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Opinión

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La solución de dos estados y dos economías

Hace tiempo que está claro que la creación de un Estado palestino independiente requiere una economía palestina viable. Sin embargo, esa condición es imposible de cumplir en medio del archipiélago de asentamientos israelíes en Cisjordania, el estrangulamiento ecodemográfico de Jerusalén oriental y ahora la destrucción de Gaza.

RAMALA. Para algunos, es posible que la sangrienta guerra en Gaza haya destruido 35 años de consenso en torno de que la única solución factible para los problemas de la región es tener dos estados, Israel y Palestina, que convivan en paz. Pero otros sugieren que los horrores que hemos visto desde el 7 de octubre pueden ser augurio de una reactivación de ese objetivo.

En declaraciones recientes, funcionarios estadounidenses, palestinos y árabes coincidieron en recalcar que de las cenizas de esta guerra tiene que resurgir el fénix de una solución de dos estados. Personas razonables en todo el mundo cifran sus esperanzas en que la situación actual provea un marco para cerrar en forma definitiva y de mutuo acuerdo un enfrentamiento que ya lleva un siglo.

El momento de este interés renovado es irónico. Noviembre es el mes en que los palestinos conmemoran la “Declaración de Independencia” que aprobó, en 1988, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) desde su exilio en Argelia y durante el clímax de la primera intifada. Todas las facciones palestinas (incluidas las más radicales de aquel momento) aceptaron la partición de Palestina y la existencia de facto de Israel dentro de las fronteras anteriores a 1967.

En la novedosa declaración, la OLP identificó de manera oficial una única gran condición para la paz: que el 22% de Palestina correspondiente a la Cisjordania ocupada, incluida Jerusalén oriental, y la Franja de Gaza debían quedar libres de asentamientos israelíes. De lo contrario, el territorio nunca sería viable como espacio para un Estado soberano e independiente con recursos naturales propios y fronteras reconocibles.

Inmediatamente después de la declaración de Argel, economistas palestinos comenzaron a analizar las implicaciones económicas de una configuración de dos estados. En 1990, un amplio estudio dirigido por la OLP concluyó que un Estado palestino contiguo en Cisjordania y Gaza, con Jerusalén oriental como capital, podía ser económicamente viable. Pero en vista de la escasez de recursos y tierras y de los problemas previsibles derivados de la absorción de refugiados y exexiliados palestinos, la viabilidad dependía, en primer lugar, de la retirada militar israelí y de la evacuación y el desmantelamiento de los asentamientos. Si Israel no se retiraba, el desarrollo económico no estaba garantizado, porque ningún inversionista tendría confianza en la soberanía palestina.

Los Acuerdos de Oslo de 1993 (aceptados por la OLP) no cumplieron esta condición. En vez de eso dieron a la Autoridad Palestina (AP) una autonomía mayoritariamente civil, sin poner fin a los asentamientos israelíes; esto obligó a llevar la planificación económica al territorio hasta entonces desconocido de la “creación de Estados subsoberanos”. Se esperaba que las negociaciones interinas de los cinco años siguientes llevaran a un “acuerdo permanente” sobre todas las cuestiones disputadas; un resultado que casi se consigue en Camp David en 2000.

Pero al final las negociaciones fracasaron y el resultado fue el estallido en 2000‑05 de la segunda intifada palestina (que en poco tiempo se tornó violenta) y una abrumadora respuesta militar israelí. La solución de dos Estados empezó a parecer cada vez más distante, y la ya de por sí limitada jurisdicción de la AP quedó todavía más reducida. La división entre Fatah y Hamás (Cisjordania‑Gaza), a partir del 2006, creó no sólo desunión política, sino también un aumento de las distorsiones económicas y una variedad de dependencias respecto de la economía israelí predominante, que en ese momento atravesaba un largo periodo de auge.

En los últimos 20 años, numerosos economistas palestinos hemos dedicado mucho tiempo y energía a planificar una “economía nacional” palestina dentro de la configuración de dos estados. Pero al sostener que todavía es posible construir una economía palestina coherente, independiente y productiva incluso en un contexto de ocupación o sitio, abandonamos en forma implícita la vieja máxima de la OLP que decía que no puede haber desarrollo sin soberanía.

El legado económico de los Acuerdos de Oslo ya está claro. Israel domina (y puede manipular con facilidad) la macroeconomía palestina, desde la moneda y la recaudación fiscal, los canales comerciales y los mercados de mano de obra hasta el acceso a energía y recursos naturales y cualquier otro atributo de la viabilidad económica. Por eso ya no es creíble sostener que un Estado palestino independiente puede surgir en el contexto de un archipiélago de asentamientos israelíes en Cisjordania, el estrangulamiento ecodemográfico de Jerusalén oriental y, ahora, la destrucción de Gaza y la catástrofe humanitaria a la que se está sometiendo a sus 2.2 millones de no combatientes.

Hasta el más optimista de los economistas quedaría sin aliento ante la magnitud y la complejidad del esfuerzo de reconstrucción exigido por esta guerra. Para colmo de males, un resultado indirecto de la guerra es el derrumbe paralelo de la economía palestina de Cisjordania, incluida Jerusalén oriental.

El desarrollo económico palestino ya era una quimera desde mucho antes del 7 de octubre, sobre todo con el surgimiento de un gobierno israelí totalmente comprometido con una agenda de nacionalistas religiosos y colonos mesiánicos. Y desde que comenzó la guerra, han empujado al límite a los 3 millones de palestinos de Cisjordania, llegando a pedir en forma explícita su sometimiento o desplazamiento forzosos.

Como sostuvo hace poco en una carta abierta The Elders (un grupo de líderes mundiales independiente), la comunidad internacional tiene que actuar rápido si espera convertir la catástrofe actual en una última oportunidad de alcanzar (o imponer, si fuera necesario) una solución de dos estados. Por supuesto, es una idea que muchos de los israelíes que hoy están en el poder consideran inaceptable. Pero ya que no se puede ignorar el extremismo dentro de la coalición de gobierno israelí, habrá que contenerlo, una tarea que compete sobre todo a los israelíes amantes de la paz y a sus aliados en Estados Unidos.

Incluso en esta hora aciaga, puede haber todavía una chance de labrar un acuerdo “real” de dos Estados, porque ya sabemos lo que debe incluir. Los requisitos originales que formuló la OLP para la viabilidad económica son tan válidos hoy como lo eran hace 35 años, porque constituyen la única base material para una solución política viable y permanente.

Economistas y planificadores palestinos llevamos décadas preparando las bases económicas de un Estado palestino soberano. No hemos dejado de perseguir este objetivo ni siquiera cuando veíamos alejarse la posibilidad de concretarlo. Tras asomarnos al abismo sin fondo de esta guerra, ¿quedan todavía suficientes israelíes y palestinos con coraje y previsión política para optar por la paz en vez de por más violencia?

*El autor es director general del Instituto de Investigación de Política Económica de Palestina.

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