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Opinión

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Llorando y amando a Cortázar

Propuesta para leer Rayuela en clave de amor, el 14 de febrero.

Cuando Julio Cortázar murió, el 12 de febrero de 1984, el mundo se quedó perplejo. Más que dolor, hubo asombro. Como si en vez de haber sido sus lectores acostumbráramos hablarle por teléfono y tomáramos un cafecito con él de vez en cuando. Una sorpresa inconmensurable de que aquel gran escritor – tan grandote como grandioso- al que le ocurría todo al revés pero siempre mejor -la vejez le dejó más estatura, menos arrugas y una belleza cada día más juvenil- se hubiera muerto así como así.. . como si hubiera otra forma de morirse.

Han pasado 35 años. La muerte, dijeron sus amigos, nunca había quedado tan mal como entonces.

Su nacimiento en Buselas en agosto de 1914, fue “producto del turismo y la diplomacia”, como escribió alguna vez en una muy larga carta. “Tenía casi cuatro años cuando mi familia pudo volver a la Argentina, hablaba sobre todo francés, y de él me quedó la manera de pronunciar la «r», que nunca pude quitarme. Crecí en Banfield, pueblo suburbano de Buenos Aires, en una casa con un gran jardín lleno de gatos, perros, tortugas y cotorras: el paraíso. Pero en ese paraíso yo era Adán, en el sentido de que no guardo un recuerdo feliz de mi infancia; demasiadas servidumbres, una sensibilidad excesiva, una tristeza frecuente, asma, brazos rotos, primeros amores desesperados.” Y todo aquello, -si no lo sabe usted, lector querido, todavía es tiempo -se convirtió en palabras En libros –muchos- que siempre hay que tener al alcance de la mano y el espíritu. .

Fundamentalmente, Cortázar fue escritor de cuentos, pero como respuesta a los instigadores que juran no hay más alta expresión de la literatura que una novela, escribió Rayuela, libro que, a pesar de parecer lo contrario, fue calificado justo como lo que es: una anti-novela.  Publicada en 1963, en el momento en que el famoso boom latinoamericano arrojaba al mundo de las letras a sus mejores exponentes vendió 5,000 ejemplares el primer año.  El éxito se debió a muchas cosas: su aire vanguardista y desenfadado que permitía repasar algunas partes con una nueva sintaxis y sin temor a la ortografía; al hecho de que puede leerse de muchas maneras –como jugando rayuela es decir “al avioncito”: de principio a fin o siguiendo las instrucciones del autor, olvidando los capítulos prescindibles o recorriendo un rompecabezas propio. “Escribía largos pasajes de Rayuela sin tener la menor idea de dónde se iban a ubicar y a qué respondían en el fondo. Fue una especie de inventar en el mismo momento de escribir, sin adelantarme nunca a lo que yo podía ver en ese momento”, decía Julio Cortázar.

Es por eso, porque puede recorrerse como se quiera, porque cada capítulo es una unidad en sí mismo, que críticos y lectores dijeron que así no eran las novelas. Y tenían razón, no podían comparar a Rayuela con ninguna.

Sin embargo fueron sus libros de cuentos las joyas más preciadas de su obra literaria.  No por nada solía decir que la novela nos gana por puntos pero el cuento por knock out.

Cuentan que al principio de su carrera Cortázar intentó publicar sus cuentos sin ningún resultado. Pero quiso la fortuna que uno de sus textos llamara la atención de la persona justa. Escribe Borges recordando a Julio: “Una tarde, nos visitó un muchacho muy alto con un previsible manuscrito. No recuerdo su cara; la ceguera es cómplice del olvido. Me dijo que traía un cuento fantástico y solicitó mi opinión. Le pedí que volviera a los diez días. Antes del plazo señalado, volvió. Le dije que tenía dos noticias. Una, que el manuscrito estaba en la imprenta; otra, que lo ilustraría mi hermana Norah, a quien le había gustado mucho. El cuento, ahora justamente famoso, era el que se titula Casa Tomada.” Así, su bautizo en letras de imprenta fue en la revista Anales de Buenos Aires que dirigía Jorge Luis Borges.

Después comenzaron a publicarse sus libros. Primero vino Bestiario, después Final de juego, luego Las armas secretas, que incluía “El perseguidor”, un sesgo en la narrativa de Cortázar, provocado por la muerte de Charlie Parker. Ya para entonces sus cuentos habían traspasado el mero gusto para convertirse en  memorias personales: el asesino suéter azul de “No se culpe a nadie”; el inquilino que se sorprende vomitando otra vez en conejito; la tranquila y atroz sorpresa de “Manuscrito hallado en un bolsillo”, el seco infierno sugerido de “Las babas del diablo” se convirtieron en los mejores episodios de muchas vidas ajenas y todos  conformaron el gusto literario de varios afortunados. En 1962 publicó Historias de cronopios y de famas, libro único en su género y en la obra de Cortázar, con sus inolvidables Instrucciones (para llorar, para dar cuerda al reloj, para entender tres pinturas famosas, para subir una escalera) su lista de Ocupaciones raras y todas las señales para entender la amargura de los famas y las alegrías de los cronopios.

El año de su muerte, respondiendo a los que piensan que la poesía es la más bella expresión de la literatura, publicó Salvo el crepúsculo, un libro que, inventando versos, poetizó la suprema belleza de la prosa de Cortázar, y habló sobre el amor de forma lírica. Como si el amor no hubiera sido –todavía lo es- el supremo tema de toda literatura. (¿Qué le parece este poema?: Siempre fuiste mi espejo/ es decir que para verme tenía para mirarte).

Cuando Cortázar murió, nos quedamos sin habla y no pudimos decir que se nos había ido un narrador con pasiones tan claras como el jazz, jamás oscuras como la muerte, de  inteligencia feroz, elocuencia discreta y una memoria milimétrica. Fue una pena. Pero mejores plumas lo hicieron. Gabriel García Márquez, escribió: “En privado lograba seducir por su elocuencia, por su erudición viva, por su humor peligroso, por todo lo que hizo de él un intelectual de los grandes en el buen sentido de otros tiempos. En público, a pesar de su reticencia a convertirse en un espectáculo, fascinaba al auditorio con una presencia ineludible que tenía algo de sobrenatural, al mismo tiempo tierna y extraño. En ambos casos, Julio Cortázar, fue el ser humano más importante que he tenido la suerte de conocer.”

Otros, como Carlos Fuentes lanzaron un panegírico mejor: “Cortázar le dio sentido a nuestra modernidad porque la hizo crítica e inclusiva, jamás satisfecha o exclusiva, permitiéndonos pervivir en la aventura de lo nuevo cuando todo parecía indicarnos que, fuera del arte e, incluso, quizás, para el arte, ya no había novedad posible porque el progreso había dejado de progresar”. Y remata con gran frase: Cuando Julio murió, una parte de nuestro espejo se quebró y todos vimos la noche boca arriba”.

Quizá era una obligación hablar de amor a mitades de febrero o recomendar chocolates, flores y regalos. Sin embargo – y nada más porque mañana seguiremos amando y llorando a Cortázar- el consejo es otro: compre Rayuela, ábrala en el Capítulo 7 y ensaye una lectura en voz alta. Si la repite este 14 de febrero derretirá cualquier helada indiferencia, expresará infinito amor o seducirá por fin y triunfalmente a su adorado tormento.

Acá, mientras tanto, se los regalo yo.

“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara...”

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