una imagen conciliadora que apuntaló su triunfo, generando expectativas de moderación y conciliación.
Poco duró el modo negociador, y a partir de la cancelación del aeropuerto de Texcoco la radicalización del discurso generó una ruptura total entre sus incondicionales y aquellos que cuestionaban no únicamente la forma agresiva de referirse a sus críticos y opositores, sino al fondo de un proyecto centralizador y autoritario basado en el poder del presidente y la inexistencia de contrapeso alguno ante él.
Así el presidente confrontó a periodistas, políticos y empresarios no dispuestos a firmarle un cheque en blanco para que hiciera lo que quisiera. La ley se amoldó al objetivo superior de permitirle a la Cuarta Transformación absolutamente todo, quedando como único dique de contención la Suprema Corte presidida por Norma Piña.
AMLO jugó siempre a los límites frente al poder económico a quien doblegó convirtiéndolo en socio de sus proyectos insignia, y frente a los Estados Unidos con la amenaza latente de permitir transitar hacia su territorio a una avalancha de migrantes mexicanos y extranjeros, con lo que consiguió una especie de tregua ante las violaciones al T-MEC y el crecimiento de la actividad criminal vinculada al mercado norteamericano de las drogas y las armas.
Lo mismo ha hecho con su candidata a la presidencia Claudia Sheinbaum a quien le ha fijado una agenda política de la cual no puede moverse un ápice. El límite impuesto termina por convertirse en una armadura que le impide a Claudia generar un proyecto mínimamente distinto al del líder, lo que a su vez cancela toda posibilidad de que opositores o decepcionados de AMLO la vean como una opción viable.
Este es el riesgo de apostar por posturas extremas e inamovibles que no sólo ponen en riesgo la legalidad de la elección, sino que también dañan a una campaña en un escenario polarizado en donde ganar votos de indecisos o abstencionistas se convierte en una prioridad para uno u otro bando.
Pero López Obrador no puede contenerse en su afán por seguir vivo en el escenario político nacional después de octubre, por lo que seguirá vigilando que su candidata no se salga de los límites y confíe en que él es su única posibilidad real de ganar y consolidar así un gobierno que no se desmorone una vez que el caudillo haya abandonado formalmente la estructura de poder.