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Perpetuarse en el poder a través de sucesores débiles (Parte III)
En la primera parte de esta serie, comenté los casos de lideres con gran arraigo en el poder, que designaron o apoyaron a sucesores que fueron considerados débiles e incondicionales. Mencioné a Charles De Gaulle en Francia, a Richard Nixon en Estados Unidos, y a Vladimir Putin en Rusia. En la segunda parte, comenté los casos de Antonio López de Santa Anna, Porfirio Diaz y Plutarco Elías Calles, gobernantes mexicanos que nombraron sucesores que podían controlar. También mencioné el caso de Miguel Alemán, que intentó hacer lo mismo, pero no lo logró.
En la segunda mitad del siglo XX, el sistema de sucesión en México se fue perfeccionando. En 1958, la selección del candidato del partido en el poder, por parte del entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines, fue inmortalizado en las caricaturas de Abel Quezada, quien dibujó genialmente la figura del “tapado”. Desde entonces se conoce a este proceso como el destape. Ruiz Cortines ocultó sus preferencias y en un juego de fintas y engaños, manipuló a la opinión pública para que diera por hecho que el Secretario de Agricultura Gilberto Flores Muñoz, conocido como “El Pollo”, sería su sucesor. Sin embargo, el presidente sorpresivamente anunció la candidatura de Adolfo López Mateos, quien ocupaba el puesto de Secretario del Trabajo, tal vez por considerarlo más influenciable. Cuando le informó a Flores Muñoz que no era el elegido, le dijo con cinismo: “Perdimos Pollo, perdimos”, como si la decisión no hubiera sido suya.
El proceso del destape se basaba en que el sucesor fuera leal y “le cubriera las espaldas” al presidente y no necesariamente en la capacidad o eficacia del candidato. Este sistema de lealtades propició, desde mi punto de vista, una mayor corrupción, al perpetuar la impunidad que los expresidentes ya habían tenido durante su gobierno. Esto se refleja en el hecho de que ningún ex-presidente ha sido juzgado por ningún delito, en la historia reciente de nuestro país.
En algunos casos, el objetivo del presidente saliente no se cumplió en su totalidad, ya que el sucesor fue menos manipulable de lo que se pensaba. Un caso interesante en este sentido fue la designación de José López Portillo como candidato del PRI en 1975, por parte del presidente Luis Echeverría Alvarez. El presidente, de manera similar a Ruiz Cortines en 1958, le dió falsas esperanzas a sus otros precandidatos para evitar el desgaste del sucesor elegido. Para muchos, el candidato natural era Mario Moya Palencia, el Secretario de Gobernación que venía colaborando con Echeverría desde el sexenio de Díaz Ordaz. Otro candidato importante era el titular de la Secretaría del Trabajo, Porfirio Muñoz Ledo, quien tenía gran afinidad ideológica con el presidente. Sin embargo, Echeverría ya había tomado la decisión de designar como candidato al Secretario de Hacienda, quien era su amigo desde la infancia pero carecía de experiencia en el manejo de las finanzas públicas. Esta carencia, que ya se vislumbraba desde que Echeverría designó a López Portillo como titular de Hacienda en 1973, cuando declaró: “A partir de ahora, la política económica se decide en Los Pinos”, se hizo evidente unos años después, durante la crisis de 1982, cuando López Portillo al final de su mandato presidencial intentó mantener los precios del petróleo de exportación y el tipo de cambio en niveles insostenibles.
La percepción general en 1975 era que, a diferencia de Moya Palencia y Muñoz Ledo, López Portillo era un candidato manipulable y que Echeverría seguiría gobernando de manera indirecta como “Jefe Máximo” al estilo de Plutarco Elías Calles. López Portillo, sufrió la injerencia y la critica de su antecesor, a lo que contestó con un famoso desplegado en la prensa, que decía; “¿Tu también Luis?”. A partir de ese momento, el nuevo presidente decidió ejercer su autoridad presidencial y provocó la renuncia de varios miembros de su gabinete que eran cercanos a su antecesor (entre ellos Muñoz Ledo quien era Secretario de Educación). El golpe definitivo fue la designación de Echeverría como embajador en las islas Fiji, un exilio similar al de Calles, cuando éste fue desterrado por el presidente Cárdenas.
El caso de Carlos Salinas, quien quería perpetuar su proyecto de gobierno, es muy interesante. El presidente Salinas ejerció el poder con gran intensidad. De hecho, se comenta que cuando se le preguntaba sobre su incansable energía para gobernar, su respuesta era contundente: “Es la vitamina P”, obviamente refiriéndose a la “P” de poder. Se entiende con esta frase, lo adictivo que este puede llegar a ser, sobretodo cuando se ejerce sin restricciones. En el sexenio de Salinas la lucha política se dio entre Pedro Aspe, quien era el Secretario de Hacienda, Manuel Camacho Solís, quien ocupaba el cargo de Jefe del Departamento del Distrito Federal y en tercer lugar Luis Donaldo Colosio, Secretario de Desarrollo Social. Desde que Carlos Salinas asumió la presidencia, en 1988, Colosio, quien contaba con menos experiencia que sus competidores, fue puesto en lugares con gran visibilidad, facilitándole su ascenso al poder. Fue Presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI de 1988 a 1992 y se convirtió en Secretario de Desarrollo Social en abril de 1992. Desde esta Secretaría, se administraban y distribuían los recursos del Programa Nacional de Solidaridad (PRONASOL), creado por Salinas con el objetivo de atacar la pobreza extrema. Estos nombramientos le permitieron a Colosio convertirse en un candidato conocido a nivel nacional. Considerando estos hechos, es difícil creer que Salinas no haya tomado la decisión de nombrarlo su sucesor, desde tiempo atrás.
El trágico asesinato del candidato, el 23 de marzo de 1994, rompió con la esperanza del presidente Salinas de seguir influyendo sobre su sucesor. Siempre quedará la duda si Luis Donaldo Colosio hubiera sido un presidente a la sombra de Salinas o no. Su discurso pronunciado el 6 de marzo de 1994, conocido por su frase “Veo un México con hambre y con sed de justicia”, que fue comparado con el famoso discurso “I have a dream”, de Martin Luther King, ha sido interpretado por algunos como un rompimiento con Salinas y con el viejo PRI. Para otros, sin embargo, solo representa un gran discurso ante una campaña que “no levantaba”, opacada por la Rebelión del Ejercito Zapatista que inició en enero de 1994 y el papel protagónico de su rival político, Manuel Camacho, quien negoció con los zapatistas.
Contrastando con los procesos anteriores, la sucesión de Ernesto Zedillo en el año 2000, fue un parteaguas, donde parecía demostrarse que los años de destapes y apoyos presidenciales a los favoritos, habían terminando. Se dio inicio a un periodo de alternancia, que demostró que las instituciones democráticos funcionan.
Hay que aclarar, sin embargo, que para que las instituciones funcionen, hay que respetarlas y eso requiere de la voluntad presidencial para no intervenir en el proceso.
No debe ser fácil dejar el poder presidencial. Este hecho se describe claramente en la novela El primer día de Luis Spota (publicado en 1977), que narra la soledad y el sentimiento de pérdida de un presidente con poder absoluto durante su sexenio. La novela se concentra en el día en que el presidente deja el mando y atestigua las intenciones de su sucesor de borrar todo rastro de su gobierno.
En la actualidad, pareciera que estamos viviendo un regreso al pasado, donde la injerencia presidencial para elegir al sucesor y allanarle el camino a la presidencia, nos hace recordar épocas que creíamos superadas. Estamos a un año de las próximas elecciones y en los próximos meses, se decidirá el candidato de Morena. Es de esperarse que el elegido o elegida sea quien tenga mayor afinidad ideológica con el presidente y, seguramente, este buscará designar al candidato o candidata sobre el que perciba tener mayor influencia. Aún cuando es natural que el Presidente López Obrador busque continuar con su programa de gobierno, la 4T; nuestra historia ha demostrado que buscar la permanencia en el poder directamente (a través de la reelección) o indirectamente (a través de un sucesor débil) tiene efectos sumamente negativos.
No es el objetivo de este artículo analizar que tan influenciables son los precandidatos. De hecho, los eventos narrados nos llevan a pensar que es prácticamente imposible saber como cada uno de ellos actuaría si llegara al poder. Considero que lo realmente importante es saber que planes tiene cada pre-candidato para gobernar y como piensa resolver los graves problemas que enfrenta nuestro país (salud, seguridad, educación, entre muchos otros). Sin embargo, las reglas para seleccionar al candidato de Morena están diseñadas para evitar confrontaciones al interior del partido. La prohibición de los debates es bastante desafortunada, ya que no permitirá que la sociedad conozca los planes de gobierno de los precandidatos, si es que los tienen.
En 1975, el presidente del PRI, Jesús Reyes Heroles propuso, para dar transparencia al proceso de sucesión, el lema: “Primero el Plan, luego el candidato”. Sin embargo, casi 50 años después, nada ha cambiado, los candidatos ni siquiera están obligados a presentar un programa de gobierno antes de ser elegidos. Como ciudadanos, debemos exigir a todos los pre-candidatos que presenten un plan de gobierno donde se plasmen sus objetivos, que expliquen como los piensan llevar a cabo y en caso de que ganen, como asegurarse de que estos objetivos se cumplan.
Si el presidente, como afirma, es un creyente de la democracia, es tiempo que fomente un debate abierto, donde se discutan propuestas concretas. La sociedad debe exigírselo; nuestro país, no se merece menos.
El autor busca aprender de la historia y evitar que los errores se repitan.