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Resignarse al infierno
Hace casi 20 años, decenas de miles de personas marcharon en la capital y en otras ciudades para condenar la terrible inseguridad en México. Nada cambió... En junio del 2004, más de 200,000 mexicanos lanzaron un “YA BASTA” a la violencia; vestidos de blanco lograron convocar a una participación ciudadana, pero nada cambió..., persiste el crimen por doquier.
Vamos de mal en peor: los 11,658 homicidios dolosos registrados en 1998 contrastan negativamente con los 21,000 asesinatos en los primeros 10 meses del 2017. Subsistimos en el periodo más violento en la historia reciente del país.
¿Será que la inseguridad en México no tiene remedio? ¿Acaso Marcola (Marcos Herbas Camacho), el ideólogo brasileño de la criminalidad latinoamericana, tenía razón: padecemos una irresoluble cultura asesina alentada por la posmiseria?
Aquella pragmática y escalofriante entrevista concedida por este líder criminal en el 2007 a O Globo se hizo realidad en nuestro país, pues sucumbimos ante la terrible “normalidad” cotidiana de vivir entre muertos, agravios, víctimas y criminales. Marcola afirmó que, como en el infierno de Dante, no queda espacio para la esperanza y sólo habrá algún resquicio para el éxito cuando se detenga la defensa de esa normalidad, y se haga una autocrítica de la propia incompetencia.
En México, presupuesto público hay; corrupción y miedo sobran. Pero no hay a quién reclamar; no hay a quién responsabilizar legalmente por la incompetencia, cinismo y negligencia. El gobierno niega que seamos un Estado fallido; el término les incomoda, aunque la realidad confirma que sus políticas públicas defraudaron a los ciudadanos honestos, a esa población despojada de libertades y polarizada por la pobreza.
Vivimos una revolución del miedo e ineficiencia institucional. Tendrán que pasar al menos tres generaciones de mexicanas y mexicanos sometidos a una mudanza psicosocial, y a inmensas dosis de ADN de honestidad y civismo, para desestimar que México sea un país condenado a lo torcido.
El pesimismo es inevitable, lo inunda todo; es un derecho a reconocer que no existe solución. Nuestros gobiernos parecen sólo administrar —no remediar— el fenómeno de la criminalidad, sabedores que, en el infierno, sólo se traga violencia pública y privada, ilegalidad, impunidad, dolor, sufrimiento, desesperanza y los huesos se carcomen por la ansiedad. Ahí, ninguna educación alcanza siquiera para idear alguna esperanza viable.
CINISMO ELECTORAL 2018
Los políticos en México sólo están ocupados en sus destapes, campañas, alianzas y contubernios. El poder es para ellos el fin absoluto; poder que, una vez obtenido, no saben qué hacer honestamente con él. La inseguridad y la violencia para ellos sólo existe en sus discursos y promesas de campaña. Se atreven a pedir a los ciudadanos que salgan a respaldarlos en las urnas el día de la elección, pero no son capaces de garantizarles su regreso seguro a casa.
No nos “despistemos”, no nos “hagamos bolas”. Lo importante ahora no es saber quiénes serán nuestros próximos gobernantes, sino identificar los liderazgos genuinos que sean capaces de comprometer su propia existencia ante el serio desafío de la inseguridad y de dar el primer paso para sacar al país de este infierno que nada tiene de “normal”.
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