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Opinión

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Los límites de la independencia de los bancos centrales

La independencia de los bancos centrales ha sido un pilar de la formulación de políticas económicas en las últimas décadas; además, brinda a las autoridades monetarias la cobertura política para aplicar medidas necesarias, pero potencialmente dolorosas cuando las condiciones lo exigen. Sin embargo, lo que importa no es la independencia per se, sino el consenso político que la sustenta.

ZURICH.- Los bancos centrales no son principados soberanos, y sus gobernadores no son príncipes soberanos. Si bien la independencia de los bancos centrales ha sido esencial para la formulación eficaz de políticas en las últimas décadas –lo que les ha dado a las autoridades monetarias la cobertura política para aplicar medidas necesarias, pero potencialmente dolorosas cuando las condiciones lo exigen–, es casi seguro que los límites de ese principio se aclararán en los próximos años.

La razón no es que haya habido errores catastróficos de política monetaria, o que los gobiernos quieran gestionar la política monetaria por sí mismos. Los bancos centrales, en general, han hecho un buen trabajo, y los gobiernos están felices de dejarlos hacerlo.

Si bien la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) y otros bancos centrales ciertamente podrían haber intervenido antes para detener o mitigar el reciente aumento de la inflación, la mayoría de los observadores serios consideran que ese episodio fue inevitable. Fue causado por una serie de shocks extraordinariamente grandes y totalmente inesperados para la economía mundial, entre ellos el Covid-19 y la invasión rusa de Ucrania. Se puede perdonar a los banqueros centrales por no haber previsto la primera pandemia global en un siglo y la primera gran guerra en Europa en 80 años.

Entonces, ¿por qué se está volviendo más vulnerable el principio de independencia de los bancos centrales? La principal preocupación es el crecimiento de los balances de los bancos centrales –debido a años de flexibilización cuantitativa (QE)–, que ahora están generando grandes pérdidas. Si bien la independencia de los bancos centrales es buena para los gobiernos, en principio, las pérdidas que tendrán efectos de primer orden en las finanzas públicas son otra cuestión. Y esto es especialmente cierto si las pérdidas se materializan en un momento en el que la demanda de gasto público en adaptación y mitigación del cambio climático, competitividad estratégica y defensa ha aumentado masivamente. La independencia de los bancos centrales suele considerarse una panacea para el tipo de inflación alta y persistente que caracterizó los años 1970 y principios de los 1980. Para muchos, parece un almuerzo gratis: desinflación y estabilidad de precios a largo plazo sin efectos adversos sobre el crecimiento y el desempleo. Pero los defensores de la independencia del banco central casi con certeza han sobreestimado su papel como garante de una baja inflación.

Consideremos un caso contrafáctico: la Autoridad Monetaria de Singapur ha logrado una tasa de inflación promedio de casi el 2% desde que se introdujo su marco de política monetaria a principios de los años 1980. Pocos bancos centrales pueden igualar este récord estelar; sin embargo, cuatro ministros del gobierno forman parte del directorio de la MAS, y hay pocas dudas de que el gobierno de Singapur puede controlar la política monetaria si así lo desea. Singapur ha logrado una inflación consistentemente baja y estable sin un régimen sólido de independencia del banco central.

Lo que más importa para la estabilidad de precios es la capacidad del banco central para fijar las tasas de interés y otras herramientas de política como le parezca conveniente. Un firme apoyo político al objetivo de mantener una inflación baja es esencial, pero la independencia jurídica completa no parece ser una condición necesaria para lograrlo.

Además, cuando los economistas cuantifican la independencia del banco central, la propia Fed obtiene una mala puntuación –peor que los bancos centrales de muchos países latinoamericanos propensos a la inflación–, pero en general se considera que hace un buen trabajo para garantizar la estabilidad de precios. Una vez más, la pregunta clave es si existe un consenso político en contra de la intromisión en la búsqueda de una baja inflación por parte de los bancos centrales.

Los bancos centrales se apresuran a señalar que su objetivo es garantizar precios estables, no generar ingresos para el gobierno. Si bien esta afirmación es cierta, es un poco ingenua. Cuando hace un cuarto de siglo se adoptó la independencia de los bancos centrales en todo el mundo, nadie previó que las ganancias y pérdidas de los bancos centrales tendrían mucha importancia para las finanzas públicas. Pero las grandes pérdidas sí importan, y como la situación ha cambiado, los políticos podrían llegar a creer que el consenso en torno a la independencia de los bancos centrales y la forma que esta adopta también deben cambiar.

Los gobiernos tienen el poder de nombrar a los responsables de la política monetaria, por lo que es lógico que no nombren a funcionarios que no tengan en cuenta los intereses y prioridades del gobierno. Por eso, en muchos países los gobernadores de los bancos centrales suelen proceder de exfuncionarios del Tesoro. Los bancos centrales harían bien en ser más sensibles a las consecuencias que sus acciones pueden tener sobre las finanzas públicas. En última instancia, esa puede ser la única manera de proteger su libertad para alinear la política monetaria con su mandato de estabilidad de precios.

El autor

Stefan Gerlach, economista jefe del EFG Bank en Zúrich, es exdirector ejecutivo de la Autoridad Monetaria de Hong Kong y exvicegobernador del Banco Central de Irlanda.

Copyright: Project Syndicate, 2024

www.project-syndicate.org

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