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México entre las balas comerciales
Este martes 14 de mayo, la Casa Blanca anunció una serie de incrementos arancelarios a productos procedentes de China, entre los que se cuentan paneles solares, vehículos eléctricos y sus baterías. En medio de esa compleja carrera tecnológica y económica, México tiene una infraestructura energética con tal rezago que resulta insuficiente ante el aumento de la temperatura y el siempre elusivo crecimiento económico.
Frecuentemente le digo a mis estudiantes que la historia del capitalismo y de la economía es, en el fondo, la historia de la energía. Exagero, desde luego, pero no mucho, porque algunas de las tecnologías y las instituciones más importantes de los últimos siglos están relacionadas con el uso de la energía, desde el uso del vapor en la industria textil hasta la producción masiva de automóviles o baterías que permiten que salgamos a la calle y permanezcamos comunicados con nuestros dispositivos inteligentes.
En este sentido, la electrificación del transporte, la transición energética, las reglas de comercio basadas en contenido de carbono y toda una serie de nuevas técnicas de producción más eficientes son el terreno de la competitividad en el siglo XXI. Las muestras más claras son, a mi juicio, las políticas industriales de China y Estados Unidos.
Este contexto internacional y la inserción de México en él hacen todavía más necesaria la puesta al día de la infraestructura energética en nuestro país. Las nuevas tendencias van a requerir más generación de electricidad, pero también que tenga menos contenido de carbono.
La diversificación de la matriz de generación es urgente para incluir más energía eólica y fotovoltaica, pero urge más todavía una expansión y modernización de las redes de transmisión y distribución que permitan un mayor balance y seguridad en toda la red para evitar apagones, sean controlados o de emergencia.
Junto con lo anterior, la infraestructura de gas natural también es clave para tener más seguridad energética. Alrededor de 60% de la energía eléctrica se genera con gas natural y este hidrocarburo representa cerca de 40% de la oferta de energía primaria total. Es ideal que esa proporción baje conforme otras fuentes crezcan más rápido, pero su peso y relevancia para la economía es innegable.
De entrada, para poder balancear mejor la generación eléctrica en el país, se requieren más plantas, de todas las fuentes, en el sur-sureste, pues en las gerencias de control regional peninsular del Centro Nacional de Control de Energía (Cenace) se ubica sólo 3.2% de la capacidad instalada total en el país. Una oportunidad en esa región es reconvertir algunas centrales térmicas convencionales, que operan con carbón o diésel (más caros y con más emisiones que el gas natural).
En segunda instancia, el gas natural es un insumo crucial para muchas industrias, desde la producción de materiales como el acero hasta servicios relacionados con el turismo, por lo que es importante para impulsar la productividad y el crecimiento económico. Hay entidades, como Quintana Roo, donde el gas natural podría reducir algunos costos en el sector turístico y también ayudar a que se desarrollen algunas industrias ligeras y diversificar más su economía.
El gas natural también es una alternativa para satisfacer la demanda energética de los hogares, particularmente en el sur y sureste del país. Como señala una reciente investigación del IMCO, en Chiapas, Guerrero y Oaxaca, más de 40% de las viviendas utiliza leña como combustible para cocinar. En Veracruz, Tabasco, Campeche y Yucatán la cifra ronda el 30%, mientras el promedio nacional está en 13%.
Vale la pena repetir algo que resulta obvio para quienes no estamos haciendo campaña: no hay, ni puede haber, un solo camino para mejorar las condiciones de vida de la población. Ninguna promesa basta y a menudo las promesas tienen más sentimentalismo que visión. En cambio, sí podemos asegurar que sin más infraestructura de calidad no podemos avanzar. Menos en una época con cambios tecnológicos acelerados y un arreglo internacional que parece cimbrarse y dar paso a algo que quién sabe cómo será.