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¿La economía de Francia hoy es más fuerte que la de Alemania?
Otra diferencia crítica reside en sus diferentes estrategias frente a la apertura económica. El modelo económico de posguerra de Alemania ha dependido de las exportaciones.
BERLÍN. El contraste entre la economía francesa y la economía alemana pocas veces ha parecido tan marcado. Mientras que Francia, sorprendentemente, sigue gozando de un crecimiento sólido y resulta cada vez más atractiva tanto para los inversores extranjeros como para los domésticos, Alemania experimenta dificultades —a pesar de que está lejos de ser el hombre enfermo de Europa—, debido a una crisis política severa que ha creado un clima sombrío respecto de su perspectiva económica y que pesa profundamente en el sentimiento económico.
Pero esta interpretación pasa por alto un hecho fundamental: Alemania y Francia son más interdependientes que nunca. Para mantener el crecimiento económico y garantizar su influencia a nivel global, deben trabajar en conjunto para fortalecer la Unión Europea.
La economía francesa dio muestras de una resiliencia notable durante la pandemia del COVID-19 y la crisis energética de 2022. En los dos últimos años, Francia ha impulsado su competitividad, ha mejorado su clima de negocios y ha atraído más del doble de inversión extranjera directa que Alemania.
Por el contrario, la caída de la competitividad de Alemania la ha obligado a depender de subsidios sustanciales para atraer a inversores internacionales y respaldar su propia industria. En consecuencia, mientras se espera que Francia crezca el 1% en 2023, se estima que habrá una contracción del PIB alemán, seguida de un crecimiento mínimo en 2024.
Estas trayectorias divergentes se pueden atribuir a tres factores principales. Primero, el sistema presidencial francés le permite al presidente Emmanuel Macron fijar prioridades claras e implementar nuevas medidas sin demoras. Esto le ha permitido a Macron llevar a cabo reformas importantes del sistema de pensiones y del mercado laboral de Francia, optimizar las regulaciones existentes y establecer metas audaces en materia de política industrial que hoy empiezan a dar frutos significativos, entre ellos, una caída constante del desempleo.
Por su parte, Alemania lidia con un estancamiento político. La llamada coalición semáforo —que incluye al Partido Socialdemócrata del canciller Olaf Scholz, a los Verdes y a los Demócratas Libres— está chisporroteando. Las profundas divisiones ideológicas han llevado a un impasse político que amenaza con paralizar al país y que se refleja en los esfuerzos constantes del gobierno para concluir su presupuesto de 2024.
El complejo sistema federal de Alemania, conocido por sus controles y equilibrios robustos, fue diseñado para cimentar sus principios democráticos e impedir un retorno al autoritarismo. Como tal, prioriza la estabilidad por sobre la velocidad y la flexibilidad. Esta preferencia hoy le pasa factura a la economía, ya que Alemania necesita con urgencia implementar reformas regulatorias, fiscales, industriales y comerciales importantes.
Otra diferencia crítica entre Francia y Alemania reside en sus diferentes estrategias frente a la apertura económica. El modelo económico de posguerra de Alemania ha dependido profusamente de las exportaciones, que hoy representan casi la mitad de la producción económica total del país. Este modelo ha sido forjado por fuerzas políticas, preferencias de política exterior y, antes del euro, políticas monetarias centradas en torno a un marco alemán fuerte.
Asimismo, las políticas económicas y fiscales de Alemania históricamente han favorecido al sector industrial, desde los automóviles y los productos químicos hasta la ingeniería mecánica. Esta obsesión ha llevado a los políticos alemanes a centrarse en impulsar el porcentaje de producción económica del sector industrial, que actualmente es cerca del doble del de Francia.
A pesar de estas diferencias, las economías de Francia y Alemania tienen mucho más en común de lo que se admite en general. Si bien Francia ha superado a Alemania en los últimos cuatro años, todavía no ha alcanzado el extraordinario esplendor económico que experimentó Alemania en los años 2010. En particular, Alemania tiene una de las tasas de desempleo más bajas de Europa, y sus empresas han mantenido sus fuertes participaciones de mercado a nivel global.
Asimismo, en respuesta a la pandemia, la guerra en Ucrania y las crecientes tensiones geopolíticas, tanto Alemania como Francia han llevado adelante agendas económicas cada vez más proteccionistas. Ambos países han adoptado políticas industriales nacionales que implican subsidiar a las empresas domésticas a través de precios de electricidad reducidos, asistencia financiera directa y varios beneficios fiscales, y han lanzado de manera eficaz una carrera de subsidios para atraer a inversores extranjeros y a empresas multinacionales como Tesla e Intel. Estas medidas son injustas para las empresas en las economías europeas más débiles, reducen la competencia y amenazan con minar el mercado único, el logro económico más significativo de la UE.
Ambos países también tienen sistemas de asistencia social robustos que exigen una reforma inmediata. En tanto la inflación alimenta la polarización social y el desacuerdo político, los movimientos de extrema derecha van ganando terreno. La ola de populismo y extremismo de derecha que inunda a muchas democracias occidentales hoy se dirige a Alemania. Ahora que el partido de extrema derecha Alternative für Deutschland (AfD) va camino a ganar tres elecciones estatales clave en 2024, Alemania podría estar enfrentando una crisis política aún más profunda.
Por último, tanto Alemania como Francia están amenazadas por la escalada de la rivalidad geopolítica entre Estados Unidos y China. Para mantener el crecimiento económico, ambos países deben abandonar las políticas económicas y fiscales orientadas nacionalmente y trabajar juntos para reformar y fortalecer a la UE. La última reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento no alcanza para fomentar la inversión y la transformación de la economía europea.
Por sí solas, las economías francesa y alemana carecen de la escala necesaria para competir de manera efectiva contra las dos economías más grandes del mundo, especialmente en sectores emergentes críticos como la inteligencia artificial y los servicios digitales. Por lo tanto, ambos gobiernos harían bien en enfocarse en sus semejanzas y no en sus diferencias. En lugar de competir entre sí, deberían unirse en torno a una causa común. Después de todo, la prosperidad de la que gozan Francia y Alemania hoy se puede atribuir, en gran medida, a su alianza estrecha en los últimos 70 años, que ha sido instrumental para defender los intereses económicos de Europa.
Frente a la fuerte oposición de Alemania, Macron parece haber abandonado sus ambiciones de reformar Europa. Es un error. Ambos gobiernos deberían cambiar el curso e impulsar el mercado único de la UE, completar la unión bancaria, buscar la unión de los mercados de capitales, desarrollar una política industrial conjunta y optimizar la regulación y la burocracia. Y, no menos importante, una capacidad fiscal común es vital para diseñar políticas económicas e industriales que representen los valores y los objetivos europeos.
*El autor es exdirector sénior del Banco Central Europeo, es presidente del grupo de expertos DIW Berlin y profesor de Macroeconomía y Finanzas en la Universidad Humboldt de Berlín.