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Opinión

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México-Argentina a través del verbo de sus culturas

Hace un par de años conocí a Clotaire Rapaille en una de sus intensas dinámicas grupales en busca del Código Cultural. Clotaire es especialista en arquetipos culturales, creatividad e innovación, ha escrito diversos libros y ensayos a lo largo de su vida en los que analiza y explota el código cultural de determinadas culturas en el desarrollo de estrategias para la promoción y venta de bienes y servicios. En una de sus obras recientes, El verbo de las culturas (Taurus), identifica esa marca verbal que suele definir a ciertas culturas. A partir de dicha identificación sostiene, por ejemplo, que el verbo de la cultura alemana es obedecer; que dentro de su objetivo como cultura esta el orden, la planeación, los sistemas, la inteligencia y la búsqueda permanente de la perfección (ingeniería), parte de su complejo de superioridad. En tanto que el verbo de los italianos es actuar (alardear), el de los estadounidenses hacer y el de los franceses pensar. En relación a América Latina, sostiene que el verbo de la cultura argentina es ser soberbio. Su futbol es uno de los escenarios que ha mantenido este verbo latente y manifiesto. Considérense las reacciones de su verbo luego de la orfandad en que quedaron tras la muerte de Maradora, y la manera en que se han aferrado más a Messi.

Clotaire señala que dentro de su objetivo como cultura está el parecer algo que no son, fingir que son algo o alguien que han dejado de ser. En términos futboleros, siguen creyendo que son los poseedores de los dos mejores del mundo. Dentro de su complejo de inferioridad está su antigua gloria y su ilusión de grandeza. En su complejo de inferioridad, Clotaire observa que creen tener habilidades brillantes de las que otros son incapaces. Exacto, tienen muy buen futbol, por ejemplo. Individualmente se consideran los mejores y más sofisticados. Los guardianes del refinamiento europeo. Subraya Clotaire que se ven así imsmos como los últimos aristócratas, incomprendidos, decadentes y neuróticos. Asimismo, que el resto del mundo los ve como soberbios, antipáticos y problemáticos: poseen una arrogancia individual (son soberbios), este elemento juega como un mecanismo de defensa ante el fracaso social. 

Sobre el verbo de la cultura mexicana Clotaire Raphael observa que siglo tras siglo, a los mexicanos se nos ha enseñado que Dios hizo que el destino de los pobres y poco educados fuera sufrir y que la única respuesta aceptable fuera ser piadosos o pasivos: aguantar. Este es nuestro verbo, al cual le anteceden los de sufrir y sobrevivir. Somos una cultura, dice, producto de múltiples siglos de abusos y frustraciones, lo cual explica muchas cosas, desde las marchas para ver quién la tiene más larga, hasta programas de gobierno y campañas de echaleganismo. Pero nos acotaremos aquí solo al terreno de juego. 

En nuestro verbo, dice Clotaire, están los clichés y estereotipos de mañana y la venganza de Moctezuma. El objetivo de nuestra cultura es sobrevivir, en nuestro complejo de inferioridad está el haber perdido la mitad de nuestro territorio con Estados Unidos (nuestras malvinas en términos futboleros). En nuestro complejo de superioridad, se ven valores familiares, tradiciones, buenas artesanías, la familia y la madre. Nos vemos a nosotros mismos como más fuertes que nadie por esa capacidad de aguante; aceptamos la muerta, la destrucción y las matanzas como parte natural de la vida: “Es una cultura que no tolera la queja y está orgullosa de ello”. Cuidado si esta proviene de un extranjero. Somos vistos como perezosos, pero trabajadores; humildes y procrastinadores. Dentro de nuestro destino cultural, Clotaire subraya el sentirnos orgullosos de nuestros orígenes precolombinos (véase cómo vamos vestidos a los eventos y justas internacionales. Qatar, no ha sido la excepción). Asimismo, la reconcexión con la grandeza de esa herencia (quizá por eso bajamos a golpes y empujones a la turista que subió a la pirámide de Kukulkán hace unos días). 

Ahora bien, si vemos los programas deportivos argentinos de la última semana, cuando su selección estaba en la lona, constataremos que son toda una muestra de soberbia, antipatía y arrogancia; su mecanismo de defensa ante el fracaso social. Del otro lado de la cancha, vimos también cómo, previo al partido contra Argentina, la afición mexicana entonó cánticos que hacían alusión a Las Malvinas, podría considerse esto una entrada fuerte, un golpe bajo. Sin embargo, fue mutuo. Después de los dos goles que nos hicieron, no tardaron en entonar el “ay, ay ay, ay…canta y no llores…”. Tocaba aguantar. Vendrían los empujones e insultos entre la hinchada, el supuesto maltrato a la camiseta de México por parte de Messi en los vestidores, la reacción del Canelo Álvarez amenazándole, la contestación de Kun Agüero, las redes a tope. Afloraron los verbos.

Los argentinos necesitan que Messi alce la copa, su verbo los lleva a la necesidad autoimpuesta de contar con un Maradona muerto (leyenda) y un Maradona vivo. Su ilusión de grandeza los conduce a seguir aparentando eso que no son, o como bien señala Clotaire, a fingir ser algo o alguien que han dejado de ser. Por ello alaban demencialmente a Messi, saben que el gol contra México fue su octavo gol mundialista ¡Ha igualado a Maradona en esta cifra! Necesitan- no Messi- sino los argentinos, que Messi levante la copa. 

México encontró rápido en su entrenador, el Tata Martino, al villano perfecto para alimentar su sufrimiento. Sufrimiento que deja intacto nuestro verbo (aguantar) ¿Para qué creen? Exacto, para seguir sufriendo. Aguantamos a Martino tres años. En un arranque de soberbia, este intentó renunciar en dos ocasiones, no lo dejamos, preferimos aguantar: hoy cantamos y no lloramos, porque sabemos que cantando se alegran los corazones. 

Millones de aficionados mexicanos desearían ver perder a México contra Arabia Saudita solo para complicar el pase de Argentina a la siguiente ronda. Esta sería la mejor gratificación para el mecanismo de defensa de nuestro verbo cultural: el aguante.

Argentina, ante un eventual fracaso, seguramente acentuaría la arrogancia individual y colectiva diciendo que siguen teniendo al mejor del mundo. Lo que no saben es que Messi es más catalán que argentino, incluso hasta en su estilo de juego. Por cierto, es con los culés donde ha sido grande, de momento. Y sí, como buen mexicano, aguantaré las críticas de esta afirmación.

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