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Opinión

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Llegar vivo al Día de Muertos

Campo de cempasúchil en Santa Catarina de Minas, Oaxaca. Foto: Francisco de Anda

Cuentan que un sabio astrónomo se había impuesto como norma salir de casa cada noche para observar las estrellas. Una noche, cuando merodeaba por los alrededores de su ciudad, con toda la fuerza de su espíritu concentrada en el cielo, no se dio cuenta de que había un pozo y se cayó dentro de él. Entonces gritó de dolor y pidió socorro. Alguien que pasaba por allí le oyó, se le acercó y al darse cuenta de lo que había sucedido le preguntó: ¿Así que eres uno de esos que quiere ver lo que hay en el cielo, pero no mirar lo que hay en la tierra? El astrónomo, que se llamaba Tales, había nacido en la isla de Mileto, en la Grecia Antigua, pocos años antes del eclipse del año 585. Fue él quien por primera vez se preguntó de dónde venían todas las cosas. Y como nunca había existido nadie tan inteligente, la Historia lo incluiría en la lista de los llamados Siete Sabios de Atenas junto a Bías, Solón, Quilón, Pítico, Cleóbulo y Periandro. Mas era mentira que su mente estuviera puesta nada más en el cielo. Al mundo le dijo que la fuente de la vida y el principio de todas las cosas era el agua, pero también les advirtió que todas ellas, incluso las aparentemente inanimadas, tenían vida. Incluso las piedras y las estrellas. Y después nos dejó sembrada la siguiente pregunta: ¿Y si todo lo vivo muere, las estrellas también?

La respuesta de tan tremenda pregunta parece suspendida. Sobre todo porque hay fuertes sospechas de que la inquietud de Tales no tenía que ver con el origen de la vida sino en cómo conservarla para siempre.

Todos los sabios que han cruzado las islas de este mundo se han dedicado a pensar la muerte. De muchas maneras, tal cosa alivia y agrada porque ha creado arte, ciencia e inventos fabulosos y, todavía algo mejor, la recomendación de leer, atender y estudiar lo más posible. Lo que cada día nos trae y lo que el paso del tiempo nos revela. Justo por tal razón, lector querido, para llegar ilustrados al Día de Muertos, van las siguientes consideraciones para acompañarlo toda la semana.

Todavía existe un libro llamado The Perpetual Almanack of Folklore, que se publicó en Inglaterra en el siglo XVI y, hacía las veces de santoral, colección de hechizos, consuelo para las enfermedades, manual de buena educación y calendario infalible. En la entrada correspondiente al 24 de octubre, -un día como el de mañana-, podía leerse: “El Sol ha entrado en la casa de Escorpión. El Arcano asegura que los nacidos bajo este signo tendrán buena fortuna, serán espléndidos amantes, se casarán dos veces y abandonarán a su primer cónyuge por rejego y timorato. Vivirán casi 84 años, se tornarán irascibles los últimos diez y pagarán su egolatría de la misma manera y fuertes dolores de hígado y espalda”.

Documentos fidedignos reportan que fue el 27 de octubre de 1716 cuando nació Don José Lucas Anaya, poeta y sacerdote que desde muy niño quiso abrazar la carrera de la iglesia y vestirse de hábito jesuita. Lo reportan como uno de los más sobresalientes ingenios que tuvo la Compañía de Jesús de la Nueva España en el siglo XVIII, pero que sus enfermedades no le permitieron lucir sus conocimientos en el púlpito ni en las cátedras. Postrado con el horrible mal de la elefantiasis fue conducido a Veracruz en el año de 1767 para embarcarlo con sus hermanos hacia la expatriación, pero fue preciso devolverlo a la ciudad por el horror que su apariencia causaba a los marineros que se santiguaban creyéndolo un demonio. Falleció en el Hospital de San Lázaro el Día de Todos los Santos de 1771 pero entre sus papeles encontraron dos escritos: “Descenso y humillación de Dios para el ascenso y exaltación del hombre”, con diez cantos en octavas reales y un manuscrito que narraba en verso castellano la aparición de la Virgen de Guadalupe, la saga de Juan Diego, y prometía la vida eterna a todo aquel que creyera, sin dudar, en la buena palabra y la oportunidad de la Muerte.

Recetas, medicinas, extensas investigaciones, oraciones, embrujos y amuletos no han abandonado el imperecedero objetivo de entender las causas de la muerte y prolongar la vida, pero no existen resultados definitivos, aunque ya sepamos que, desde las células hasta las estrellas, todo se muere.

Menos mal que hay libros, música, pintura y sueños como para morirse y luego despertar. Los que nos han mantenido vivos todos los días hasta hoy, lector querido.

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